El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

jueves, 20 de junio de 2013

La tormenta perfecta




Dirección: Wolfgang Petersen.
Guión: Bill Wittliff (Novela: Sebastian Junger).
Música: James Horner.
Fotografía: John Seale.
Reparto: George Clooney, Mark Wahlberg, Diane Lane, John C. Reilly, William Fichtner, John Hawkes, Allen Payne, Mary Elizabeth Mastrantonio, Karen Allen, Cherry Jones, Christopher McDonald, Bob Gunton, Michael Ironside, Rusty Schwimmer, Joe Reitman.

Gloucester (Massachussetts), octubre de 1991. Tras una mala racha, Billy Tyne (George Clooney), el capitán del pesquero Andrea Gail, decide volver a salir a la mar nada más llegar de una campaña poco afortunada. Su idea es ir hasta Flemish Cap, un lugar alejado de su área de pesca pero donde espera encontrar abundantes bancos de peces. Lo que ignora es que se está formando una tormenta gigantesca en su ruta de regreso a puerto.

Vuelta al cine de catástrofes. Viendo La tormenta perfecta (2000) me resulta imposible no recordar La aventura del Poseidón (Ronald Neame, 1972), el primer film del género que vi de adolescente. Naturalmente, los efectos especiales han dado un salto gigantesco, pero la historia de Andrea Gail no difiere mucho de la del Poseidón.

Y es que lo que podemos y debemos reprocharle a La tormenta perfecta es que su historia carece por completo de originalidad. El guión no se aparta ni un milímetro de los cánones establecidos y nos presenta una historia donde lo que cuenta, al final, es el mero espectáculo visual apabullante. Y algo de dramón barato también.

La historia comienza con un hermosa loa al trabajo de los pescadores, plasmado en la llegada a puerto de los dos pesqueros protagonistas, las labores de desgarga y el cálido recibimiento de los familiares y amigos. Un bonito ejercicio narrativo, impecable en la forma. A continuación viene la presentación de los personajes, para lo que se utiliza el bar del pueblo como telón de fondo. Y aquí empiezan los tópicos: marineros duros, esposas complacientes, hijos cariñosos, el ligón, las cervezas y la exibición de hombría. En resumen, un boceto muy elemental que se queda en la superficie de las cosas y de las personas. No estamos ante un film psicológico ni nada que se le parezca. Hay que ir al grano y rápido. Porque lo importante del film es lo que viene a continuación: la explosión de acción y el despliegue de unos efectos especiales asombrosos.

Y es que, comparado con el núcleo de La tormenta perfecta, la introducción se queda como algo demasiado breve, demasiado superficial. Y es que el film busca el espectáculo y el drama. Y en ello se concentran los esfuerzos de Wolfgang Petersen.

Los preámbulos a la tormenta, ya con el Andrea Gail en faena, siguen con los tópicos y el camino trillado. Se presenta un conflicto entre dos pescadores, saldado con una heroicidad, asistimos a las faenas de pesca, a las dudas de la tripulación sobre la capacidad o la suerte del capitán... pero, como en la presentación, todo es muy superficial, con diálogos banales, escenas filmadas con estilo pero sin genio. Todo muy previsible, todo impecable en la forma y sin apenas alma.

Pero cuando estalla la tormenta, el film gana en empaque. Es el espectáculo en estado puro. Petersen demuestra que se maneja como pez en agua y nos brinda una tormenta como jamás se ha visto. Olas espectaculares, lluvia, viento, el barco sacudido como un corcho... todo brillante, espectacular. Un diez para los efectos. Pero, desgraciadamente, a mí con eso no me llega. Esta parte de la tormenta, además, dura demasiado; se adereza la zozobra del Andrea Gail con otras historia secundarias en las que el guión ni se molesta en presentar debidamente. Al final, confieso que terminé harto de tanta sacudida, con alguna fantasmada por el medio (y es que cuando todo vale para intentar impactarnos se cae en excesos un tanto absurdos). Pienso que a esta parte le sobra tranquilamente media hora. Pero había que echar el resto aquí, que es donde se produce el gran lucimiento técnico que parece que era el principal interés de los productores.

El final, cargando vílmente las tintas para arrancarnos una lagrimita, por lo civil o por lo criminal, tampoco me pareció muy acertado. Y la clave está en que no logró conmoverme porque con anterioridad no se habían tomado la molestia de adentrarse en los personajes. No había tiempo o ganas de hacerlo. Por eso el dramón final resulta forzado, manipulador y falso.

Lo mejor del film sin duda está en el reparto. George Clooney es una garantía; tiene carisma, tiene talento y funciona para la taquilla. Diane Lane demuestra que sigue siendo atractiva y además que sabe dar vida a papeles dramáticos con cierta solvencia. Y en cuanto a los secundarios, todos perfectos, desde Mark Wahlberg o John C. Reilly hasta Mary Elizabeth Mastrantonio, una actriz por la que no siento especial devoción pero que cumple con su trabajo.

La tormenta perfecta funcionó de maravilla en taquilla. Lo cuál viene a dar la razón a sus productores. Es un cine que funciona, aporta espectáculo, entretiene y se ve sin mucho esfuerzo. Otra cosa es si buscamos algo más que un film de palomitas. Personalmente, no lo recomiendo más que para un día aburrido en que no haya nada mejor que hacer.

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