El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 14 de julio de 2013

Dodge, ciudad sin ley



Dirección: Michael Curtiz.
Guión: Robert Buckner.
Música: Max Steiner.
Fotografía: Sol Polito.
Reparto: Errol Flynn, Olivia de Havilland, Ann Sheridan, Bruce Cabot, Frank McHugh, Alan Hale, Henry Travers.

Wade Hatton (Errol Flynn), un antiguo militar de origen irlandés que trabaja ahora conduciendo ganado, llega con un rebaño a Dodge City, una ciudad sin ley dominada por Jeff Surrett (Bruce Cabot), un cacique sin escrúpulos que impone su autoridad por la fuerza.

Dodge, ciudad sin ley (1939) pertenece a una época en que el western aún era un film menor, de serie B, donde la acción era predominante y la línea que separaba a buenos y malos era de una nitidez meridiana. Recordemos que en este mismo año Ford dirige La diligencia, que será la que marque el paso del western a género adulto.

Sin embargo, Dodge, ciudad sin ley es todo menos un film menor. Tanto por su duración, por los medios con los que cuenta Curtiz y por el reparto, con Errol Flynn, el galán por excelencia, al frente, comprendemos que estamos ante un proyecto de cierta embergadura.

La base de la película es sencilla: el progreso de la colonización del oeste, el avance del ferrocarril y la necesidad de llevar la ley y el orden a los nuevos territorios ganados a la civilización. Sobre esta base argumental, Curtiz desarrolla la base dramática de la película, el enfrentamiento entre el héroe Hatton y el corrupto cacique local, Surrett. Y como acompañamiento indispensable, la historia de amor de turno. Como se ve, nada nuevo bajo el sol y con un enfoque además del todo clásico: Errol Flynn encarna a un héroe sin mácula, valiente, apuesto y honrado. Sus enemigos, lógicamente, no tienen ni una sola virtud, son traidores, cobardes y mentirosos. No hay sitio para las medias tintas. Y la verdad es que tampoco se echan en falta. La clara división de buenos y malos simplifica el planteamiento y funciona de maravilla en un western donde lo que prima es un ritmo ágil donde se imponen las escenas de acción, donde Michael Curtiz demuestra su soltura con la cámara brindándonos un espectáculo sin tacha. Memorable es la pelea en el saloon o el duelo final en el tren con el vagón en llamas. Sin duda, la esencia de los westerns en estado puro y filmada con una brillantez encomiable.

La ambientación es otro elemento que merece destacarse. La recreación de la ciudad de Dodge está especialmente lograda con unos planos que no dejan ningún espacio libre. Son encuadres llenos, densos, que contribuyen a crear un ambiente de ciudad bulliciosa, abarrotada, viva. Al tiempo, Curtiz consigue marcar un ritmo intenso que hace que la acción transcurra con absoluta fluidez, con un control absoluto de la alternancia de escenas de acción y de transición y también dosificando perfectamente los momentos dramáticos con otros con un tono más de comedia, que consiguen que la historia fluya de una manera ágil.

Y al frente de todo, la gran pareja de la década: Errol Flynn y Olivia de Havilland, quizá la pareja más inmortal del cine, compitiendo con la también célebre de Fred Astaire y Ginger Rogers. La química entre ambos es sensacional y sin duda, Flynn era la personificación más perfecta del héroe por excelencia. A su lado, secundarios de lujo como Bruce Cabot, Alan Hale o Henry Travers.

En definitiva, un western sencillo, con un ritmo infernal, sin complicaciones argumentales, directo y eficaz. Un buen ejemplo de cine clásico bien hecho que busca exclusivamente el espectáculo y lo consigue admirablemente. Nada más, y nada menos.

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