El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 12 de julio de 2013

Un final made in Hollywood



Dirección: Woody Allen.

Guión: Woody Allen.

Música: Varios.

Fotografía: Wedigo Von Schultzendorff.

Reparto: Woody Allen, Téa Leoni, Treat Williams, George Hamilton, Mark Rydell, Debra Messing, Tiffani Thiessen, Barney Cheng, Isaac Mizrahi, Greg Mottola.

Val Waxman (Woody Allen) es un director de cine que tras haber ganado dos Oscars ha caído en el olvido. Los únicos trabajos que le encargan son en publicidad, pero él desea poder volver a rodar una buena película. La oportunidad le llegará de la mano de su exmujer (Téa Leoni), que convence a su novio, el productor de la película (Treat Williams), de que Val Waxman es el director perfecto para la misma.

Podríamos comenzar diciendo que Un final made in Hollywood (2002) es una película más en esa carrera de Woody Allen por dirigir un film por año, lo que le ha llevado a filmar algunas películas que distan mucho de poder incluirse entre lo mejor de su carrera. El caso de Un final made in Hollywood es bastante similar al de muchas películas suyas recientes: tiene el sello inconfundible de Allen pero da la impresión que el director se contenta ahora con menos.

A pesar de ello, la película cuenta con un importante aliciente, y es que se trata de una película que nos habla de la manera de hacer una película. Allen, en un papel con muchos elementos autobiográficos, sin duda, encarna a un director al que después de diez años le ofrecen al fin la oportunidad de volver dirigir una película. De esta manera,  nos introduce entre bambalinas y podemos disfrutar viendo los entresijos de una producción de Hollywood, aún contando con que muchos aspectos estén tratados de un modo altamente paródico. Y este argumento también le ofrece a Allen la oportunidad de ironizar sobre el mundo del celuloide y también sobre sí mismo y su carrera como director. Y es que, como decíamos antes, se pueden intuir muchos elementos autobiográficos en la película, como el hecho de que Waxman busque operadores y directores de fotografía extranjeros, su alusión a la acogida de su cine en Europa (con una curiosa carga de profundidad a su vez hacia algunos críticos que tachan de genio la obra de un ciego), etc. Como curiosidad, por ejemplo, señalar que la ropa que viste Woody Allen en la película es la suya propia.

Las críticas al mundo de Hollywood son evidentes, empezando en cómo un director con dos Oscars puede haber sido desterrado por culpa de sus manías. Y es que la imagen que obtenemos es la de una industria en la que el talento o la originalidad han de supeditarse a los deseos de los productores y, en última instancia, al dictado de la taquilla. Pero también Allen ridiculiza las manías de los directores, técnicos y actores, llevándolas al absurdo. A pesar de todo, el tono ligero que emplea el director hace que esos dardos se perciban más bien como leves reprimendas. Y es que parece que Woody Allen ha optado por darle un enfoque a la película decididamente de comedia, dejando las críticas más ácidas para otra ocasión. De hecho, el final feliz en que todo termina encajando (el director recupera la vista y a su esposa, la película termina siendo valorada como una genialidad en Francia) está más en la línea dulce y complaciente de las comedias más inocentes.

En cuanto a la película en sí, la verdad es que Allen no ofrece demasiadas novedades. Volvemos a tenerlo interpretando a un personaje paranóico al que las cosas no le van bien, al que su mujer ha abandonado cansada de sus manías y que se encuentra en un punto muerto de su carrera. Es el Woody Allen histriónico que hemos visto en tantas y tantas películas. Y a pesar de ello, es el Allen que uno espera y desea. Quizá resida aquí el mérito de este director, ha creado un personaje único y muy personal y no queremos que lo abandone. A pesar de poder resultar repetitivo, que lo es, nos encantan sus manías y sus torpezas.

Pero también es cierto que Un final made in Hollywood no tiene la inspiración de otros films de Allen. El tono es correcto, el ritmo adecuado, la historia es bastante interesante (el detalle de un director que debe rodar su película habiéndose quedado ciego me pareció genial), pero en realidad carece de la chispa y la gracia de otras películas de Allen. Es cierto que hay pequeños detalles aquí y allá soberbios, pero en conjunto se nota que la película transcurre por terrenos que el director domina pero sin la genialidad que esperamos de este hombre. Culpa suya, pues nos ha acostumbrado a momentos tan maravillosos que ahora una buena película suya ya nos sabe a poco.

En el reparto, tenemos esta vez a un grupo de actores menos habituales pero que de nuevo cumplen sin problemas a las órdenes de Allen. El papel femenino principal recae esta vez en la atractiva Téa Leoni. El único pero que se puede poner es que me pareció demasiado joven para admitir con naturalidad que estuviera casada con el personaje de Allen. Sorprende también la presencia de actores como Treat Williams, un actor con una no muy amplia carrera en el cine, aunque sí en televisión y teatro, o George Hamilton, un actor de segunda fila al que Allen da un papel secundario. Fiel, eso sí, a la presencia de una actriz espectacular en sus últimos films, Allen cuanta aquí con las atractivas Tiffani Thiessen y Debra Messing. Pero como viene siendo costumbre en él, el verdadero protagonista de la película es el propio Woody Allen, en un papel sin sorpresas y claramente reconocible.

Un final made in Hollywood sin duda alguna que no defraudará a los incondicionales de Woody Allen, porque la película contiene la esencia de su humor y su personaje más reconocible, el propio Allen. Sin embargo, que nadie espere una obra maestra o una comedia hilarante. Es un film ameno, con muy buenos momentos, con el gran acierto de la idea de que un director ciego pueda hacer una gran película (buena crítica a la industria cinematográfica y a los críticos), pero que no deja de ser una comedia amable y sencilla. ¿Parece poco?, puede ser. Sin duda, de Woody Allen esperamos siempre algo más, pues nos ha demostrado de lo que es capaz. Pero tampoco podemos pedirle que haga siempre obras maestras, y menos con el ritmo anual con que trabaja. Un final made en Hollywood es una buena película, una comedia que se ve de un tirón y con una sonrisa en los labios. Para muchos directores actuales, el súmmum al que podrían aspirar.

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