El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 13 de septiembre de 2011

El mito de Bourne



Segunda entrega de la trilogía de Bourne, tras la soberbia El caso Bourne (Doug Liman, 2002). El mito de Bourne (Paul Greengrass, 2004) tenía la difícil tarea de mantener el nivel alcanzado por la primera parte. Afortunadamente, Tony Gilroy, co-guionista de la primera entrega, se encarga también del guión de esta película. El resultado es de nuevo notable.

Jason Bourne (Matt Damon) ha desaparido del mapa, refugiándose en Goa, en la India, con su novia Marie (Franka Potente). Sin embargo, un día aparece un extranjero que va tras su pista. Bourne inicia la huída con Marie perseguidos por el que parece ser un asesino enviado a matarlo. Desgraciadamente, será Marie la que resulte muerta en la persecución. Al mismo tiempo, en Berlín, son asesinados un agente norteamericano y un confidente soviético cuando realizaban una transacción y las pruebas halladas incriminan directamente a Bourne.

El caso Bourne había dejado muy alto el listón y realizar esta película entrañaba no pocos riesgos. Para empezar, El mito de Bourne partía con la desventaja de no contar con el factor sorpresa de la primera entrega. Pero para paliar este detalle, El mito de Bourne comienza con la muerte de Marie, un detalle que nos deja descolocados, al estilo de Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960), y que nos pone en guardia de manera que no tengamos ninguna idea preconcebida. El golpe es eficaz, pues a partir de ese momento permaneceremos en un estado de alerta que ya no nos abandonará en toda la película.

El argumento parece complicarse un poco en esta ocasión. Es algo consustancial a este tipo de películas de espionaje, traiciones y mentiras. Pero ahí reside a la vez lo que puede hacer creíble a este tipo de argumentos, que no sean excesivamente lineales y simplones. Además, el mérito del guión es notable al conseguir que sigamos la trama sin demasiadas complicaciones, a base de un recurso tan elemental como eficaz: mostrar en lugar de contar. Se elude el riesgo evidente a marearnos con nombres y todo termina por comprenderse sin mucho problema.

Pero el punto fuerte de esta trilogía es, principalmente, la acción y la tensión. Y Paul Greengrass se encarga de no darnos muchos momentos de tranquilidad. En esta entrega asistimos a algunas de las mejores escenas de acción de los últimos tiempos, en especial la persecución en coche por las calles de Moscú, y eso que es un recurso que hemos visto cientos de veces, pero el dinamismo de la persecución y lo maravillosamente que está filmada hacen de esta secuencia una pequeña joya. Es cierto, también, que Greengrass recurre durante toda la película a unos movimientos nerviosos de la cámara que, si bien cumplen de manera notable con la misión de dinamizar la acción y mantenernos en vilo, a la larga resultan un poco molestos y pueden cansarnos la vista. Tal vez hubiera sido mejor dosificarlos algo más. Junto a esta cámara nerviosa, Greegrass utiliza con muy buen criterio la música como un elemento más para generar tensión. El resultado es que la película se pasa muy rápidamente y no tenemos tiempos muertos.

Pero para que la historia funcione, ciertamente debe ser creíble. El mérito de la película, y en general de las otras que componen la serie, es que tanto la figura de Bourne, una especie de super hombre, como las tramas y las escenas de acción resultan del todo creíbles, a pesar de la espectacularidad de las mismas. Mérito, sin duda, de un guión bien trabajado donde prima la inteligencia a la hora de plantear situaciones y darles solución, evitando los engaños o soluciones fáciles a base de sorpresas de última hora. De esta manera nos implicamos mucho más en la historia, que nos resulta en todo momento plausible. Pero tampoco todos son aciertos; algunos momentos están traídos un tanto por los pelos, pero la imagen global que sacamos del argumento es que está bien construido y nos propone una historia ciertamente atractiva e interesante.

Y en esta línea, es evidente que el personaje de Bourne debe resultar también creíble. Y la verdad es que Matt Damon encarna de manera brillante a su personaje. Sin exageraciones, resulta un agente del todo creíble. Imprime a su personaje una seguridad y un aplomo genuinos sin carecer, a su vez, de un toque humano y unas debilidades que lo alejan, afortunadamente, de la imagen de tantos héroes de cartón piedra que pueblan muchas películas de aventuras. El resto de actores también resultan muy convincentes, cada uno en su papel, contribuyendo a reforzar la imagen de autenticidad de la trama.

Resulta casi inevitable establecer comparaciones entre esta entrega y la primera. Seguramente, habrá opiniones para todos los gustos. Personalmente, me quedo con El caso Bourne por dos razones fundamentales: la trama de la primera, más original y con el factor sorpresa que ya no tiene El mito de Bourne y, en segundo lugar, por gustarme más el trabajo de Doug Liman tras la cámara que la nerviosa puesta en escena de Paul Greengrass.

Pero, comparaciones a parte, estamos ante un film apasionante, lleno de intriga y tensión, que mantiene en todo lo alto el pulso de la trilogía. Muy, muy recomendable.

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