El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 1 de diciembre de 2020

Lost in Translation

 



Dirección: Sofia Coppola.

Guión: Sofia Coppola.

Música: Brian Reitzell y Kevin Shields.

Fotografía: Lance Acord.

Reparto: Bill Murray, Scarlett Johansson, Giovanni Ribisi, Anna Faris, Fumihiro Hayashi, Akiko Takeshita, Catherine Lambert.

Bob Harris (Bill Murray), actor en decadencia, viaja a Tokio para rodar un anuncio de whisky. En el hotel conocerá a Charlotte (Scarlett Johansson), una joven que, al igual que le pasa a él, no puede dormir por las noches.

Lo mejor que se puede decir de Lost in Translation (2003) es que es un film atípico en la industria del cine actual, especialmente si nos referimos a Hollywood. Es reconfortante ver que aún queda gente, Sofia Coppola en este caso, con una visión personal y diferente del cine, de qué puede expresar y transmitir.

Lost in Translation es un film especial que no se puede clasificar con las típicas etiquetas de comedia, drama o romance. Y es que es todo eso y un poco más. La primera impresión que me viene a la cabeza es que se trata de un acercamiento muy directo a la soledad y quizá Tokio, donde tiene lugar la historia, es un buen lugar para hablar de ella, con las personas reducidas a casi nada, a hormigas en medio de rascacielos, anuncios y tráfico. Y en esas personas, además, que son extranjeras, con un desconocimiento total del idioma, la soledad y el aislamiento son aún más evidentes, más acuciantes.

Pero no solo es eso. Es que tanto Bob como Charlotte son dos personas perdidas, que parecen dejarse llevar, sin lucha, sin esperanza, sin metas. Él porque está en una crisis profesional que parece irremediable y personalmente también ha perdido la ilusión. Ella porque no ha encontrado aún su meta en la vida y está unida a un hombre en un matrimonio sin pasión. Unidos además por el insomnio, parece casi imposible que no terminen encontrándose, reconociéndose en medio del ajetreo diario, del humo del bar. Es el reconocimiento mutuo de dos almas gemelas, dos personas cuya única oportunidad es compartir su descontento, su cansancio, por unos pocos días, sin esperanza.

Pero cuidado, Sofia Coppola evita caer en lo que sería lo más evidente: convertir la historia en un romance entre el hombre maduro y la joven. No busca eso y, sin embargo, finalmente termina por dibujar una hermosa historia de amor, triste, sin pasión, pero quizá más auténtica, pues se basa en la identificación mutua, en la complicidad total de dos personas aquejadas del mismo mal y, por lo tanto, verdaderas almas gemelas. Pero es un amor imposible y, por lo tanto, el film roza el drama, porque la visión del futuro de Bob y Charlotte no puede ser más decorazonadora. No se puede atisbar una mínima redención. Al seguir cada uno su camino, es como si se hundieran en una noche muy oscura.

Hay, eso sí, algunas notas de comedia. En el desconcierto de Bob en medio de un país que no entiende y que tampoco intenta entender. En su docilidad al rodar el anuncio, con su sorpresa por la surrealista traducción por parte de la intérprete de las instrucciones dadas por el director del spot. Ironía en la visión del frenesí de la noche de Tokio, llena de personajes curiosos, donde parece que todo tiene cabida dentro de una mezcla surrealista donde diferentes individuos conviven en un ordenado caos.

Lost in Translation tiene un poco de todo, como la vida misma. Y también tiene muchos momentos en que no pasa nada memorable, rutinas, aburrimiento, expectativas..., como la misma vida. Quizá se le puede achacar al guión cierta frialdad, es cierto. A la película le falta quizá tensión, algún momento álgido, pasión entre Bob y Charlotte. Pero entonces, no sería la misma película. Lo fácil hubiera sido sucumbir a esa tentación de aumentar el dramatismo o intensificar el lado romántico de la relación de los protagonistas. Eso sería más del estilo de Hollywood. Pero la intención no era esa. No lo creo. Con lo que nos cuenta Sofia Coppola y con cómo nos lo cuenta es como consigue hacer este film tan personal, tan suyo, diferente y único, original y sorprendente, íntimo, sincero, sencillo y conmovedor. Es casi una porción de realidad, no un film comercial. Y por ahí habría que valorar e intentar entender Lost in Translation.

No puedo dejar de mencionar el excelente trabajo de Bill Murray, un actor que nunca fue de mis predilectos pero que tiene aquí quizá la mejor interpretación que le he visto. Transmite esa apatía existencial como nadie; es un actor desencantado, resignado, igual que en su matrimonio. Al lado de Charlotte encuentra un soplo de aire puro, aunque sabe que será solamente un instante fugaz, irrepetible e imposible de dilatar.

Scarlett Johansson es sencillamente fresca, encantadora, irresistible. Y su frescura da sentido a la relación con Bob. Su sola mirada, su sonrisa, lo explican todo.

Lost in translation no es un film sencillo de digerir. Carece de las fórmulas habituales de las películas comerciales a que estamos acostumbrados. Hemos de verlo sin prejuicios, dejándonos llevar por su ritmo pausado, los silencios, ciertas repeticiones. Si conseguimos empatizar con sus protagonistas, disfrutaremos de una historia muy personal y muy sincera.

Nominada a cuatro Oscars, la película ganó el premio al mejor guión original.

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