El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 7 de agosto de 2024

El artista anónimo



Dirección: Klaus Härö.

Guión: Anna Heinämaa.

Música: Matti Bye.

Fotografía: Tuomo Hutri.

Reparto: Heikki Nousiainen, Amos Brotherus, Pirjo Lonka, Pertti Sveholm, Jakob Öhrman, Stefan Sauk. 

Olavi (Heikki Nousiainen) es un anciano que regenta una tienda de arte, que ha sido y es toda su vida. Un día, en una subasta, descubre un cuadro que cree que vale mucho más de lo que piden por él. Podría ser el gran negocio con el que ha soñado siempre.

Hay cine más allá de las producciones lujosas y millonarias de Hollywood. Hay un cine más modesto e íntimo del que El artista anónimo (2018), film de la minoritaria industria finlandesa, es un buen ejemplo. No todo es perfecto en la propuesta de Härö, pero merece la pena a veces apartarse del torrente imperante y darse un paseo por caudales menos frecuentados.

El artista anónimo es el retrato de una familia: el viejo Olavi, su hija Lea (Pirjo Lonka) y su nieto Otto (Amos Brotherus). Su relación no es sencilla, intuimos que hay algo del pasado que los ha distanciado, pero el guión no desvela sus cartas y mantiene la tensión durante casi toda la historia. Como también la hay en el proceso de compra del cuadro misterioso que obsesiona a Olavi, pues intuye que ahí se encuentra el gran negocio con el ha soñado toda su vida.

La verdad, la historia es muy sencilla e incluso no logra evitar ciertos giros demasiado vistos en cientos de películas, como es el distanciamiento inicial entre Olavi y Otto pero que, naturalmente, acabarán entendiéndose y apreciándose con el paso del tiempo, conforme se van conociendo y ayudando mutuamente.

De ahí que la gran baza sea mantener cierta incertidumbre, crear un misterio en torno a los personajes y al éxito del negocio del cuadro en torno al que gira la historia. El problema es que Klaus Härö se muestra un tanto frío en su planteamiento y ello termina penalizando el desarrollo. Está claro que el director no quiere caer en sentimentalismos baratos, lo que es muy de agradecer, pero la distancia entre la elegancia y la contención y la apatía es muy delgada y en bastantes momentos el director no logra mantener el equilibrio. No se explica, por ejemplo, la obsesión por alargar innecesariamente muchas escenas, sin aportar realmente nada interesante. Una cosa es darle un ritmo pausado al relato y otra paralizarlo sin sentido. Con ello, la impresión que tenía era la de un guión tan escueto que la única manera de alargarlo era ralentizando la acción artificialmente.

También las relaciones familiares resultan demasiado frías y, en general, muy bruscas. Precisamente, ahí sí que había mucho margen para profundizar más y mejor en los conflictos de Olavi con su hija y con su nieto, pues en el fondo es lo más importante de la historia: conocer a los personajes, empatizar con ellos, vivir su dolor. Y eso el director no consigue plasmarlo con la eficacia deseable.

Aún con todos estos defectos, al menos desde mi punto de vista, creo que El artista anónimo merece la pena. Porque nos habla de la vida, de los sueños y de los fracasos, de lo complicadas que son las relaciones personales y también de la importancia de los vínculos familiares, del poder de la sangre, de la necesidad del arrepentimiento y del perdón.

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