El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 13 de septiembre de 2011

El ultimátum de Bourne



Cuando un periodista de The Guardian, Simon Ross (Paddy Considine), empieza a publicar una serie de artículos sobre la figura de Jason Bourne (Matt Damon) y un programa llamado Treadstone, tanto los servicios secretos norteamericanos como el propio Bourne se lanzarán sobre él para intentar averiguar lo que sabe y, sobre todo, quién es su fuente de información. Sin embargo, cuando Bourne consigue contactar con Ross, éste será eliminado. Jason Bourne deberá seguir buscando pistas que le lleven a descubrir su pasado.

El ultimátum de Bourne (Paul Greengrass, 2007) es la tercera y definita entrega de la trilogía inaugurada en el año 2002 por El caso Bourne (Doug Liman) y que tendría su continuación con El mito de Bourne, dirigida también por Greengrass en el año 2004. Y la verdad es que, vista esta entrega, parece ser que la trama estaba ya en las últimas.

Si el fuerte de las dos películas precedentes residía en un ritmo trepidante y una apasionante intriga, por un lado, y la sensación de total verosimilitud de la historia, en El ultimátum de Bourne empiezan a flaquear un poco estos fundamentos. En parte, porque la historia ya parece haber dado de sí cuanto podía; en parte, por un guión que no parece tan sólido como los anteriores, careciendo de la originalidad y la intensidad de aquellos. Puede ser porque la historia repite un tanto la intriga de El mito de Bourne, apareciendo más traidores en el seno de la CIA que de nuevo intentan eliminar a toda costa a Jason Bourne, enviando otra vez a un asesino implacable detrás de sus pasos. La trama se repite y, por tanto, pierde frescura y hasta credibilidad en algunos momentos. Hasta los diálogos parecen más banales.

El resultado es que, eliminado el factor sorpresa, la intriga decae y con ello nuestro interés. Hasta el punto que, bien mirado, el origen de Bourne, lo que le llevó a convertirse en un asesino implacable, deja de parecernos el verdadero centro de interés. Incluso la escena en que se enfrenta al doctor Albert Hirsch (Albert Finney), el creador de su programa de entrenamiento, no está resuelta con brillantez, quedando casi como un trámite necesario pero sin mucha fuerza. De nuevo, un guión que ha ido perdiendo intensidad.

En cambio, la labor de Greengrass en la dirección resulta mucho más equilibrada que el El mito de Bourne, donde abundaban los movimientos constantes de cámara. Aquí sabe dosificar mejor el uso de las cámaras y deja los movimientos nerviosos para las escenas de acción donde, como en la entrega precedente, vuelve a mostrar su talento para filmar persecuciones realmente soberbias. En este caso, una a pie por las calles de Tánger y otra de coches, también de un gran nivel. Sin duda, lo mejor de esta película.

En cuanto a los actores, repite, lógicamente, Matt Damon, de nuevo impecable en su papel, y también repiten las dos actrices principales, Julia Stiles, con presencia en las tres entregas, como Nicky Parsons, enlace de Bourne en su época en activo, y Joan Allen, como Pamela Landy, la única en la CIA que parece confiar en Bourne y que repite prácticamente su rol de la segunda entrega. Ambas resuelven con solvencia su trabajo. Los malos de turno en este caso son David Strathairn, bastante bien en su papel, y Scott Glenn y Albert Finney, correctos pero con una presencia demasiado breve.

Así pues, El ultimátum de Bourne me parece la más endeble de las tres entregas. El ritmo decae un poco, la trama pierde frescura, el factor sorpresa desaparece casi por completo y, en definitiva, el film nos demuestra que la historia ha dado de sí todo cuanto podía dar. Con todo, no es una mala película, ni mucho menos, pero se sitúa un escalón más abajo que las anteriores. Curiosamente, El ultimátum de Bourne fue la única de la trilogía que recibió el premio de los Oscars, ganando en los tres apartados en los que fue nominada: mejor montaje, sonido y efectos sonoros. 

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