El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 8 de febrero de 2022

Una extraña entre nosotros



Dirección: Sidney Lumet.

Guión: Robert J. Avrech.

Música: Jerry Bock.

Fotografía: Andrzej Bartkowiak.

Reparto: Melanie Griffith, Eric Thal, John Pankow, Tracy Pollan, Lee Richardson, Mia Sara, Jamey Sheridan.

Emily Edith (Melanie Griffith), policía de Nueva York, se encarga de investigar un asesinato cometido en la comunidad ortodoxa judía. Para ello, deberá convivir con ellos.

Una extraña entre nosotros (1992) se aparta un poco de lo que podríamos esperar de un film policíaco. En esta ocasión, la investigación del crimen de un miembro de una comunidad ortodoxa judía se queda en un segundo plano para desarrollar prioritariamente lo que parece ser la finalidad última de la película: ensalzar las bondades de la vida de la comunidad ortodoxa judía.

La idea no es nueva. Recordemos que Único testigo (Peter Weir, 1985) tenía un planteamiento similar, pero situando al protagonista en medio de una comunidad amish.

El problema de Una extraña entre nosotros es que no alcanza el nivel del film de Peter Weir. No se trata de compararlos, simplemente analizando los pros y los contras de la película, vemos que los segundos terminan teniendo más peso.

La alabanza sin reparos de la comunidad judía, por ejemplo, resulta un tanto artificial. Solo vemos los aspectos positivos de ese universo y la alegría, la solidaridad, el respeto y la honradez de sus miembros resultan un poco empalagosos y ciertamente dudosos. Nada es tan perfecto. Además, el esfuerzo en mostrarnos sus costumbres termina por perjudicar el ritmo de la historia, que hacia la mitad del metraje llega a resultar algo tediosa, a pesar del buen oficio de un director con la experiencia de Sidney Lumet.

Es cierto que la evolución de Emily, una policía muy alejada de los valores judíos, es un elemento interesante, pero el problema es que resulta demasiado previsible, a parte de resultar también un poco simplista. Falta quizá una mayor profundidad a la hora de dibujar la personalidad de Emily para vivir con más intensidad su transformación. Pero ese es un debe de la película en relación con todos los personajes: se queda en la superficie de todos ellos, haciendo un retrato un tanto superficial y muy estereotipado. Da la sensación de que el guión se centró preferentemente en mostrar los detalles de las costumbres judías y su origen que en hacer una verdadera introspección en los personajes. El resultado es que la visión que da de los judíos resulta un tanto almibarada y no parece un retrato realista.

Otro problema añadido es que me costaba ver a Melanie Griffith como la policía Emily. No me parecía la actriz más idónea para el papel, a parte que su personalidad ni está bien definida ni tiene carisma. Los diálogos, por ejemplo, son un punto negativo más, pues en muchos momentos resultaban banales o ridículos.

Tampoco la fotografía me terminó de convencer. Se ve un esfuerzo por dar al film un aspecto preciosista, con luces cálidas y un aire casi etéreo en ocasiones. De nuevo, lo que primero que me viene a la mente es ese interés en hacer casi un hermoso cuento sobre el judaísmo más que un film realista y objetivo. Y esa sensación de manipulación me resulta desalentadora.

La investigación del crimen, como decía, se queda en un muy segundo plano, pero cuando toca resolver el tema, de nuevo el guión cae en precipitaciones y simplificaciones del todo ridículas. Se juega al despiste con los extorsionadores y se resuelve todo de prisa y sin demasiada imaginación, con un desenlace que no me pareció para nada creíble y donde parece buscarse más la emoción de manera un tanto burda que un verdadero final con sentido.

Entre los elementos positivos habría que citar que las bondades de la comunidad judía; los valores de colaboración y ayuda mutua no dejan de ser positivos, por mucho que estén expuestos con torpeza. Y la transformación de Emily al contacto con ese mundo, poniendo en orden sus prioridades y lo que es realmente importante en la vida, es lo mejor de la película. Pero insisto en que las buenas intenciones no terminan de estar del todo bien reflejadas por un guión demasiado simplista.

Un film, en resumen, que no logra desarrollar su potencialidad y que termina siendo un cúmulo de estereotipos y de momentos desaprovechados. 

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