El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 14 de febrero de 2022

La muchacha de Londres



Dirección: Alfred Hitchcock.

Guión: Alfred Hitchcock, Benn W. Levy y Charles Bennett (Obra teatral: Charles Bennett).

Música: James Campbell y Reginald Connelly.

Fotografía: Jack E. Cox.

Reparto: Anny Ondra, John Longden, Cyril Ritchard, Sara Allgood, Charles Paton, Donald Calthrop, Harvey Braban.

Durante una cita, Alice White (Anny Ondra) decide dejar plantado a su novio, el detective de policía Frank Webber (John Longden), y tontear con un pintor (Cyril Ritchard) que se siente atraído por ella. Acude con él a su estudio y cuando el artista intenta propasarse, ella se defiende y lo mata con un cuchillo.

La muchacha de Londres (1929), a veces titulada con la traducción literal de su título en inglés, Chantaje, es la primera película sonora de Alfred Hitchcock. En realidad, se filmó una versión muda, pero cuando llegó a Inglaterra la tecnología del sonoro, los productores pidieron a Hitchcock que adaptara el final como película hablada. El director, sin embargo, decidió convertir en sonoro todo el film. De ahí que se vean aún algunos fallos en la sincronización del sonido y la imagen o que el comienzo aún sea un film mudo, acompañando las escenas con música. También tuvo que doblar la voz de Anny Ondra, que apenas hablaba inglés, utilizando a Joan Barry.

Pero más allá de este detalle, la película permite constatar ciertos elementos que serán comunes en la producción del director. Por ejemplo, su aparición al comienzo de cada película, algo que había comenzado por mera necesidad ante la escasez de medios en sus comienzos, para convertirse en algo habitual, una especie de guiño a los espectadores.

Otro rasgo característico de Hitchcock que ya está presente aquí es el gusto por planos que resalten ciertos detalles del decorado, como plano cenital sobre las escaleras, por ejemplo. Es algo a lo que el director era muy aficionado, potenciando a menudo la imagen sobre la palabra, una herencia de la época del cine mudo que supo conservar durante toda su carrera.

Y también la costumbre de llevar el climax de la historia a un lugar público muy conocido, en este caso, el Museo Británico. Más adelante veremos escenas parecidas en la Estatua de la Libertad (Sabotaje) o el Monte Rushmore (Con la muerte en los talones).

Centrándonos en la historia, La muchacha de Londres cuenta con un argumento excesivamente simple que parece que no da para mucho. De ahí el hecho de que muchas secuencias se alarguen de manera algo forzada. Ello provoca algunos momentos en que se percibe un bajón en el ritmo, motivado también por una escasa fluidez de los diálogos, que se explicaría por su inicial concepción como film mudo.

Tampoco el lado psicológico de los personajes está del todo bien dibujado. Alice, por ejemplo, aparece como una joven un tanto caprichosa y egoísta, lo que no la hace especialmente simpática a los ojos del espectador, sobre todo con la manera de engañar a su novio. Éste tampoco tiene unos contornos definidos. Comprendemos que intente proteger a su novia o, al menos, ganar tiempo para pensar cómo ayudarla una vez que sospecha que fue ella la que mató al pintor. Pero su comportamiento con el chantajista, pareciendo asumir que le cargará con el crimen, lo convierte también en una persona antipática a nuestros ojos. En realidad, creo que el problema de todo ello es la falta de concreción del guión, que no termina de aclarar con precisión la trama y cuya prueba definitiva sería el final un tanto absurdo y brusco, que nos deja un tanto descolocados. 

De hecho, el director había planeado otro desenlace, que vendría a explicar y a cuadrar con el comienzo del film, donde vemos con detalle el proceso de detención de un delincuente. En el final que el director deseaba, Alice era detenida y su novio tenía que repetir el mismo proceso que se había visto al comienzo. Sin embargo, los productores no aprobaron un desenlace tan pesimista.

En cuanto a los actores, hemos de entender que se trata de profesionales del cine mudo y la manera de interpretar en ese medio era muy diferente. Lo vemos con claridad en Anny Ondra, cuya expresividad un tanto excesiva delata la teatralidad del cine mudo y hace que nos cueste un poco comprender en la actualidad ese estilo, que afecta a todos los protagonistas por igual.

La muchacha de Londres tiene el interés de poder seguir los primeros pasos del director, pues tanto el argumento como la puesta en escena dista mucho del nivel de obras posteriores de Hitchcock. Con el encanto de la ingenuidad y sencillez del cine de aquella época, podemos disfrutarla como un curiosa precursora del estilo del maestro del suspense.

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