El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 24 de julio de 2024

Su majestad de los mares del Sur



Dirección: Byron Haskin.

Guión: Borden Chase y James Hill (Novela: Lawrence Klingman y Gerald Green).

Música: Dimitri Tiomkin.

Fotografía: Otto Heller.

Reparto: Burt Lancaster, Joan Rice, André Morell, Abraham Sofaer, Archie Savage, Benson Fong, Tessa Prendergast, Lloyd Berrell, Charles Horvath, Philip Ahn, Guy Doleman. 

El capitán David Dion O'Keefe (Burt Lancaster) es abandonado a su suerte en un bote tras amotinarse su tripulación. La fortuna quiere que llegue a la pequeña isla de Yap, donde es atendido y curado.

La época clásica de Hollywood nos regaló algunos de las mejores películas de aventuras jamás filmadas. Pienso especialmente en las de espadachines, un subgénero donde brillaron Errol Flynn o Stewart Granger, por citar a dos actores icónicos del género.

Burt Lancaster también tuvo su momento y precisamente cuando se rueda Su majestad de los mares del Sur (1954), el actor estaba en plena forma.

La cinta nos lleva a las islas del Sur Pacífico, aportando una ambientación pintoresca que busca darle un toque entre étnico y exótico a las aventuras del capitán O'Keefe, un hombre ambicioso y decidido que busca la riqueza y la gloria.

Sin embargo, hay ciertos detalles en la película que no terminan de funcionar del todo bien. Para empezar, el tema de los nativos de las islas resulta un tanto caduco a día de hoy, con un planteamiento que no resulta muy convincente, con esos bailes tan artificiales estilo Hollywood que denotan una moda y un estilo muy ceñidos a su época y que no han soportado del todo bien el paso de los años. No quiero entrar en temas de racismo, pues no me parece ni oportuno ni justo, pero es cierto que los nativos solamente parecen ser una especie de atrezo, una nota exótica sin demasiada relevancia.

El otro gran inconveniente de la cinta es un argumento que, desde mi punto de vista, no me termina de convencer. Por un lado, la imagen que tenemos del protagonista no es para nada positiva. Su ambición desmesurada y el escaso respeto que muestra por los indígenas y su manera de vivir hacen que sintamos cierta antipatía hacia él, lo que es un sinsentido. Al final, cuando comprende lo erróneo de su comportamiento, se redime en cierto sentido, pero es algo tarde, pues durante toda la historia estamos siempre molestos por su falta de consideración hacia los indígenas y sus decisiones egoístas. Quizá parte del problema es que el personaje del capitán no está bien definido, pues más allá de su ambición no sabemos nada más sobre él.

Y esta falta de profundidad se extiende a todos los personajes, siendo especialmente alarmante en el caso de su esposa, Dalabo (Joan Rice), pues no terminamos de entender del todo bien sus sentimientos hacia O'Keefe. A veces parece temerle, otras podría parecer que no lo entiende y en otros momentos se diría que su amor es sincero y apasionado. Pero, como digo, creo que el fallo está en un guión que no sabe definir a los personajes, con lo que todo queda en el aire.

Y tampoco los conflictos planteados con el tráfico de la copra, el aceite extraído del coco, tienen demasiada fuerza y profundidad, sucediéndose enfrentamientos de un modo precipitado y donde todo es demasiado superficial de nuevo, especialmente los arreglos finales de O'Keefe, manejando a todo el mundo con una facilidad que no resulta convincente; da más bien la impresión de que es fruto de un argumento que no ha sido capaz de hilvanar las situaciones y conflictos con un mínimo de lógica y de profundidad.

Para colmo, Burt Lancaster abusa de sus gestos grandilocuentes y un dramatismo excesivo, algo que siempre noté en él y que hacía que no lo tuviera entre mis actores favoritos. Se que es una apreciación muy personal, pero fue un pequeño lastre que se sumaba a todo lo demás.

El resultado es un film que me decepcionó bastante, llegando incluso a hacerse pesado en algunos momentos. Queda para los incondicionales de Burt Lancaster y los amantes de las aventuras exóticas, pero lejos de los mejores ejemplos del cine de aventuras de la época.

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