El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 25 de diciembre de 2011

Río rojo



Río rojo (1948) es una de las mejores películas del genial Howard Hawks, el primero de los cinco westerns que dirigió, y un título imprescindible dentro de la historia del género. Supuso, además, el debut de Montgomery Clift en la gran pantalla, un aliciente más para ver esta obra de arte.

Tom Dunson (John Wayne) ha logrado, tras catorce años de duro trabajo, al fin hacer realidad su sueño: tener el mayor rancho ganadero de Texas. Sin embargo, tras la Guerra de Secesión, el Sur está arruinado y Dunson necesita llevar su ganado hacia el norte para poder venderlo. Así que decide emprender un peligroso y duro viaje hasta Missouri para poder salvar su rancho de la ruina.

Lo mejor de Río rojo, además de ese viaje épico que Hawks narra con maestría, es sin duda la profundidad con que retrata a los personajes, especialmente la figura de Dunson, el eje sobre el que giran todos los demás personajes de la película. Con un arranque directo e intenso, en el que Dunson pierde a la mujer que ama por su testarudez, lo que marcará sin duda su carácter para siempre, Hawks nos presenta con unas breves pero firmes pinceladas a un protagonista fuerte, tozudo, inflexible y decidido que parece hacerse las leyes en función de sus intereses. A partir de ahí y al compás de un viaje que amenaza con acabar con los vaqueros y sus esperanzas, Río rojo sigue profundizando en la tortuosa personalidad de Dunson, que va transformándose de héroe a villano a medida que las dificultades lo van convirtiendo en una persona de una crueldad inhumana; ello provocará el enfrentamiento directo con su hijo adoptivo Matt (Montgomery Clift) y su viejo compañero de aventuras Nadine Groot (Walter Brennan). En este sentido, este personaje se parece mucho al Ethan de Centauros del desierto (John Ford, 1956), también interpretado por Wayne: un héroe atípico, lleno de sombras que lo acercan mucho al "lado oscuro".

Sin duda, este retrato psicológico del personaje central y sus relaciones personales son lo más notable de un western denso y épico cuyos méritos no terminan ahí. Río rojo cuenta, por ejemplo, con un reparto excelente encabezado, claro está, por un John Wayne que realiza uno de los mejores trabajos de su carrera, junto al mencionado Ethan de Centauros del desierto. Su interpretación es poderosa, firme, rotunda y logra transmitirnos todo el odio, la frustración y la tiranía de un personaje muy complejo y muy rico en matices. Se dice que al ver esta película John Ford llegó a decir de Wayne: "Nunca pensé que este hijo de puta supiera actuar". Queda claro que sí que sabía. A su lado, el grandísimo Walter Brennan, un secundario de lujo, quizá el mejor en la historia del cine, que enriquece cualquier personaje que encarne. Y, claro, tenemos también a Montgomery Clift, aquí debutando en el cine, un actor especialmente poderoso dentro de una austeridad y una economía de gestos prodigiosa. No es el Montgomery Clift atormentado que veremos más adelante, pero ya da muestras de su personalidad ante las cámaras dando la talla frente a sus veteranos compañeros de reparto. Me gustaría destacar también a otro estupendo secundario, John Ireland como el inquietante y amenazador Cherry Valance, el pistolero que desea enfrentarse a Matt por encima de todo.

Apoyándose en una hermosa fotografía, obra de Russel Harlan, responsable también de la de Matar a un ruiseñor (Robert Mulligan, 1962), Howard Hawks muestra todo su saber hacer tras las cámaras con un ritmo prodigioso que va creciendo lenta e implacablemente en intensidad hasta un final con una tensión que se podría tocar y una maestría absoluta en las escenas de acción, especialmente en la notable secuencia de la estampida.

Si tuviera que ponerle un mínimo pero a la película sería el pequeño discurso final de Tess (Joanne Dru), la novia de Matt, que a mi juicio resulta algo ridículo hoy en día.

En definitiva, una de esas joyas que engrandecen el western y lo enriquecen, desbaratando por completo la idea de que el western es un género simple donde domina la acción y poco más. Río rojo encierra mucho de drama clásico, de lucha generacional, de odisea y sin perder nunca la emoción y la intensidad de los mejores westerns de la historia. Y es que un film, cuando es bueno, se sitúa por encima de etiquetas, géneros y modas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario