El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 15 de diciembre de 2024

El hombre del oeste



Dirección: Anthony Mann.

Guión: Reginald Rose (Novela: Will C. Brown).

Música: Leigh Harline.

Fotografía: Ernest Haller.

Reparto: Gary Cooper, Julie London, Lee J. Cobb, Arthur O´Connell, Jack Lord, John Dehner, Royal Dano, Robert Wilke. 

Link Jones (Gary Cooper), un antiguo forajido arrepentido, viaja en tren con el dinero para contratar a una maestra para su pueblo. Pero unos bandidos asaltan el tren y le roban el dinero.

Después de unas brillantes películas con James Stewart, Anthony Mann rueda El hombre del oeste (1958), su último western, con otra figura legendaria del género: Gary Cooper, en la que será su única colaboración juntos. Un Gary Cooper quizá demasiado envejecido para ese papel, donde parece incluso mayor que Dock (Lee J. Cobb), su padre adoptivo. Aún así, salvando ese detalle, podemos disfrutar una vez más de la imponente presencia de Cooper, capaz de llenar el encuadre sin necesidad de hablar ni mover un músculo.

El hombre del oeste representa de nuevo, como era habitual en Anthony Mann, una versión desmitificada del western, opuesta a la visión que se nos ofrecía en la época clásica del género. Ya no es un mundo noble o heróico y los protagonistas, primero James Stewart y ahora Gary Cooper, tienen un oscuro pasado del que intentan redimirse, planteándose el conflicto del pasado que vuelve a entrometerse en el presente, en este caso llevando a Link a una encrucijada, temiendo ser repudiado por las gentes que confiaron en él, al tiempo que sus viejos instintos asesinos afloran cuando se enfrenta a su antigua banda.

Pero además, el argumento introduce un elemento más, trascendental, como es el vínculo afectivo tan estrecho entre Link y el malvado Dock, que lo crió como a un hijo y que, en un autoengaño motivado por el afecto que aún siente por Link, acepta que este desee unirse de nuevo a él, aunque sabe en el fondo que es una mentira, mentira que necesita creer. Cobra así la figura de Dock una dimensión nueva: es un asesino, un tipo despiadado que no duda en ordenar la muerte de uno de sus hombres, pero es también un viejo que ama a su hijo adoptivo hasta el punto de provocarlo para que lo mate antes de tener que aceptar la verdad: que nunca quiso volver a las andadas a su lado y que, en el fondo, es ya otro hombre que el que Dock había conocido años atrás. 

En este trasfondo de redención, traición, amor y desengaño es en donde encontramos la grandeza de El hombre del oeste, un trasfondo que trasciende el género en que está encorsetada la trama para ofrecernos una visión amarga sobre la "familia", el honor y la redención.

En el debe de la película podríamos poner el enfoque un tanto simple con el que se construye el conflicto, con unos personajes bastante elementales y cierta tendencia a un dramatismo excesivo, ejemplificado a la perfección en un Lee. J. Cobb sobreactuando al límite. 

Aún así, estamos ante uno de los westerns revisionistas mejor trabajados, antes de que el género entrara en una crisis de la que solo ha emergido en contadas ocasiones.

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