El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 10 de septiembre de 2018

Le jour se lève



Dirección: Marcel Carné.
Guión: Jacques Vito y Jacques Prévert.
Música: Maurice Jaubert.
Fotografía: Curt Courant, Philippe Agostini y André Bac.
Reparto: Jean Gabin, Jacqueline Laurent, Arletty, Jules Berry, Arthur Devère, Bernard Blier.

François (Jean Gabin) acaba de matar de un disparo a Valentin (Jules Berry), un manipulador artista de variedades. Encerrado en su habitación, cercado por la policía, François repasa su vida y cómo llegó a esta situación.

Como se explica en el resumen del argumento, Le jour se lève (1939) se construye a base de largos flash backs del protagonista, lo que motivó que los productores de la cinta, temiendo que este inusual recurso pudiera llevar a la confusión de los espectadores (estamos en 1939), insistieran en que se explicara esta circunstancia al comienzo de la película, lo que se hizo recurriendo a un breve texto explicativo.

La asociación de Marcel Carné con el escritor Jacques Prévert dio lugar a memorables títulos del cine francés, como El muelle de las brumas (1938), Les visiteurs du soir (1942) o Los niños del paraíso (1945), que se unen a este thriller intimista que constituye toda una referencia en la obra del director.

La película se inscribe en lo que se dio en llamar, posteriormente, por la Nouvelle Vague, el realismo poético francés. No se trata, por lo tanto, de una visión descarnada de la realidad, sino de aportarle un enfoque poético, aunque sin disimular los aspectos más tristes y desesperantes de la condición humana. La aportación de Jacques Prévert, autor de los notables diálogos del film, es evidente en este sentido, con algunas frases realmente hermosas, cargadas de desesperación o reflejo de la irremediable soledad de los protagonistas, en especial François y Clara (Arletty), cuyo destino hubiera sido estar juntos, haciéndose compañía, como almas casi gemelas, sino hubiera aparecido el amor como un espejismo en la monótona vida de François.

Y es que éste se encapricha de la dulce Françoise (Jacqueline Laurent), huérfana como él y con su mismo nombre, en femenino. Sin embargo, las apariencias lo engañan y Françoise no es la dulce joven que se imagina, pues mantiene una relación con un hombre mucho más mayor y no duda en mentir a François cuando le interesa. Es un amor viciado que llevará al bueno de François a perder la cabeza y sellar su destino.

El film es, pues, pesimista, con unos personajes marcados casi por el destino, incapaces de escapar de su condición. La esperanza de felicidad de François, un tanto idílica, chocará con la gente con la que se encuentra, perdedores en un mundo marginal, mentirosos, desengañados, manipuladores. François no podrá salir indemne de ahí. Y acepta su suerte con cierta resignación: "Se acabó, ya no hay ningún François".

Jean Gabin, el galán francés de la época, tipo duro que anticipa los que le sucederán dentro del cine negro, muestra su natural predisposición para este tipo de personajes, si bien no está libre de cierta teatralidad que se encuentra un poco en la idiosincrasia del cine francés y que se extiende a otros secundarios. Más comedidos se encuentran la maravillosa Arletty, en su papel de mujer desengañada pero aún con cierta esperanza que no logra retener a su caballero, y Jules Berry con un personaje manipulador y mentiroso al que encarna con absoluta convicción. Por último, la perturbadora belleza de Jacqueline Laurent, en el papel de una joven no tan pura como su apariencia puede augurar. Una especie de mujer fatal que casi ignora que lo sea y que nos llega a engañar incluso a los espectadores.

Obra clave del cine clásico francés, de ahí que haya preferido conservar el título original, por el que es sin duda más conocida, la película tuvo un remake estadounidense en 1947, La noche eterna, de Anatole Litvak, con Henry Fonda y Vincent Price.
 

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