El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 23 de diciembre de 2024

Niágara



Dirección: Henry Hathaway.

Guión: Charles Brackett, Walter Reisch y Richard Breen.

Música: Sol Kaplan.

Fotografía: Joseph MacDonald.

Reparto: Marilyn Monroe, Joseph Cotten, Jean Peters, Max Showalter (como Casey Adams), Denis O´Dea, Richard Allan, Don Wilson, Lurene Tuttle, Russell Collins, Will Wright. 

Polly (Jean Peters) y Ray Cutler (Max Showalter) llegan a las Cataratas del Niágara para pasar su luna de miel. Allí conocen a Rose (Marilyn Monroe), una atractiva mujer, casada con George Loomis (Joseph Cotten), un hombre atormentado por las secuelas de la Guerra de Corea y unos celos incontrolados.

Niágara (1953) es un curioso film negro, en parte por estar filmado en color, y supuso el primer papel relevante para Marilyn Monroe, que alcanzaría el estrellato por esta película y las dos que se estrenarían también en ese mismo año: Los caballeros las prefieren rubias (Howard Hawks) y Cómo casarse con un millonario (Jean Negulesco).

Marilyn ya apuntaba maneras hasta ese momento, con algún escándalo a cuestas, pero en Niágara, con sus atrevidas escenas con vestidos ajustados, su peinado y maquillaje que se volverían sus señas de identidad y algunas tomas en las que solo se cubre con una toalla, explotó conveniente y convincentemente todo su atractivo sexual. Es cierto que el paso de los años puede restar explosividad en la actualidad a la presencia de la actriz, pero incluso a día de hoy sus apariciones en pantalla son impactantes, con lo que no es complicado suponer lo que significaron en el momento del estreno de la película. De hecho, siendo sincero, creo que la vigencia y relevancia de Niágara a día de hoy solo se explica por la figura de Marilyn Monroe y a la vez es un ejemplo perfecto del poder de seducción de una actriz irrepetible.

Porque, si estudiamos a fondo la cinta, encuentro que es como si a la película le hubieran amputado la primera parte, donde debería ahondarse en la personalidad del matrimonio Loomis. Sin embargo, el guión omite deliberadamente toda esa parte, con lo que el matrimonio protagonista se queda un tanto en penumbra. Se puede argumentar que ello tampoco es imprescindible, pero creo que el haber dedicado algo de tiempo a desarrollar los personajes habría enriquecido el drama.

En todo caso, Niágara presenta de manera condensada a un matrimonio atormentado y tremendamente inestable, donde George no logra superar sus traumas de guerra y es víctima de unos celos devastadores. Sus cambios de humor y su inestable equilibrio emocional nos hablan de una persona enferma incapaz de comportarse con normalidad, algo en lo que tiene mucha culpa su esposa Rose, una mujer fatal de libro: sensual, promiscua, manipuladora, mentirosa y cruel. Al lado de los Loomis, el matrimonio Cutler, que representa la absoluta normalidad, en un sentido no muy positivo, queda como un mero espectador atónito del enfrentamiento de sus vecinos.

Henry Hathaway lleva el desarrollo con elegancia, si bien se muestra tibio en los momentos cruciales, seguramente por la sensibilidad de la época, que prefería la elipsis que caer en lo más explícito. En todo caso, creo que a la película le falta algo más de fuerza y de tensión, siendo además bastante predecible en su desarrollo y con algunos momentos que resultan bastante forzados o, tal vez, de cierta ingenuidad.

Con sus limitaciones, Niágara conserva el fuerte atractivo de Marilyn Monroe, una presencia hipnotizadora que no ha envejecido ni un ápice.

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