El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

El salario del miedo



El salario del miedo (1953) es, junto con Las diabólicas (1955), una de las obras más conocidas del director francés Henri-Georges Clouzot, un cineasta francés situado entre los pioneros del país y la nouvelle vague. El salario del miedo fue premiada con la Palma de Oro en Cannes y con el Oso de Oro en Berlín en el año 1953.

En una pequeña cuidad de un país sudamericano malviven un grupo de europeos sin recursos ni trabajo que sueñan en cada momento con conseguir el dinero suficiente para poder regresar a su patria. La ocasión se presenta cuando, al estallar un pozo petrolífero, la compañía norteamericana que lo explota ofrece dos mil dólares a aquellos que se atrevan a transportar, en un par de camiones, una peligrosa carga de nitroglicerina para apagar el incendio del pozo.

Vaya por delante que El salario del miedo, basada en la novela de Georges Arnaud, es un film muy interesante, pero también que, al tratarse de un film francés, tiene ciertas peculiaridades propias del país y que no terminan de convencerme.

En cuanto a la historia en sí, la película tiene dos partes perfectamente diferenciadas:  durante la primera mitad asistimos a la presentación de los protagonistas, su malvivir en un pueblacho miserable achicharrado por el calor y los insectos; precisamente, la primera escena de la película nos hace pensar en el comienzo de Grupo salvaje (Sam Peckinpah, 1969), con los niños torturando a unos bichos. Esta primera parte es, desde mi punto de vista, la menos lograda. Por un lado, se hace un tanto larga. Por otro lado, es aquí donde aflora con mayor intensidad esa idisincrasia especial del cine francés, con unas reacciones de los personajes un tanto peculiares que muchas veces me resultan o excesivas o casi incomprensibles. Además, esta parte sirve para presentarnos a los protagonistas, pero el guión se muestra un tanto esquivo con los detalles y deja demasiados elementos del pasado de los protagonistas y de su personalidad sin definir claramente. Una opción interesante, pues permite al espectador jugar un poco a las adivinanzas y las suposiciones, pero con el reverso de sentir a esos protagonistas como seres más distantes.

Otro de los elementos que no terminaron de convencerme y que podríamos achacar en parte al paso del tiempo y en parte a ese carácter especial del cine galo, es que algunas reacciones de los personajes me resultaban casi infantiles; como los celos de Luigi (Folco Lulli) hacia la amistad de su amigo Mario (Yves Montand) con el recién llegado Jo (Charles Vanel) o las reacciones de pánico de este último transportando los explosivos, que parecían más propias de un niño pequeño que de un supuesto hombre de mundo de pasado un tanto turbio. Precisamente, el inicio de la amistad entre Mario y Jo tampoco queda explicada de una manera precisa. Y todo esto en una primera parte bastante larga, con lo que no podemos achacar a un intento de síntesis estos detalles del guión.

La segunda parte, que es la que se ocupa de narrar el viaje de los cuatro protagonistas llevando la nitroglicerina es sin duda la más lograda. En primer lugar, por la tensión del viaje en sí, con el riesgo de transportar un explosivo tan inestable por unos caminos repletos de dificultades; pero es que además este viaje está muy bien narrado por Clouzot, que sabe dosificar la tensión y mantener el ritmo a lo largo de cerca de hora y media que dura esta parte de la película. Y eso que en gran medida, el viaje o, mejor dicho, el desenlace del mismo, es bastante previsible; a pesar de lo cuál, Clouzot va desgranando poco a poco las dificultades, dosificando la tensión, dando bastante verosimilitud a los escollos que van surgiendo y logrando una tensión que por momentos parece traspasar la pantalla.

Aquí asistimos también a las reacciones de los cuatro conductores durante el accidentado viaje, en un inteserante estudio de la naturaleza humana puesta en situaciones límite. De nuevo, como apuntaba anteriormente, tengo que citar las peculiaridades del cine francés a la hora de narrar este tipo de situaciones; y es que lo hace a base de exageraciones y de dramatizaciones siempre un tanto excesivas; y en este caso, ciertamente por el paso del tiempo, asistimos a algunas reacciones y conversaciones un tanto oxidadas, casi pueriles, que chirrían un poco, si bien no alteran la esencia del relato en su épica y en la tensión reinante.

El colmo de esa dramatización excesiva, ese sentimiento trágico, ese enfoque que nos remite casi a la fatalidad del teatro clásico griego, lo tenemos en un final terrible pero un tanto absurdo que parece como una especie de imposición o de macabra elección del director con la finalidad de rematar el relato del modo más impactante posible. La puesta en imágenes de este final me resultó excesivamente teatral, excesivamente larga y un tanto forzada. Es un final tan válido como otro cualquiera, una elección que subraya un sino de los protagonistas, pero pienso que no está del todo conseguido.

En cuanto al reparto, en general creo que el trabajo de los actores es bastante correcto, siempre teniendo en cuenta que se trata de actuaciones un tanto forzadas, pensadas para dejar huella en el espectador, creando íconos; algo muy evidente con el personaje de Mario, donde vemos a un Yves Montand en la piel del tipo duro, cruel incluso con sus amigos y más aún con la mujer que lo ama, pero es que se trata de crear un prototipo, al estilo de algunos trabajos de Humphrey Bogart, al que me recordó en muchos momentos. Como curiosidad, mencionar que el papel de Jo estaba reservado para Jean Gabin, el otro gran actor clásico francés, pero éste rechazó el trabajo porque no quería hacer de cobarde.

El salario del miedo es, en definitiva, una película interesante, tal vez la mejor obra de su director que, a pesar de los defectos evidentes que tiene, desde mi punto de vista, y del tiempo transcurrido, contiene suficientes alicientes para poder recomendarla como una buena película de aventuras.

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