El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 7 de septiembre de 2015

El tiempo en sus manos



Dirección: George Pal.
Guión: David Duncan (Novela: H.G. Wells).
Música: Russell Garcia.
Fotografía: Paul C. Vogel.
Reparto: Rod Taylor, Alan Young, Yvette Mimieux, Sebastian Cabot, Tom Helmore, White Bissell, Doris Lloyd.

Inglaterra, 1899: George (Rod Taylor) ha creado una máquina que le permite viajar en el tiempo. Pero cuando le enseña a sus amigos un prototipo en miniatura de la misma, éstos no terminan de creerle. Pero George, venciendo sus miedos, decide probar la máquina esa misma noche, el 31 de diciembre, y viajar al futuro.

Sin duda, El tiempo en sus manos (1960) es uno de esos curiosos films que han resistido el paso del tiempo y han permanecido en la historia del cine como todo un hito del género de la ciencia-ficción. Es un ejemplo de como un film modesto, su presupuesto inicial fue muy pequeño, puede convertirse en todo un referente para la posteridad.

Si he de ser sincero, la película me hizo reír a carcajadas en no pocos momentos. Y es que si hay un género que se ve especialmente afectado por el paso del tiempo éste es el de la ciencia-ficción. Las elucubraciones de otros tiempos sobre el futuro pocas veces resultan acertadas. Y hemos de reconocer que El tiempo en sus manos es, vista hoy en día, un prodigio de simplicidad e ingenuidad. Si en el momento de su estreno pudo asombrar o asustar a alguien es algo que desconozco, pero hoy en día resulta una película simpática e increíble en muchos aspectos. Es evidente, por ejemplo, lo que hemos avanzado en el apartado de los efectos especiales. Los de El tiempo en sus manos son toscos y tan primitivos que no podemos menos que reírnos imaginando el despliegue técnico de la época y cómo pretendieron ser lo más verosímiles posible. El diseño de los Morlocks es realmente único.

Pero vayamos por orden. La película tiene su origen en la versión de La Guerra de los Mundos de H.G. Welles llevada al cine en 1953 por Byron Haskin y producida por George Pal. Ante el éxito de la cinta, la familia de Wells le propone a George Pal llevar al cine otra novela del escritor y éste se decanta por El tiempo en sus manos. La película tomará algunas licencias respecto a la novela, pero en esencia sigue el argumento de ésta de un modo fiel.

Lo que resulta bastante evidente en ambas obras es su carácter anti belicista: de nuevo asistimos a un panorama desolador en el futuro de la humanidad por culpa de las guerras, hasta el punto de que, en la película, la sociedad ha retrocedido a una época en la que se han perdido los conocimientos y donde los humanos se ha dividido en dos especies: una que ha sobrevivido viviendo bajo tierra, los Morlocks, y que se dedica a críar a los Eloi, la otra mitad de los humanos, para alimentarse de ellos. Es cierto que el mensaje es demasiado simplista, lo mismo que su puesta en imágenes, pero en ello reside gran parte del encanto del film. Pero quizá el elemento que mejor ha sobrevivido al paso de los años y que ha quedado como un referente y un ícono del género es la fantástica máquina del tiempo con forma de trineo. El diseño de la misma se benefició de la indefinición de la misma en la novela, lo que permitió una gran libertad creativa a sus diseñadores, entre los que se encontraba el propio director. Su curiosa forma es todo un símbolo del género.

Si el mensaje resulta muy simple, tampoco la puesta en escena se toma demasiadas complejidades. Sin ocuparnos del tema de los efectos especiales, al que ya me referí anteriormente, el desarrollo de la historia es también bastante claro. George Pal, con el limitado presupuesto con el que contaba, opta por un mensaje directo que busca ante todo la claridad expositiva, lo que hace que algunas escenas, como las explicaciones sobre la cuarta dimensión, sean de una ingenuidad bastante notoria. No hay que dar nada por sentado, el espectador debe poder comprender sin ninguna duda el fantástico relato que va a presenciar. Es evidente que muchos conceptos del cine de ciencia-ficción que hoy el público asume sin problema no debían resultar tan familiares entonces.

Con el mínimo de elementos y decorados, Pal expone una pesimista visión del futuro de la humanidad, llegando a niveles tan pobres de conocimiento que los hombres del futuro no conocen ni la lectura, pudriéndose los libros en sus apolilladas estanterías. Eso sí, al final la película deja abierta una puerta a la esperanza, algo más acorde con el mundo del cine y su tendencia a los finales esperanzadores, un detalle en el que sí que se aleja más de la obra de Wells.

El reparto de la película denota también lo limitado del presupuesto. Solamente la presencia de Rod Taylor le da cierto lustre a un elenco de actores de segunda fila que, realmente, hacen unas interpretaciones bastante ajustadas.

El tiempo en sus manos, dada su absoluta simplicidad, ha de verse con cierta perspectiva, inevitablemente. Para generaciones actuales no puede dejar de ser una curiosidad más graciosa que aterradora. Lo que no cabe duda es que es de esas películas que han dejado su huella y que, a pesar de su simpleza, debemos valorar más allá de sus evidentes carencias.

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