El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Los Goonies



Mickey (Sean Astin) es un chico de trece años que vive en el barrio del puerto en Astoria (Oregón), una zona donde unos inversores quieren construir un campo de golf, derribando la casa de Mickey y las de sus amigos, que se hacen llamar Los Goonies. La víspera de su marcha, Los Goonies suben al desván de la casa de Mickey en busca de algún recuerdo que llevarse consigo. Es entonces cuando encontrarán un viejo mapa que Mickey cree esconde la ubicación del tesoro de Willy el Tuerto, famoso pirata del siglo XVII, cuya historia ha escuchado repetidas veces de labios de su padre.

Los Goonies (Richard Donner, 1985) es, para muchos, un film maravilloso. En concreto, para aquellos que pudieron verla siendo niños. Porque es una película especialmente dirigida al público infantíl. Basada en una historia original del mismísimo Steven Spielberg, que participa también en la producción, se trata de una historia de aventuras donde un grupo de muchachos se embarca en la búsqueda de un tesoro que pueda salvar su barrio de la demolición. Es un film cargado de buenas intenciones, donde los malos son, además de malísimos, bastante tontos. El argumento no derrocha originalidad, no pasa de ser una historia bastante simple. Pero creo que tampoco pretendía ser otra cosa. Simplemente está ahí para servir de pretexto para que se sucedan un sinfín de aventuras.

Como buena hija de su padre, Spielberg, Los Goonies es un canto a la amistad, a los sueños, a la fantasía; un intento de no permitir que la realidad apague la sed de aventuras de la infancia. En algún momento me hizo pensar en la historia de Peter Pan, no sólo por la presencia del barco pirata y el capitán tuerto, sino por ese mensaje constante que encierra la historia: no dejes de soñar, de creer en otros mundos, de luchar por tus sueños.

En cuanto al trabajo de Richar Donner, la verdad es que consigue engancharte a la historia. No hablo sólo del público infantíl, menos exigente y más fácil de entretener de antemano; sino que consigue un ritmo bastante bueno desde el comienzo que logra que sigas con interés la historia. Sabe dosificar muy bien la intriga, creando situaciones al límite y desvelando las diferentes sorpresas de la película a su debido momento. Lo mejor es que, aún sabiendo desde el principio el final feliz de la aventura, Donner consigue mantener nuestro interés hasta el final. Teniendo en cuenta, claro, que se trata de una historia predecible, muy simple, una historia para niños; lo cuál no hemos de perder de vista, porque podríamos esperar más de la película de lo que pretende y para lo que está hecha.

Rodada para niños, los papeles principales los interpretan también niños. Salvando las lógicas limitaciones de los actores por su edad, en general logran convencernos con un trabajo bastante correcto. Destacar a Sean Astin, bastante bien en general, salvo en pequeños detalles donde se nota que está actuando, y que alcanzaría notoriedad por su papel de Sam en la trilogía de El Señor de los Anillos; a Robert Davi, uno de los malos de la película, papel que le va como anillo al dedo y que repetirá frecuentemente; a Josh Brolin, como Brand, el hermano mayor de Mickey; a Kerry Green, como la adolescente enamorada de Brand y a Jeff Cohen (Gordi) y Jonathan Ke Quan (Data), que acababa de trabajar en Indiana Jones y el Templo Maldito (Steven Spielberg, 1984). Señalar como curiosidad que Martha Plimpton (Stef en el film) es hija de Keith Carradine.

Los Goonies es una de esas películas para disfrutar en familia, una de esas tardes de fin de semana grises, con un niño cerca, y muchas palomitas. Ni más, ni menos.

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