El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Descalzos por el parque





Dirección: Gene Saks.
Guión: Neil Simon (Teatro: Neil Simon).
Música: Neal Hefti.
Fotografía: Joseph LaShelle.
Reparto: Robert Redford, Jane Fonda, Charles Boyer, Mildred Natwick, Herb Edelman.

Paul (Robert Redford) y Corie (Jane Fonda) acaban de contraer matrimonio y están locamente enamorados el uno del otro. Pero mientras que Paul es un joven abogado responsable y serio, Corie es un tanto alocada. A pesar del cariño mutuo, la dura realidad cortidiana hará que las diferencias de carácter entre ellos les pasen factura.

Descalzos por el parque (1967) es la adaptación de una comedia teatral de Neil Simon que había triunfado en Broadway, interpretada también por Robert Redford, que él mismo se encarga de adaptar para el cine. Ese origen teatral es más que evidente y condiciona decididamente el devenir de la película. Y no es que esa procedencia sea un lastre, pues el director supo hacer una adaptación bastante correcta, dotando a la comedia de cierto ritmo y sabiendo conjugar el caracter teatral de la historia con un enfoque cinematográfico. El problema de Descalzos por el parque es otro y tiene que ver más con el guión que con cualquier otra cosa.

Y es que el argumento de Neil Simon resulta bastante soso. Al principio, uno no sabe qué rumbo va a tomar la película, pero pronto se ve que la historia del joven matrimonio no va a dar mucho de sí. La parte del hotel transcurre con cierta gracia, si bien nos anticipamos a todos los gags con bastante facilidad, lo que arruina el deseado efecto sorpresa de los mismos. Pero cuando la historia pasa al apartamento de los recién casados es cuando comprendemos que estamos ante una de esas comedias pequeñas, nimias e insustanciales que abundan en tópicos, histrionismos varios y que se dedican a estirar una situación sin importancia hasta que ya no da más de sí. Es lo que me sucedió con la escena del apartamento sin amueblar, donde van llegando personajes de un modo repetitivo y sin demasiada gracia. La secuencia se alarga casi eternamente sin avanzar en realidad hacia ninguna parte, dando vueltas al mismo chiste (la fatiga de subir las empinadas escaleras) hasta agotarnos. Y es que la supuesta comicidad de Descalzos por el parque es bastante limitada; es cierto que hay un par de chistes bastante buenos, pero se cuentan con los dedos de una mano. El resto de situaciones resultan bastante evidentes y predecibles y con una gracia un tanto simple.

La película nos presenta a un matrimonio de dos jóvenes enamorados pero infantiles, inconscientes y caprichosos. Su amor parece un puro espejismo, casi un capricho que al mínimo contratiempo se rompe en pedazos de un modo tan ridículo como increible. En el fondo, se trata de un enfoque que hemos visto en numerosos filmes anteriormente, donde se presenta a los jovenes enamorados como dos inmaduros alocados, de una manera bastante simple. Al final, lógicamente, la crisis matrimonial pasará sola y descubrirán que su amor es más fuerte que todo y que la esposa, si sabe llevar a su marido, podrá arreglar las cosas por el bien de ambos. Sí, el enfoque es de un machismo evidente, disculpable por la época en que se rodó la película.

Por suerte, Descalzos en el parque cuenta con una segunda trama bastante más interesante y es la protagonizada por Charles Boyer, que encarna maravillosamente a Víctor Velasco, un Don Juan entrado en años, encantador y divertido. Es este personaje, junto al de Ethel Banks, la madre de Corie, genialmente interpretada por una secundaria de lujo como fue Mildred Natwick, lo mejor y más refrescante de Descalzos por el parque. Y la clave está en que mientras los personajes de Paul y Corie parecen de cartón piedra, estereotipados y falsos, Víctor Velasco y Ethel me parecieron auténticos y hasta conmovedores en su soledad mal llevada y en su búsqueda de la felicidad. Son los únicos que aportan algo de interés y humanidad a la trama.

Robert Redford y Jane Fonda, en un momento dulce de sus carreras, vuelven a coincidir tras la maravillosa La jauría humana (Arthur Penn, 1966) y llevan el peso de la historia. La verdad es que, sin ser dos actores geniales, cumplen de sobra y forman una pareja realmente atractiva que supongo que era lo que se buscaba de cara a la taquilla. Sin embargo, para mí son Charles Boyer, con una interpretación memorable, y Mildred Natwic, nominada al Oscar precisamente por este trabajo, los dos mejores actores de un reparto que, decididamente, es lo mejor de la película.

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