Dirección: Michael Gordon.
Guión: Stanley Shapiro y Maurice Richlin (Historia: Russell Rouse y Clarence Greene).
Música: Frank De Vol.
Fotografía: Arthur E. Arling.
Reparto: Rock Hudson, Doris Day, Tony Randall, Thelma Ritter, Nick Adams, Julia Meade, Allen Jenkins, Marcel Dalio, Lee Patrick, Mary McCarty.
Jan Morrow (Doris Day), decoradora de interiores, y Brad Allen (Rock Hudson), compositor y mujeriego, comparten línea telefónica, con el inconveniente que provoca dicha situación y que les lleva a continuas discusiones.
Confidencias a medianoche (1959) ha pasado a la historia del cine por ser la primera comedia romántica que protagonizaron Rock Hudson y Doris Day, la novia de América en los años cincuenta del siglo XX. El éxito de la película propició que ambos actores protagonizaran dos comedias más juntos: Pijama para dos (Delbert Mann, 1961) y No me mandes flores (Norman Jewison, 1964). Curiosamente, en las tres cintas participa Tony Randall, así que tal vez habría que hablar de un trío más que de una pareja protagonista.
Ciñéndonos a Confidencias a medianoche, estamos ante una comedia muy característica de su momento, donde Estados Unidos vivía una época de tranquilidad y prosperidad que se reflejaba en cintas como esta, que nos muestran un mundo de hombres blancos de éxito, lujo, glamour y alegría de vivir. Es la típica película que vende optimismo por los cuatro costados, hasta el punto de que cualquier problema o vicio, como que la doncella de Jan (Thelma Ritter) sea una alcohólica, es presentado desde una perspectiva divertida e inocente.
Pero la fuerza de la película, y su importancia histórica, reside en la pareja protagonista, ejemplo de esa Norteamérica triunfante y atractiva. Rock Hudson era entonces el prototipo de hombre perfecto: elegante, alto, fuerte y guapo a rabiar. Más adelante descubriríamos que era homosexual, con su triste final, pero en la pantalla era un ejemplo de la perfección masculina. Doris Day representaba a su vez el ideal de belleza femenina: rubia, con unos ojos azules impresionantes, elegante y refinada. Pero también muy casta, siempre correcta, evitando comportamientos indecorosos. Es una imagen bucólica y perfecta de una América de ensueño que el cine vendía a todo el mundo.
Si nos centramos en los valores meramente artísticos de Confidencias a medianoche, nos encontramos con una comedia muy sencilla, donde los personajes no parecen reales, lo mismo que sus comportamientos suenan a falsos. Y es que no se buscaba la verosimilitud, sino sencillamente contarnos un cuento de hadas donde la mujer conduce al hombre a la mansedumbre del hogar y donde al amor es una fuerza capaz de vencer cualquier obstáculo.
El humor es también muy básico, incluso infantil, en un conjunto de escenas donde se recurre al engaño para mantener cierto interés por el desenlace, a pesar de que se adivine de antemano el desenlace perfecto y feliz, que es lo que ponía el broche de oro a las aventuras y desencuentros de los protagonistas.
En la puesta en escena destaca el recurso de la pantalla partida para mostrar las conversaciones telefónicas a dos y tres personas a la vez, sin duda un toque acertado y original. En cambio, el recurrir a hacernos escuchar los pensamientos de los personajes no terminó de convencerme, tal vez por la falta de ingenio de sus reflexiones, al nivel del humor elemental mencionado anteriormente.
Confidencias a medianoche representa un estilo de comedias que no ha envejecido demasiado bien y que resulta un tanto infantil en la actualidad. Sin embargo, hemos de valorarlo en la medida de que nos cuenta algo muy valioso sobre aquella época y también sobre el cine como reflejo y a la vez creador de un mundo muy concreto, donde los problemas parecían poco importantes y donde los guapos protagonistas terminaban juntos y felices, vendiendo una realidad idílica como paradigma de una vida perfecta.
La película ganó el Oscar al mejor guión original, realmente muy curioso.
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