El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

jueves, 16 de junio de 2011

La gran prueba





Dirección: William Wyler.
Guión: Michael Wilson (Novela: Jessamyn West).
Música: Dimitri Tiomkin.
Fotografía: Ellsworth Frederiks.
Reparto: Gary Cooper, Dorothy McGuire, Marjorie Main, Anthony Perkins, Richard Eyer, Robert Middleton, Walter Catlett.

Con el telón de fondo de la Guerra Civil, La gran prueba (1956) nos presenta un western ambientado en el mundo de los cuáqueros que, sin embargo, tiene tanto de ese género como de comedia, con algunas gotas de drama.

Jess Birdwell (Gary Cooper) y su esposa Eliza (Dorothy McGuire) son un matrimonio de granjeros cuáqueros del sur de Indiana que intentan vivir según sus convicciones religiosas, entre las que destaca un pacifismo a ultranza. Su vida apacible y tranquila se verá sacudida de pronto por la Guerra de Secesión. La llegada de tropas sudistas a su comarca pondrá a prueba su fe y la de su familia.

La gran prueba es, ante todo, desde mi punto de vista, una gran comedia. Lo primero que destaca en la historia es el excelente sentido del humor que recorre la película de principio a fin. Y es también este toque ligero lo que perdura en la memoria con el paso del tiempo, junto a que se trata primordialmente de una historia de buenas personas. Y si bien para algunos puede residir aquí uno de los fallos de la cinta, porque deja en un segundo plano el dilema moral que subyace en el fondo, sin permitir que la parte dramática de la historia se imponga, quedando bastante reducida en extensión y profundidad, creo que, bien mirado, es en ese tratamiento ligero donde reside el máximo acierto de William Wyler y el guionista Michael Wilson, autor de guiones tan brillantes como los de El puente sobre el río Kwai (1957) o Lawrence de Arabia (1962) e incluido en la lista negra durante la caza de brujas acusado de comunista. Porque si bien el paso del tiempo ha perjudicado un poco el excesivo tono bucólico del film, remarcado por una melodía demasiado dulzona, es precisamente ese tono de comedia, que hace que no nos tomemos la historia muy en serio, lo que permite a la película pervivir en el tiempo al no afrontar el debate del pacifismo y las convicciones morales de los protagonistas con excesivo rigor. De este modo, disfrutamos de un film con bastante contenido pero donde lo más importante no parece ser el debate serio y riguroso, para el que quizá el medio cinematográfico no sea el más adecuado. Y además, es que el tratamiento cómico es excelente, con unos diálogos soprendentes e ingeniosos y una gran variedad de situaciones y momentos memorables como, sin ahondar en demasiados, toda la parte de la visita a la feria de la familia Birdwell.

Es verdad que los personajes no resultan del todo creíbles, que la presentación de su entorno y su vida es demasiado perfecta y demasiado idealizada. Es aquí donde el tono general chirría un poco, pero queda en segundo plano ante la brillantez de la puesta en escena y de los diálogos y situaciones cómicas, lo que unido a la buena dirección y al excelente reparto permite que no nos resulte complicado perdonar esos pequeños defectos.

Porque la película cuenta con el estilo y el talento de William Wyler a la hora de contar la historia de una manera ágil y amena, lo que hace que, a pesar de la larga duración de la película, nunca tengamos la sensación de cansancio o de estar ante momentos muertos. Desde que arranca la película con el simpético ganso al acecho hasta el final, la historia transcurre con un ritmo perfecto.

En cuanto al reparto, La gran prueba cuenta un grupo de actores excelente. Gary Cooper, sin ser uno de mis actores preferidos, impone una presencia y un saber hacer, sin grandes alardes, que son toda una lección de naturalidad; además, el papel de cuáquero con ciertas debilidades le va como anillo al dedo. A su lado, Dorothy McGuire está excelente. Su interpretación, con esa mirada azul inmensa y tan expresiva, es quizá la mejor de todo el reparto. Tenemos también a Anthony Perkins en uno de sus primeros papeles en el cine. Ya apuntaba esos tics que serán tan característicos suyos y si bien parece sobreactuar por momentos, en general resulta bastante convincente. Sin embargo, son los secundarios los que terminan de redondear el reparto, con unas muy buenas interpretaciones, como la de Robert Middleton, por ejemplo, en el papel de Sam Jordan, el vecino con el que compite Jess cada domingo camino de la iglesia o también el pequeño Richard Eyer, bastante bien en su papel, algo no siempre habitual en el caso de los niños.

Nominada a seis Oscars (entre ellos al de mejor película, director y actor secundario para Anthony Perkins), si bien no ganó en ningún apartado, aunque se llevaría la Palma de Oro en Cannes, La gran prueba no deja de ser una muy buena película, a pesar de estar considerado un film menor en la filmografía de su director. Puede que el tratamiento desenfadado sea lo que le reste puntos de cara a algunos críticos especialmente sesudos, pero como comedia no deja de ser brillante y como reflexión sobre la religión y las creencias de los hombres en casos extremos tampoco deja de aportar su granito de arena, decantándose por la libertad de conciencia de cada individuo como única guía de sus actos. Y no creo que se le pueda poner ningún pero en este aspecto tampoco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario