El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 10 de mayo de 2022

El juez de la horca



Dirección: John Huston.

Guión: John Milius.

Música: Maurice Jarre.

Fotografía: Richard Moore.

Reparto: Paul Newman, Jacqueline Bissett, Tab Hunter, John Huston, Roddy McDowall, Anthony Perkins, Anthony Zerbe, Ava Gardner, Stacy Keach, Victoria Principal, Roy Jenson, Gary Combs, Fred Brookfield, Ben Dobbins, Dick Farnsworth, LeRoy Johnson, Fred Krone.

A finales del siglo XIX, al oeste del río Pecos no había ley ni orden. Roy Bean (Paul Newman), un foragido, tras vengarse de unos bandidos que quisieron ahorcarlo, impondrá su peculiar ley en el territorio.

El juez de la horca (1972), méritos artísticos aparte, ha merecido mi atención por recrear la vida de un curioso personaje del lejano Oeste: el juez Roy Bean.

Bean es uno de esos legendarios personajes del Oeste americano que han trascendido su propia existencia, llegando a ocupar un lugar casi mítico en la memoria de la conquista del Oeste, al estilo de Billy el Niño o Buffalo Bill. 

Conocí a esta legendaria figura de la mano del cómic "El juez"  de la serie de Lucky Luke y ya entonces me fascinó esa figura autoritaria, arbitraria y ciertamente original. En el cómic, Bean profesaba una devoción casi religiosa por Lillie Langtry, una famosa actriz de la época, y tenía hasta un oso como mascota, detalles que recoge también El juez de la horca. Comprendemos pues que estamos ante un tipo realmente curioso, si bien hemos de aceptar que la ficción seguramente supera en mucho a la realidad. Es lo que suele suceder cuando la leyenda se impone a la historia.

Lo primero que llama la atención es el tratamiento dado a la figura del juez. Estamos en los años setenta del pasado siglo y el western, en esos años, ha evolucionado radicalmente. Ya no se quiere seguir con el discurso del período clásico, donde el héroe era un hombre justo e intachable. Ahora todo se difumina y la separación entre el bien y el mal reside más bien en el punto de vista que se adopte. Aparecen los protagonistas perdedores, casi como el culmen de lo auténtico. No se pretende moralizar ni ejemplarizar, sino que hay una intención transgresora, casi exaltando lo marginal. 

Y John Huston se alinea en esa corriente y nos presenta a un juez violento, egoísta y arbitrario. No es un héroe ejemplar, sino un bandido que utiliza la ley que más le conviene y que no tiene ningún reparo ni cargo de conciencia en ajusticiar a cualquier delincuente que se cruce en su camino.

Tal vez para aligerar ese punto de vista, sin duda reprobable y cruel, Huston adopta un tono de comedia que preside toda la historia. Incluso en los momentos más violentos, el enfoque tiene ese punto de parodia que hace que no se llegue a dramatizar nunca en exceso. Solamente en ciertos momentos puntuales, como la muerte del oso o de María Elena (Victoria Principal) el tono se vuelve serio y el director demuestra cómo es capaz de cambiar de registro en un segundo con total brillantez.

A pesar de todo, creo que El juez de la horca no termina de funcionar del todo. Por un lado, encuentro que le falta tensión dramática, no solamente por el tono de comedia, sino porque no hay un elemento que centre el desarrollo, que aporte interés a la historia. Normalmente, en cualquier película hay un discurso que nos lleva desde el comienzo hacia el desenlace y que justifica el desarrollo y le da cierta unidad. En esta ocasión, la historia es una sucesión de capítulos en la vida de Bean pero sin que aparezca un punto de tensión que nos prevenga sobre lo que puede suceder. 

Además, a ello hay que sumar la excesiva duración de la película, acrecentada esa sensación por el punto anterior: la falta de un discurso continuado que alimente la tensión.

Por ello, he de reconocer que hacia la mitad de la película sentía cierto cansancio y casi deseaba que terminara. Es cierto que el final, donde se concentran los momentos más intensos de la historia, logra incrementar el interés por las vicisitudes de la vida del juez, pero tal vez todo esto llega un poco tarde.

En cuanto al reparto, poco que decir sobre la calidad del trabajo de Paul Newman, sin duda el mejor con diferencia y que, a pesar de romper con la imagen que tenía anteriormente de la figura del juez, encarna con absoluta credibilidad a este curioso personaje, sin que el tono ligero del relato altere la fuerza y cierta brutalidad que sabe aportar a su personaje. La gran cantidad de nombres conocidos en el reparto (John Huston, Ava Gardner, Jacqueline Bissett, Anthony Perkins) pueden funcionar como reclamo, pero su participación es casi anecdótica.

Junto a El juez de la horca, recomiendo El forastero (1940), donde William Wyler también se acerca a la figura de Roy Bean, encarnado por el gran Walter Brennan, y que puede servir como punto de comparación sobre el tratamiento del mismo personaje en diferentes momentos del western.

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