El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 15 de enero de 2017

La huida



Dirección: Stefan Ruzowitzky.
Guión: Zach Dean.
Música: Marco Beltrami.
Fotografía: Shane Hurlbut.
Reparto: Eric Bana, Olivia Wilde, Charlie Hunnam, Kate Mara, Treat Williams, Kris Kristofferson, Sissy Spacek, Jason Cavalier, Alain Goulem, Allison Graham.

Tras robar en un casino, los ladrones huyen en dirección a Canadá. Sin embargo, sufren un accidente en el que uno de ellos muere. Los supervivientes, Addison (Eric Bana) y su hermana Liza (Olivia Wilde), deciden separarse para intentar escapar por separado.

A veces un film no necesita de grandes artificios para tener algo, para enganchar. Y esto sucede con La huida (2012), una película con una sencilla trama de un robo y la posterior huida que, sin embargo, consigue salir de los registros típicos y aportar algo interesante al género.

Quizá lo más interesante que se puede decir de esta película es que Stefan Ruzowitzky consigue crear una atmósfera muy peculiar que recorre el film de principio a fin. Es algo entre el misterio, un pasado oscuro, los traumas de la infancia e incluso un aire de incesto que adornan un argumento bastante sencillo para otorgarle una nueva dimensión, más allá de la tensión propia de un thriller. Aquí reside la clave, lo que diferencia un simple film policíaco de algo novedoso, como es el caso. Y es que los ladrones no son simples delincuentes, sino que esconden un pasado tan turbio, una infancia tan especial que es la que está detrás de todos sus actos, como una especie de destino implacable, de marca que no pueden borrar.

Además, el guión es lo suficientemente inteligente para no desvelarlo todo desde el principio, sino que va mostrando pistas, revelando indicios lentamente, de manera que cada conversación, cada escena en que la violencia parece tomarse un respiro, contiene en sí misma otro tipo de violencia, otro rastro de dolor: el de una infancia marcada por el maltrato, la indefensión y los abusos. Y es que el tema de la familia, de como el hogar nos condiciona, nos marca y nos define es algo que está omnipresente a lo largo del film, y no solo en los ladrones, sino también en el resto de personajes: hijos enfrentados a sus padres, madres que abandonaron el hogar, rencores ocultos que no cierran ninguna herida. El pasado, como una maldición, acechando y condicionando los actos de todos.

Sin embargo, no todo es perfecto en esta película, por desgracia. Y La huida peca de un desenlace demasiado facilón y previsible, donde se echa un poco por tierra todo el entramado anterior, complejo, insinuante y oscuro, recurriéndose a un final muy previsible y un tanto forzado, cercano a un telefilm de sobremesa con tintes de drama familiar. Por suerte, se trata tan solo del tramo final de la historia, y aunque el entramado fabricado por el guionista merecía un desenlace mejor, aún así me quedo con ese acierto de una historia que supo aportar un poco de originalidad y profundidad a una historia vista en muchas ocasiones. Con lo que queda demostrado, una vez más, que con un poco de talento y ganas de hacer las cosas bien, siempre se puede conseguir salir de lo banal.

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