El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 11 de septiembre de 2015

El jardín de la alegría



Dirección: Nigel Cole.
Guión: Craig Ferguson y Mark Crowdy (Historia: Mark Crowdy).
Música: Mark Russell.
Fotografía: John de Borman.
Reparto: Brenda Blethyn, Craig Ferguson, Martin Clunes, Tcheky Karyo, Jamie Foreman, Bill Bailey, Valerie Edmond, Tristan Sturrock, Clive Merrison, Leslie Phillips, Phyllida Law.

Tras enviudar, Grace (Brenda Blethyn) descubre que está completamente arruinada. Su marido ha empeñado todos sus bienes, casa incluida, en dudosos negocios que no han dejado más que deudas.

La clave para que una comedia funcione es, evidentemente, que nos haga gracia. Esta afirmación de perogrullo es tan cierta como incuestionable. Y el problema de El jardín de la alegría (2000) es que no me provocó ni la más leve sonrisa.

La trama es bastante sencilla: una viuda al borde del desahucio recurre desesperada a la marihuana como única salida a su grave situación financiera. Con la ayuda de su jardinero (Craig Ferguson), la viuda creará una gran plantación en su invernadero. Y ya no hay nada más. El argumento se limita a esto y los posteriores intentos de vender la producción a un traficante en Londres. Muy poca cosa para alargarla durante noventa y cuatro minutos. A mitad del metraje tenía la impresión de que el argumento ya no daba para más, que no tenía nada interesante que contar, una sensación que el paso de los minutos no hacía más que incrementar. Con el agravante, como decía, de que la cinta carece de humor, con que como comedia nunca llega a funcionar.

Si a todo esto le añadimos un desarrollo de los acontecimientos del todo previsible (menos el desenlace, es cierto), tenemos un film que avanza torpemente sin demasiado interés y muy poco atractivo. Incluso los personajes secundarios, cuya finalidad debería ser aportar gracia y sorpresas en la historia, resultan un tanto vulgares, con comportamientos bastante predecibles y sin pizca de gracia. Las bromas, por ejemplo, derivadas del consumo de marihuana son tan poco originales que te sonrojan.

Solamente el final contiene un giro argumental un tanto inesperado, pero para mí tampoco satisfactorio. Es tal la ñoñería del argumento, la moralidad trasnochada, que no puede permitir que la viuda triunfe en su negocio por tratarse de un tema de drogas, aunque sea marihuana. Por ello, sus planes han de venirse abajo pero, en busca del soñado final feliz, Grace se verá de todos modos recompensada económicamente con un giro argumental tan tonto como tramposo. El caso es cerrar la historia de un modo positivo, aunque no pegue ni con cola.

Quizá lo más salvarle de todo sea el grupo de actores que, sin ser primeras figuras, dotan a sus personajes de una verosimilitud muy agradecida. Sin duda, son lo mejor de la película.

Pero como esto del cine es algo muy personal, he de señalar que El jardín de la alegría se llevó el Premio del Público en el festival de Sundance del año 2000, prueba evidente de que esta crítica mía no deja de ser un punto de vista muy personal.

De lo que no creo que haya dudas es de que se trata de un film menor, más allá de que nos guste más o menos. A cada uno de emitir su veredicto.

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