El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Furia



Dirección: Fritz Lang.
Guión: Barlett Cormack & Fritz Lang (Historia: Norman Krasna).
Música: Franz Waxman.
Fotografía: Joseph Ruttenberg (B&W).
Reparto: Spencer Tracy, Sylvia Sidney, Walter Abel, Bruce Cabot, Edward Ellis, Walter Brennan, Frank Albertson, George Walcott, Arthur Stone.

Durante el viaje en el que Joe Wilson (Spencer Tracy) va a reunirse con su prometida para casarse es detenido como sospechoso del secuestro de una niña. Por mera casualidad, algunos indicios parecen incriminarle, por lo que es encarcelado en espera de que el fiscal aclare la situación. Pero en el pueblo corre el rumor de que es uno de los secuestradores y la masa, ciega de rabia, decide tomarse la justicia por su mano.

Furia (1936) es la primera película norteamericana del director alemán Fritz Lang, tras dos años en los que la Metro-Goldwyn-Mayer rechazaba todos sus proyectos, y supone todo un alegato contra la venganza ciega que aún sigue pleno de vigencia a día de hoy.

La película analiza con inteligencia y dureza el fenómeno de la venganza desde dos puntos de vista: la de la muchedumbre enfervorizada y ciega que actúa como un solo cuerpo sin cerebro, dejándose llevar por las suposiciones, las mentiras, la ignorancia, la xenofobia, el odio irracional y hasta el deseo de diversión irresponsable, y la venganza individual de la persona que desea devolver ojo por ojo, aunque ello le arruine la vida. Pero además, el tema del linchamiento sirve también para realizar una dura crítica a la sociedad norteamericana, aún deudora de las leyes del viejo oeste en que a menudo los propios individuos se convertían en jueces, jurados y verdugos. Y de ahí no hay más que un paso para que el film sirva a su vez para denunciar la pena de muerte, presente aún hoy en día en la sociedad más democrática del planeta. Y crítica social también presente en el tema de la xenofobia, que se manifiesta claramente en el linchamiento de un forastero y en la defensa del sheriff en el juicio, aludiendo que la masa que asaltó la cárcel estaba formada por forasteros. Hilando algo más fino, podemos ver también una crítica y una advertencia a lo que puede llevar la manipulación de las masas por un lider exaltado, encarnado aquí por el personaje de Bruce Cabot, algo que ya había conocido el director en Alemania con la llegada del nazismo.

Lang se apoya en un relato de Norman Krasna basado en un hecho real, un linchamiento ocurrido en California em 1933, y divide la historia en tres partes claramente diferenciadas. Durante la primera de ellas nos presenta al protagonista, Joe, y a su novia Katherine (Sylvia Sidney); son una pareja normal, con sus sueños y proyectos de futuro. Lang incide aquí en mostrarnos la naturaleza bondadosa de Joe, profundamente enamorado de Katherine y deseoso de que sus hermanos no se mezclen con maleantes. Es una imagen un tanto bucólica e idealizada, pero que funciona brillantemente como prólogo al drama que sobreviene a continuación. Y es que el pobre de Joe es encarlado injustamente cuando iba camino de reunirse con su novia para poder hacer realidad su sueño de casarse. Pero, para colmo de males, va a parar a un pequeño pueblo donde, juzgado y condenado por la masa exaltada, ve como ésta asalta y prende fuego a la cárcel con la intención de lincharlo. Arranca entonces la tercera parte del film, donde vemos que Joe, que se ha salvado milagrosamente, se ha convertido en otro hombre, un ser amargado y ciego de dolor que sólo aspira a vengarse de los que intentaron lincharlo, para lo que decide hacerse pasar por muerto y lograr así que juzguen y condenen a los ciudadanos que quemaron la cárcel.

El argumento, es cierto, suena un tanto rocambolesco pero, a pesar de ello, Fritz Lang consigue componer una historia que funciona a la perfección gracias a una soberbia fotografía, a un muy buen guión, a una puesta en escena sobria pero muy eficaz y, especialmente, a su manejo de la cámara y a la presencia de un soberbio Spencer Tracy.

La labor de Lang es claramente deudora del cine mudo, sin que ello represente en absoluto el mínimo inconveniente. Lang recurre con frecuencia a los primeros planos para mostrarnos los sentimientos de los personajes, se sirve siempre de imágenes muy claras para contarnos la historia y de metáforas visuales, como la de las gallinas, muy fáciles de interpretar. El resultado es una película muy clara, muy expresiva, lo que se explica por la procedencia del director del expresionismo alemán, donde todo se concentra en la acción y donde la imagen es la base explicativa y narrativa de la historia.

El otro pilar de Furia es, sin duda, contar con Spencer Tracy en el papel protagonista. Su trabajo es absolutamente convincente en los dos registros extremos que interpreta: Joe es, al comienzo del film, la perfecta imagen de un hombre bondadoso y noble para convertirse en una persona totalmente diferente luego, un hombre corroído por el dolor y el deseo de venganza. Y en ambos casos, Tracy resulta conmovedor y convincente al cien por cien. También Sylvia Sidney hace un gran trabajo, aunque su personaje está más visto y es menos agradecido que el de Joe. Destacar la presencia de Walter Brennan, si bien en un papel bastante secundario y de un reparto sin muchos nombres pero que funciona bastante bien.

Si bien se explica al comienzo del film que se trata de una mera obra de ficción, esta propia explicación delata el sustrato real que inspiró la historia. Una historia a la que Lang decide dar un final feliz en el que Joe Wilson se redime finalmente, si bien la escena en que se presenta ante el juez no es todo lo brillante que me hubiera gustado. Final inevitable, por otra parte, pues representa el triunfo de la razón frente a la barbarie.

Furia, que recibió una nominación al mejor guión original, es una gran película, imprescindible aún hoy, ejemplo de una manera de hacer cine que se ha perdido, un cine comprometido, directo, ingenuo en muchos aspectos, pero maravilloso siempre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario