El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

jueves, 6 de octubre de 2022

Llega un jinete libre y salvaje



Dirección: Alan J. Pakula.

Guión: Dennis Lynton Clark.

Música: Michael Small.

Fotografía: Gordon Willis.

Reparto: Jane Fonda, James Caan, Jason Robards, Richard Farnsworth, George Grizzard, Jim Davis, James Keach, Mark Harmon.

Jacob Ewing (Jason Robards), un terrateniente ambicioso y cruel, lleva años intentando apoderarse de las tierras de un vecino que ahora explota su hija, Ella (Jane Fonda), que pasa por verdaderos apuros económicos.  

Western tardío, tanto por el año de realización como por la época en que transcurre, Llega un jinete libre y salvaje (1978) es un film con pretensiones que lamentablemente se queda a medio camino entre lo que busca y lo que ofrece.

La historia es sencilla: la ambición desmedida de un terrateniente, Ewing, por hacerse con las tierras del valle, tras las que lleva muchos años, hasta el punto de que, muerto su principal rival, ahora tiene que enfrentarse a su hija. Además, esta ha vendido parte de sus tierras a dos exmilitares, con lo que aparecen dos nuevos enemigos para Ewing. 

La elección de Pakula es fundamentalmente estética: desarrollar este drama desde la tranquilidad y la economía de medios. Así, el film avanza despacio, con el director recreándose en planos generales que muestren la belleza del paisaje y marquen un ritmo contemplativo. 

La economía abarca los personajes, muy pocos, así como los decorados, los diálogos y hasta la manera de desarrollarse la historia, donde vamos conociendo algunos detalles con cuentagotas y donde el guión no se preocupa demasiado por profundizar en los conflictos ni en los personajes, sino que se contenta con esbozar las líneas maestras en una clara elección por cierta sobriedad, argumental y de desarrollo.

Aquellos que aprecien este tipo de planteamientos, sin duda disfrutarán de un film que podríamos catalogar de minimalista, donde todo se insinúa más que se muestra, donde los personajes asoman sus raíces pero que, sin embargo, permanecen en su mayoría en la sombra. Será el propio espectador el que deberá ir componiendo el puzzle, rellenando espacios y situaciones.

Pero toda cara tiene su cruz y este planteamiento tan estético y distante convierte a Llega un jinete libre y salvaje, título un tanto excesivo visto el tono de la cinta, en una película fría y repetitiva.

Fría porque no llegamos a adentrarnos en el drama personal de los protagonistas ya que están tan esquemáticamente explicados y el tratamiento es tan distante que no sentimos afinidad hacia ellos ni odio hacia el malo. Asistimos al drama casi anestesiados por la pausada puesta en escena, por la recreación estética plasmada en planos generales que adormecen la emoción, por el deleite del director en la creación de bonitas imágenes en claro oscuro, hermosas, sí, pero que deberían acompañarse de algo más para que no se queden en un mero ejercicio de estilo con muy poca sangre en las venas.

Por ello, asistimos a la muerte de Dodger (Richard Farnsworth), el viejo vaquero fiel a Ella, casi sin percatarnos de qué sucede, hasta que presenciamos el entierro. Y lo mismo sucede con el desenlace, que casi nos pilla por sorpresa y que se desarrolla ante nuestros ojos de manera precipitada y sin causar la más mínima emoción. 

Es más, aunque esto es una apreciación personal, el personaje de Ewing, que por sus actos vemos que es el diablo en persona, entendemos que es un terrateniente poderoso, pero fruto de esta economía de medios a la que antes me refería, resulta que aparece casi siempre solo, y cuando aparecen sus secuaces, se reducen a dos, uno de ellos bastante mayor además. La impresión que tenía no era precisamente de alguien temible, sino de una especie de señor en decadencia que no aguantaba ni medio asalto. 

Y repetitiva por la repetición de planos generales como recurso estético que, aunque de cierta belleza, terminan por aburrir un poco a fuerza de constituir un recurso utilizado con escasas variantes y apenas otras alternativas.

Paralelo al drama principal, el film también es una defensa de la tierra, de la explotación ganadera a la vieja usanza y en contra del progreso, representado por la compañía petrolífera, que amenaza con destruir la belleza del entorno en busca de beneficios económicos.

Como decía, habrá espectadores que logren disfrutar con este tipo de propuestas, valorando la elección estética y su originalidad, pero creo que una historia como la que se intenta narrar aquí exige de mayor tensión, nervio, pasión y fuerza, al menos a mí me ha faltado todo eso. 

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