El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 27 de enero de 2016

Zelig




Dirección: Woody Allen.
Guión: Woody Allen.
Música: Dick Hyman.
Fotografía: Gordon Willis.
Reparto: Woody Allen, Mia Farrow, Gale Hansen, Stephanie Farrow, Garret Brown, Mary Louise Wilson, Sol Lomita, John Rothman, Susan Sontag.

Estados Unidos, años veinte: un hombre llamado Leonard Zelig (Woody Allen) empieza a llamar la atención pública con sus repetidas apariciones en diferentes lugares adoptando el aspecto de otras personas. Pronto, su caso será objeto de estudios médicos.

Zelig (1983) es una de las películas más singulares y originales de Woody Allen, además de ser de las primeras en las que trabajó con Mia Farrow. La película está rodada como si se tratara de un documental, falso claro, sobre un supuesto personaje famoso de principios del siglo XX: Leonard Zelig; un tipo corriente que, para caer bien a los demás y sentirse seguro, adoptaba las opiniones de sus semejantes, llegando a conseguir también parecerse a ellos, cambiando su fisonomía como si de un camaleón se tratase. Este recurso de documental ya lo había utilizado Woody Allen en Toma el dinero y corre (1969), aunque era solo en pequeños incisos dentro de la acción, no como aquí, que toda la película se construye como un documental.

Para conseguir este aspecto de documental antiguo, Allen contrata a excelente Gordon Willis, que había trabajado como director de fotografía nada menos que en El Padrino y El Padrino II. Para lograr ese aire antiguo, Willis utilizó equipos de la época, lo mismo que las técnicas de iluminación de entonces. Incluso, llegó al extremo de arrugar y pisotear los rollos de película para lograr un aspecto ajado y sucio. Gracias a este maravilloso trabajo, Willis fue nominado al Oscar.

Además, Allen introduce a su personaje en verdaderas secuencias de la época, al lado de personajes conocidos como Josephine Baker, el papa Pío XI o el mismísimo Adolph Hitler, siendo un claro precedente de lo que haría años más tarde Robert Zemeckis en Forrest Gump.

El resultado es un film visualmente perfecto, donde cuesta a veces creer que estamos ante un film rodado en 1983 y no en la época en que transcurre.

En cuanto al argumento, Woody Allen vuelve a enfrentarse a sus demonios una vez más. Utilizando como vehículo a este personaje inventado, el director no deja títere con cabeza. El blanco de sus bromas es de nuevo la familia (Zelig desarrolla este medio de defensa a raíz de una infancia difícil, con unos padres muy severos), la profesión médica, la religión, la política, etc. Sin embargo, el núcleo central de Zelig es la pérdida de la personalidad del individuo enfrentado a la sociedad. Zelig renuncia a su punto de vista para ser aceptado por los demás, para sentirse uno más entre sus vecinos y sentirse así seguro. Ello, siempre en clave de humor, lleva a interesante reflexiones y conclusiones. El mismo Allen decía que la película era un aviso sobre los peligros de perder la propia identidad, de plegarse a los dictados de la voz dominante. En este sentido, se entiende la escena de Zelig en medio de los nazis, como uno más. Si perdemos nuestra propia identidad, podemos ser manipulados y cometer cualquier tipo de actos que se nos impongan.

Sin duda, una muy buena película de Woody Allen, quizá algo lastrada por el tono de documental, que puede desconcertar o cansar en algunos momentos, pero que el director consigue hacer bastante fluida gracias a una duración contenida y a ese humor tan peculiar y genuino que nos sorprende siempre. Uno de loa films más originales de un autor irrepetible.

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