Dirección: Cecil B. DeMille.
Guión: Charles Bennett, Fredric M. Frank y Jesse L. Lasky, Jr.
Música: Victor Young.
Fotografía: Ray Rennahan.
Reparto: Gary Cooper, Paulette Goddard, Howard Da Silva, Boris Karloff, Cecil Kellaway, Ward Bond, Virginia Campbell, Katherine DeMille, Henry Wilcoxon.
Condenada por asesinato, la joven Abigail Martha Hale (Paulette Goddard) debe elegir si morir en la horca o ser enviada a las colonias británicas de América del Norte como esclava.
Los inconquistables (1947) es un magnífico ejemplo del cine clásico norteamericano, con sus innegables virtudes y sus marcados defectos. Todo ello servido por el polémico Cecil B. DeMille, un director bastante esclavo de su mentalidad y que no permitía que la historia estropease su función.
Lo primero que me gustaría resaltar es la magnífica puesta en escena de Los inconquistables. DeMille recrea una parte poco tratada por el cine de la historia de Estados Unidos y lo hace con rigor en la ambientación, curiosidades como la existencia de esclavos blancos en las colonias americanas pero, por encima de todo, con un ritmo sobresaliente. La cinta tiene una duración de ciento cuarenta y siete minutos, al estilo de las obras del director, pero transcurre con una agilidad asombrosa, de manera que no sentimos jamás el peso de su duración. Es más, incluso tenemos la sensación de que ha transcurrido en menos tiempo del señalado en la ficha de la película.
Esto sin duda se debe al talento de DeMille como narrador, pero también a un guión perfectamente construido donde, con el hilo conductor del maravilloso romance entre el capitán Holden (Gary Cooper) y la hermosa Abigail, se cuenta una historia llena de aventuras, traiciones, mentiras y guerras con los indios que no nos deja ni un segundo de tranquilidad.
Cuenta mucho también la perfecta construcción de los personajes principales, definidos es verdad con rasgos muy someros, sin matices, pero que funcionan maravillosamente a la hora de aportar el dramatismo y la singularización necesarias para que disfrutemos y suframos con sus aventuras. Holden es el prototipo perfecto del héroe clásico: apuesto, valiente y galante. Seguramente nadie como Gary Cooper para aportarle ese porte magnífico y una naturalidad incuestionable. Paulette Goddard nos ofrece su inconfundible belleza, algo salvaje, con una mirada que te paraliza, que le da a la cinta, a pesar de su contención, un profundo e inquietante toque sensual, imposible de obviar. El tercero en discordia es Howard Da Silva, un actor poco conocido pero que borda aquí su papel de villano con una solvencia increíble. Cada aparición suya resulta inquietante y cautivadora al mismo tiempo.
La confrontación de estos tres personajes confiere a la historia una tensión constante y convierte el relato en un drama personal intenso y apasionante que se completa con la historia de los enfrentamientos con los indios, donde hay que destacar la maravillosa presencia de Boris Karloff.
Además, DeMille posee esa elegancia y sensibilidad de los directores clásicos que le permite salpicar la historia de detalles sublimes (a veces una simple mirada en el momento exacto) y escenas cargadas de una emoción evidente, siempre con la elegancia de la elipsis como recurso creativo y delicado, que le dan una profundidad y una fuerza especiales a la historia, llevándola un paso más allá del mero relato épico y romántico.
Naturalmente, no podemos dejar de señalar el manifiesto enfoque partidista del relato, donde los héroes son los blancos mientras que los indios son retratados con todos los defectos posibles. Estamos ante una historia contada por los vencedores y su finalidad no es otra que ensalzar a los pioneros que desafiaron los peligros reinantes para llevar a cabo la conquista de los Estados Unidos. Es evidente que este enfoque es falso y oculta el trato y los abusos perpetrados por los hombres blancos contra las naciones indias. DeMille, como decía, tenía una mentalidad bastante especial y su racismo es más que evidente.
Sin embargo, si valoramos estrictamente la película por sus atributos meramente artísticos y evitamos emitir juicios demasiado severos sobre una obra de 1947, he de reconocer que Los inconquistables es un film grandioso.
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