El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

jueves, 12 de enero de 2017

El atardecer



Dirección: Lajos Koltai.
Guión: Susan Minot, Michael Cunningham (Novela: Susan Minot).
Música: Jan A. P. Kaczmarek.
Fotografía: Gyula Pados.
Reparto: Claire Danes, Toni Collette, Vanessa Redgrave, Patrick Wilson, Meryl Streep, Glenn Close, Hugh Dancy, Natasha Richardson, Mamie Gummer, Eileen Atkins.

Ante la inminente muerte de su madre, Ann (Vanessa Redgrave), Nina (Tony Collette) y Constance (Natasha Richardson) acuden a su casa para acompañarla en esos últimos momentos. En lo que parecen ser delirios de una mente enferma, Ann confiesa que el gran amor de su vida fue un tal Harris  (Patrick Wilson), de quien sus hijas no habían tenido noticia alguna hasta entonces.

El atardecer (2007) es un film ambicioso, lo que queda patente solo con mirar el reparto, en especial en cuanto a las actrices, con Vanessa Redgrave, Meryl Streep o Glenn Close dando lustre a un elenco que revela a las claras que el protagonismo es esencialmente para las mujeres. Porque la película se centra en el personaje de Ann, que en su lecho de muerte repasa su vida y sus errores, en especial dejar marchar de su lado al que fue su gran amor; pero también la película analiza las vidas de sus hijas, ambas insatisfechas, con miedos y conflictos personales que salen a la luz ante el lecho de muerte de su madre.

Y la ambición de El atardecer también es evidente desde la primera escena, con la joven tendida en la barca. Un instante poético y bucólico, melancólico y triste... que nos anuncia las ambiciones estéticas y dramáticas de Lajos Koltai. El problema, en estos casos, es lograr un equilibrio entre mensaje y presentación, entre apariencia y esencia. Y no caer en lo ampuloso, lo acaramelado y lo artificioso sin contenido, lo cursi incluso. Y la verdad es que El atardecer promete mucho más de lo que finalmente ofrece. No es que sea una película superficial, pero lo ambicioso de las pretensiones del director no se ve realmente plasmado al final de la película, que se queda en un aparatoso despliegue de intenciones que no alcanzan su meta.

Para empezar, quizá el guión quiere abarcar más de lo que debiera y lo que parece una interesante reflexión de una mujer al final de sus días se va perdiendo en detalles y en historias paralelas que despistan al espectador e impiden que se centre en algo concreto. Así, la figura de Harris, que parece ser el eje sobre el que va a girar la película, no alcanza el protagonismo esperado, quedando en una noche de amor y poco más. No sabemos bien porqué Ann y él no siguen juntos, ni tampoco queda clara esa pasión y ese amor tan especial que hace que Ann lo añore en su lecho de muerte. Sin embargo, su relación con Buddy (Hugh Dancy) es más interesante y emocionante, quizá porque el personaje de Buddy es mucho más profundo e intenso que el de Harry, que no llega a definirse y se queda como un ente un tanto indeterminado.

Tampoco el recurso a los flash-backs, necesario pero fallido, ayuda a mantener la emoción del relato, pues los recuerdos de Ann se ven cortados brusca y repetidamente con abruptos regresos al presente, sin que esos saltos continuos aporten nada especial, sino que más bien rompen el hilo de ambos relatos, el presente y el pasado, de manera que no llegamos a meternos de lleno en ninguno de los dos.

Y lo peor de todo es que la base de la película, el reflexionar sobre lo que pudo ser una vida y no fue, sobre las oportunidades perdidas, los errores y los fracasos se queda en una reflexión un tanto superficial, donde al final parece que nada tiene importancia realmente, que hay que conformarse con las decisiones tomadas, aunque sean erróneas, porque, como se dice en el film: no existen los errores. Es como conceder que no vale la pena luchar por los sueños, que lo mejor es el conformismo, la vida de renuncia. Una conclusión realmente pobre y que echa por tierra las posibilidades de un argumento muy interesante que al final opta por el camino más fácil y por brindar un supuesto final feliz que en realidad no resulta para nada convincente.

El trabajo de las actrices es impecable en general, si bien algunas escenas resultan demasiado forzadas, pues se busca ante todo la belleza estética y pueden parecer, como me sucedió a mí, demasiado artificiosas. Y es que lo mejor, desde mi punto de vista, es la naturalidad. Cuando una historia tiene fuerza y consistencia, cuanto menos la decores, mejor. Quizá aquí sucede un poco lo contrario, se pretende envolver de lujo un relato que termina decepcionando.

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