Dirección: Klaus Härö.
Guión: Anna Heinämaa.
Música: Matti Bye.
Fotografía: Tuomo Hutri.
Reparto: Heikki Nousiainen, Amos Brotherus, Pirjo Lonka, Pertti Sveholm, Jakob Öhrman, Stefan Sauk.
Olavi (Heikki Nousiainen) es un anciano que regenta una tienda de arte, que ha sido y es toda su vida. Un día, en una subasta, descubre un cuadro que cree que vale mucho más de lo que piden por él. Podría ser el gran negocio con el que ha soñado siempre.
Hay cine más allá de las producciones lujosas y millonarias de Hollywood. Hay un cine más modesto e íntimo del que El artista anónimo (2018), film de la minoritaria industria finlandesa, es un buen ejemplo. No todo es perfecto en la propuesta de Härö, pero merece la pena a veces apartarse del torrente imperante y darse un paseo por caudales menos frecuentados.
El artista anónimo es el retrato de una familia: el viejo Olavi, su hija Lea (Pirjo Lonka) y su nieto Otto (Amos Brotherus). Su relación no es sencilla, intuimos que hay algo del pasado que los ha distanciado, pero el guión no desvela sus cartas y mantiene la tensión durante casi toda la historia. Como también la hay en el proceso de compra del cuadro misterioso que obsesiona a Olavi, pues intuye que ahí se encuentra el gran negocio con el ha soñado toda su vida.
La verdad, la historia es muy sencilla e incluso no logra evitar ciertos giros demasiado vistos en cientos de películas, como es el distanciamiento inicial entre Olavi y Otto pero que, naturalmente, acabarán entendiéndose y apreciándose con el paso del tiempo, conforme se van conociendo y ayudando mutuamente.
De ahí que la gran baza sea mantener cierta incertidumbre, crear un misterio en torno a los personajes y al éxito del negocio del cuadro en torno al que gira la historia. El problema es que Klaus Härö se muestra un tanto frío en su planteamiento y ello termina penalizando el desarrollo. Está claro que el director no quiere caer en sentimentalismos baratos, lo que es muy de agradecer, pero la distancia entre la elegancia y la contención y la apatía es muy delgada y en bastantes momentos el director no logra mantener el equilibrio. No se explica, por ejemplo, la obsesión por alargar innecesariamente muchas escenas, sin aportar realmente nada interesante. Una cosa es darle un ritmo pausado al relato y otra paralizarlo sin sentido. Con ello, la impresión que tenía era la de un guión tan escueto que la única manera de alargarlo era ralentizando la acción artificialmente.
También las relaciones familiares resultan demasiado frías y, en general, muy bruscas. Precisamente, ahí sí que había mucho margen para profundizar más y mejor en los conflictos de Olavi con su hija y con su nieto, pues en el fondo es lo más importante de la historia: conocer a los personajes, empatizar con ellos, vivir su dolor. Y eso el director no consigue plasmarlo con la eficacia deseable.
Aún con todos estos defectos, al menos desde mi punto de vista, creo que El artista anónimo merece la pena. Porque nos habla de la vida, de los sueños y de los fracasos, de lo complicadas que son las relaciones personales y también de la importancia de los vínculos familiares, del poder de la sangre, de la necesidad del arrepentimiento y del perdón.
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