El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 5 de noviembre de 2012

El precio de la verdad



Dirección: Billy Ray.
Guión: Billy Ray.
Música: Mychael Danna.
Fotografía:Mandy Walker.
Reparto: Hayden Christensen, Peter Sarsgaard, Chloë Sevigny, Steve Zahn, Melanie Lynskey, Hank Azaria, Rosario Dawson, Luke Kirby, Jamie Elman, Mark Blum, Chad Donella, Russell Yuen, Cas Anvar, Linda E. Smith, Ted Kotcheff.

Stephen Glass (Hayden Christensen) es un joven y prometedor periodista de Washington que trabaja para la revista The New Republic. Sin embargo, a raíz de la publicación de un interesante artículo suyo sobre un joven hacker, su director comienza a sospechar que Glass ha podido haber inventado gran parte de los datos del mismo.

El precio de la verdad (2003) está basado en hechos reales. Stephen Glass fue un periodista real que se inventó bastantes de sus artículos, hecho que causó un gran revuelo cuando salió a la luz pública a finales del pasado siglo. Y el tema de la verdad en los medios de comunicación es algo que me interesa especialmente. En pleno siglo XXI, en la era de la información, cuando más fácil y más accesible es estar informado, resulta que es cuando menos me fio de los periodistas. Por ello El precio de la verdad era un film que me resultó, a priori, de lo más interesante. Y si bien es cierto que la película cumple en cierta medida con lo esperado, también lo es que no termina de llegar al fondo del tema, quizá porque no lo pretendía; el caso es que se centra por entero en la figura de Glass, con lo que la posible crítica hacia el papel de los medios de comunicación se queda en apenas nada, en un caso particular que finalmente parece responder más al perfíl de un hombre enfermo que al de un trepa al uso. Es más, al final uno tiene la sensación de que, con el despido de Glass y las disculpas de la revista The New Republic a sus lectores queda salvaguardada de nuevo la honestidad de la profesión. Y me temo que nada está más lejos de la realidad.

Sin embargo, El precio de la verdad es película correcta, agradable de ver, al menos dentro de su modestia y sencillez que recuerda a veces el tono de un documental. Billy Ray, quizá por estar tratando un tema real muy cercano en el tiempo, adopta cierto distanciamiento en relación a los protagonistas, evitando cargar las tintas y dejando que sean los hechos los que hablen por sí mismos. Y en esta postura reside la clave de que el film guste a unos o disguste a otros. Porque si bien es verdad que se agradece el tono objetivo con está enfocado el guión, también es verdad que el resultado es una obra un tanto fría, impersonal incluso, donde podemos echar en falta una mayor profundización en los personajes de manera que la historia gane en intensidad.

Personalmente, creo que El precio de la verdad es un film correcto pero demasiado formal, rígido, quizá por estar tan apegado a los hechos acaecidos que no deja lugar para la libertad creativa. La película me resultó amena, el ritmo es correcto y el director deja a la cámara en un segundo plano para ceder todo el protagonismo a los hechos narrados. En este sentido, no hay nada que reprocharle. Pero insisto que el resultado es algo frío de más. Y tampoco me convenció demasiado el recurso narrativo de mezclar el orden cronológico de los acontecimientos con la charla de Glass en su antiguo colegio, que me parece que enturbia un poco el relato. Sólo al final, cuando se desvela que eso es también fruto de la imaginación del periodista, comprendemos más su utilidad, pues ofrece un punto interesante al desenlace.

En cuanto al reparto, he de decir que el trabajo de Hayden Christensen me gustó bastante. Lo veo muy convincente durante todo el film y, especialmente, cuando es descubierto en toda la hondura de sus mentiras y ofrece su rostro más desesperado. La escena en que reconoce, al permanecer callado, los artículos en que mintió me parece un ejemplo perfecto de su expresividad y buen hacer. Sin embargo, Peter Sarsgaard, en su papel de director de la revista y la persona que desenmascara a Glass, no terminó de gustarme; lo encontré bastante inexpresivo, casi como trabajando con desgana, tal vez por esa mirada caída suya.

Al final, me parece que El precio de la verdad es un título interesante y que al menos es de esas películas que invitan a la reflexión. Si bien el argumento gira por completo en torno a Glass, podemos sacar nuestras propias consclusiones o reflexionar a cerca de los límites de la ambición y la ética profesional.

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