El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 15 de enero de 2016

Enemigos públicos



Dirección: Michael Mann.
Guión: Ronan Bennett, Michael Mann, Ann Biderman (Libro: Bryan BBurrough).
Música: Elliot Goldenthal.
Fotografía: Dante Spinotti.
Reparto: Johnny Depp, Christian Bale, Marion Cotillard, Billy Crudup, Stephen Dorff, Stephen Lang, James Russo, David Wenham, Christian Stolte, Jason Clarke, Branka Katic, Wesley Walker, Leelee Sobieski.

Estados Unidos, años treinta. El país está pasando la Gran Depresión del 29. Mientras, John Dillinger (Johnny Depp) se dedica a atracar bancos, convirtiéndose en el enemigo público número uno. El incipiente FBI de J. Edgar Hoover (Billy Crudup) se lanza a darle caza cueste lo que cueste.

Enemigos públicos (2009) sigue a rajatabla las normas básicas que rigen el cine actual a la hora de afrontar un proyecto que nace siendo muy ambicioso. No hay magia, no hay novedades. Todo está trazado desde el principio con mano firme. Las claves: un reparto lleno de nombres, una ambientación espectacular, una fotografía preciosista, acción y un metraje más que generoso. ¿Es todo ello suficiente?, ¿es garantía de calidad? Desde mi punto de vista, no.

Cuando recuerdo los grandes clásicos del género de gánsters, las míticas películas de James Cagney, Bogard o Edward G. Robinson, lo primero que me viene a la cabeza no es la espectacularidad de la puesta en escena o un metraje de más de dos horas, o la música, o el vestuario; lo primero que recuerdo es el alma de aquellas películas, el retrato preciso del protagonista, la fuerza de las imágenes, el carisma que desprendían. Y eso es lo que le falta a Enemigos públicos. La película es técnicamente impecable, se adivina la cantidad de medios empleados, el cuidado en la preparación, la documentación meticulosa... todo es perfecto, salvo que es un film frío, sin alma. La película busca recrear la vida de Dillinger, pero no es más que una sucesión de momentos, como los atracos, la huída de la cárcel, emboscadas, etc. Es una sucesión de escenas con afán de recreación histórica, pero una buena película, una gran película, es mucho más que eso. Y aún así, hay que aclarar que el guión se toma bastantes licencias, modificando muchos de los hechos históricos reales, con lo que la recreación de la vida del ladrón de bancos tampoco es muy fidedigna.

Eché en falta, especialmente, una mayor profundización en la figura de Dillinger. La frase con la que se presenta a Billie (Marion Cotillard), la mujer a la que quiere conquistar, resumiendo su vida en diez segundos, es la imagen perfecta de cómo está narrada la película, más centrada en contar cosas que en buscar el alma de las personas. Lo que nos queda es un film estéticamente cuidado pero muy poco vibrante, rutinario, sin imaginación. La figura del policía implacable obsesionado con su presa carece de originalidad y más cómo está tratada aquí la figura de Melvin Purvis (Christian Bale), hierático e inexpresivo como una esfinge. Y no es culpa del trabajo de Bale, sino de la simplificación emocional de la película, centrada solo en hechos, datos, en dejar constancia de que los guionistas estudiaron a fondo a Dillinger y sus amigos y enemigos. Una recreación meticulosa, pero terriblemente fría y carente de alma.

El trabajo de los actores, por contra, es impecable. Johnny Depp, más contenido que otras veces, es un gánster con un atractivo innegable, al tiempo que desprende carisma y magnetismo. Un gran actor en un trabajo perfecto. Bale, como decía, está más sujeto a un personaje dibujado con trazos demasiado gruesos y del que no conoceremos nada a nivel personal. Lo mismo que de la mayoría del resto de protagonistas. Marion Cotillard aporta las escenas más conmovedoras de la película, logrando trasmitirnos su dolor y su resignación admirablemente.

En definitiva, Enemigos públicos es el ejemplo perfecto del cine actual ambicioso: un despliegue apabullante de medios que logran una perfección formal absoluta, pero que narran historias sin carisma, sin vida,  frías, impersonales. Qué lejos queda el Hollywood de los treinta y los cuarenta, donde con mucho menos lograban obras eternas que aún sonrojan a productos como el que nos ocupa.

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