Dirección: Henry Hathaway.
Guión: Charles Brackett, Walter Reisch y Richard Breen.
Música: Sol Kaplan.
Fotografía: Joseph MacDonald.
Reparto: Marilyn Monroe, Joseph Cotten, Jean Peters, Max Showalter (como Casey Adams), Denis O´Dea, Richard Allan, Don Wilson, Lurene Tuttle, Russell Collins, Will Wright.
Polly (Jean Peters) y Ray Cutler (Max Showalter) llegan a las Cataratas del Niágara para pasar su luna de miel. Allí conocen a Rose (Marilyn Monroe), una atractiva mujer, casada con George Loomis (Joseph Cotten), un hombre atormentado por las secuelas de la Guerra de Corea y unos celos incontrolados.
Niágara (1953) es un curioso film negro, en parte por estar filmado en color, y supuso el primer papel relevante para Marilyn Monroe, que alcanzaría el estrellato por esta película y las dos que se estrenarían también en ese mismo año: Los caballeros las prefieren rubias (Howard Hawks) y Cómo casarse con un millonario (Jean Negulesco).
Marilyn ya apuntaba maneras hasta ese momento, con algún escándalo a cuestas, pero en Niágara, con sus atrevidas escenas con vestidos ajustados, su peinado y maquillaje que se volverían sus señas de identidad y algunas tomas en las que solo se cubre con una toalla, explotó conveniente y convincentemente todo su atractivo sexual. Es cierto que el paso de los años puede restar explosividad en la actualidad a la presencia de la actriz, pero incluso a día de hoy sus apariciones en pantalla son impactantes, con lo que no es complicado suponer lo que significaron en el momento del estreno de la película. De hecho, siendo sincero, creo que la vigencia y relevancia de Niágara a día de hoy solo se explica por la figura de Marilyn Monroe y a la vez es un ejemplo perfecto del poder de seducción de una actriz irrepetible.
Porque, si estudiamos a fondo la cinta, encuentro que es como si a la película le hubieran amputado la primera parte, donde debería ahondarse en la personalidad del matrimonio Loomis. Sin embargo, el guión omite deliberadamente toda esa parte, con lo que el matrimonio protagonista se queda un tanto en penumbra. Se puede argumentar que ello tampoco es imprescindible, pero creo que el haber dedicado algo de tiempo a desarrollar los personajes habría enriquecido el drama.
En todo caso, Niágara presenta de manera condensada a un matrimonio atormentado y tremendamente inestable, donde George no logra superar sus traumas de guerra y es víctima de unos celos devastadores. Sus cambios de humor y su inestable equilibrio emocional nos hablan de una persona enferma incapaz de comportarse con normalidad, algo en lo que tiene mucha culpa su esposa Rose, una mujer fatal de libro: sensual, promiscua, manipuladora, mentirosa y cruel. Al lado de los Loomis, el matrimonio Cutler, que representa la absoluta normalidad, en un sentido no muy positivo, queda como un mero espectador atónito del enfrentamiento de sus vecinos.
Henry Hathaway lleva el desarrollo con elegancia, si bien se muestra tibio en los momentos cruciales, seguramente por la sensibilidad de la época, que prefería la elipsis que caer en lo más explícito. En todo caso, creo que a la película le falta algo más de fuerza y de tensión, siendo además bastante predecible en su desarrollo y con algunos momentos que resultan bastante forzados o, tal vez, de cierta ingenuidad.
Con sus limitaciones, Niágara conserva el fuerte atractivo de Marilyn Monroe, una presencia hipnotizadora que no ha envejecido ni un ápice.
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