El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 22 de enero de 2017

Ariane



Dirección: Billy Wilder.
Guión: Billy Wilder e I. A. L. Diamond (Novela: Claude Anet).
Música: Franz Waxman.
Fotografía: William C. Mellor.
Reparto: Gary Cooper, Audrey Hepburn, Maurice Chevalier, John McGiver, Van Doude, Lise Bourdin, Olga Valéry, The Gypsies.

Cuando la joven Ariane (Audrey Hepburn) se entera de que un cliente (John McGiver) de su padre (Maurice Chevalier), detective privado, quiere matar al playboy (Gary Cooper) que ha seducido a su esposa, decide acudir a prevenirlo, pero, sin querer, se enamorará de él.

Ariane (1957) no figura entre las obras maestras de Billy Wilder, director, por ejemplo, de El crepúsculo de los dioses (1050), La tentación vive arriba (1955), Testigo de cargo (1957), Con faldas y a lo loco (1959), El apartamento (1960)... Con títulos así, hay que reconocer que es complicado alcanzar esa cima. Aún así, y a pesar de no ser muy bien tratada por la crítica de la época, creo que es una comedia con un encanto natural nada desdeñable.

Es cierto que este tipo de comedias románticas, hoy en día, parecen un poco pasadas de moda. Y es cierto también que el comienzo de la película es un poco flojo, con un tono un tanto infantil y un enredo no demasiado brillante. También es verdad que Gary Cooper, que en el momento de rodar la película tenía 55 años, podría parecer demasiado mayor como para enamorar a una joven de 19 años, la edad que representa Audrey Hepburn en el film (si bien tenía 27 años realmente), lo cuál fue uno de los reproches más repetidos hacia la credibilidad de la historia.

Sin embargo, estas películas, a pesar de todos sus fallos o imperfecciones y del paso del tiempo, tienen algo que las hace únicas. Tal vez sea esa manera clásica de entender la comedia, esa manera elegante de tratar cualquier tema, sin caer en vulgaridades; incluso ese respeto hacia el espectador, que en muchos casos parece que se ha perdido en el cine reciente. Sea lo que fuere, raras veces termino defraudado al ver una película de los grandes directores clásicos. Puede gustarme más o menos, pero siempre aprendo algo, o al menos, termino con la impresión de haber visto, sino una obra de arte, algo que lo pretendía, que tenía la hechura, la semilla, el buen hacer para intentarlo al menos.

En este caso, si bien el guión no alcanza la excelencia de otras colaboraciones entre Wilder y Diamond (este fue el primero de sus muchos trabajos juntos), hemos de reconocer que está muy bien trabajado, amén de contar con algunos momentos  muy inspirados, en general con los simpáticos zíngaros como co-protagonistas. También es verdad que no alcanza la genialidad de posteriores trabajos de Wilder y Diamond, pero no es en absoluto un mal guión. Y si es verdad que Gary Cooper presenta un porte de hombre mayor, por lo cual Wilder procuraba ocultar un poco su rostro con un hábil juego de sombras, al final, bien sea por su clase o su atractivo innato, uno acaba por admitir que una joven inocente como Ariane pueda terminar seducida por un hombre de mundo, con dinero, que se aloja en el Ritz y contrata a unos músicos en exclusividad.

Mencionaré que la primera opción para el papel de millonario mujeriego era Cary Grant, aunque no estaba disponible, por lo que el director recurrió a Cooper, que considera también idóneo para el papel.

Además, la película va ganando fuerza poco a poco, una vez que dejamos a un lado la ligereza del comienzo y nos adentramos en la historia de amor de los protagonistas: el don Juan que termina fascinado por la joven muchacha y que cae en su juego de celos sin saber bien por qué ni cómo; y ella, sin duda la parte más delicada de la ecuación, intentando mantenerse a flote a pesar de verse arrastrada por la pasión de su primer amor. Y todo narrado con esa elegancia y delicadeza propias de un cine que ya no existe,  pero que nos sigue fascinando aún a día de hoy, como un cuadro antiguo, como algo irrepetible.

El final, quizá un poco forzado, es posible, no deja de ser maravilloso y es el broche perfecto para una historia romántica contada con muy buen gusto.

En definitiva, quizá Ariane no figure nunca entre las obras maestras de su director. Poco importa. Creo que posee alicientes más que sobrados para hacernos pasar unos momentos genuinamente hermosos.

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