El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 13 de agosto de 2024

Confidencias a medianoche



Dirección: Michael Gordon.

Guión: Stanley Shapiro y Maurice Richlin (Historia: Russell Rouse y Clarence Greene). 

Música: Frank De Vol.

Fotografía: Arthur E. Arling.

Reparto: Rock Hudson, Doris Day, Tony Randall, Thelma Ritter, Nick Adams, Julia Meade, Allen Jenkins, Marcel Dalio, Lee Patrick, Mary McCarty. 

Jan Morrow (Doris Day), decoradora de interiores, y Brad Allen (Rock Hudson), compositor y mujeriego, comparten línea telefónica, con el inconveniente que provoca dicha situación y que les lleva a continuas discusiones.

Confidencias a medianoche (1959) ha pasado a la historia del cine por ser la primera comedia romántica que protagonizaron Rock Hudson y Doris Day, la novia de América en los años cincuenta del siglo XX. El éxito de la película propició que ambos actores protagonizaran dos comedias más juntos: Pijama para dos (Delbert Mann, 1961) y No me mandes flores (Norman Jewison, 1964). Curiosamente, en las tres cintas participa Tony Randall, así que tal vez habría que hablar de un trío más que de una pareja protagonista.

Ciñéndonos a Confidencias a medianoche, estamos ante una comedia muy característica de su momento, donde Estados Unidos vivía una época de tranquilidad y prosperidad que se reflejaba en cintas como esta, que nos muestran un mundo de hombres blancos de éxito, lujo, glamour y alegría de vivir. Es la típica película que vende optimismo por los cuatro costados, hasta el punto de que cualquier problema o vicio, como que la doncella de Jan (Thelma Ritter) sea una alcohólica, es presentado desde una perspectiva divertida e inocente.

Pero la fuerza de la película, y su importancia histórica, reside en la pareja protagonista, ejemplo de esa Norteamérica triunfante y atractiva. Rock Hudson era entonces el prototipo de hombre perfecto: elegante, alto, fuerte y guapo a rabiar. Más adelante descubriríamos que era homosexual, con su triste final, pero en la pantalla era un ejemplo de la perfección masculina. Doris Day representaba a su vez el ideal de belleza femenina: rubia, con unos ojos azules impresionantes, elegante y refinada. Pero también muy casta, siempre correcta, evitando comportamientos indecorosos. Es una imagen bucólica y perfecta de una América de ensueño que el cine vendía a todo el mundo.

Si nos centramos en los valores meramente artísticos de Confidencias a medianoche, nos encontramos con una comedia muy sencilla, donde los personajes no parecen reales, lo mismo que sus comportamientos suenan a falsos. Y es que no se buscaba la verosimilitud, sino sencillamente contarnos un cuento de hadas donde la mujer conduce al hombre a la mansedumbre del hogar y donde al amor es una fuerza capaz de vencer cualquier obstáculo. 

El humor es también muy básico, incluso infantil, en un conjunto de escenas donde se recurre al engaño para mantener cierto interés por el desenlace, a pesar de que se adivine de antemano el desenlace perfecto y feliz, que es lo que ponía el broche de oro a las aventuras y desencuentros de los protagonistas.

En la puesta en escena destaca el recurso de la pantalla partida para mostrar las conversaciones telefónicas a dos y tres personas a la vez, sin duda un toque acertado y original. En cambio, el recurrir a hacernos escuchar los pensamientos de los personajes no terminó de convencerme, tal vez por la falta de ingenio de sus reflexiones, al nivel del humor elemental mencionado anteriormente.

Confidencias a medianoche representa un estilo de comedias que no ha envejecido demasiado bien y que resulta un tanto infantil en la actualidad. Sin embargo, hemos de valorarlo en la medida de que nos cuenta algo muy valioso sobre aquella época y también sobre el cine como reflejo y a la vez creador de un mundo muy concreto, donde los problemas parecían poco importantes y donde los guapos protagonistas terminaban juntos y felices, vendiendo una realidad idílica como paradigma de una vida perfecta.

La película ganó el Oscar al mejor guión original, realmente muy curioso.

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