El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 20 de diciembre de 2020

Hombres intrépidos

 



Dirección: John Ford.

Guión: Dudley Nichols (Obra: Eugene O'Neill).

Música: Richard Hageman.

Fotografía: Gregg Toland (B&W).

Reparto: John Wayne, Thomas Mitchell, Ian Hunter, Ward Bond, Barry Fitzgerald, Wilfrid Lawson, Mildred Natwick, John Qualen, Arthur Shields.

Durante la Segunda Guerra Mundial, el carguero SS Glencairn deberá transportar explosivos desde Estados Unidos a Inglaterra intentando evitar a los submarinos y aviones alemanes.

Dudley Nichols adapta cuatro relatos breves de Eugene O'Neill en un guión en el que se traslada la acción a la Segunda Guerra Mundial, que estaba teniendo lugar en el momento de la filmación. Como curiosidad, Hombres intrépidos (1940) se aparta de la tendencia general de los films bélicos rodados en esos años, cuya línea principal era la de apoyar el esfuerzo de guerra con historias que ensalzaban el patriotismo y la defensa de los valores democráticos frente al totalitarismo nazi. Pero Ford abandona esta orientación y su relato, aunque con el trasfondo de la guerra siempre presente y condicionando los acontecimientos, se centra más en la vida de los marineros del mercante; gente del último escalafón social que realizan su trabajo a la fuerza, añorando la tierra firme. Pero, como si un destino implacable los acechara, vuelven siempre a enrolarse en el barco una vez que han dilapidado su dinero en bebidas y mujeres.

El tono de Hombres intrépidos es sombrío desde el mismo comienzo, con la secuencia en que, sin palabras, vemos en los rostros de los marineros sus esperanzas rotas, sus sueños de felicidad incumplidos, su destino inevitable que los retiene en su rutina sin futuro. Y Ford vuelve a brillar en esta compleja tarea de mostrar el alma humana con los elementos que tiene a su alcance. Pocos directores han sido capaces de ahondar en el alma humana o de crear poesía en imágenes como John Ford. Quizá ninguno como él.

Hombres intrépidos incide de nuevo en una serie de valores que para Ford eran como su biblia personal y que vemos en todas sus películas, sean westerns, dramas o comedias. Son la camaradería, el valor, el amor a las raíces, especialmente a una idealizada Irlanda, tierra de los antepasados, la lealtad o la familia. Pero estos valores se verán puestos a prueba por culpa de la guerra, levantando sospechas, infundadas, sobre el patriotismo de uno de los compañeros. Y ello nos brinda la secuencia más emotiva de la película, cuando Driscoll (Thomas Mitchell) lee las cartas de Smitty (Ian Hunter) creyendo que son las pruebas de su espionaje. Con el uso de primeros planos de los rostros de los marineros, Ford logra crear un momento de una intensidad y emotividad sublimes. 

No quiero olvidarme de destacar la impresionante fotografía de Gregg Toland, en blanco y negro, sin duda incluida por el expresionismo alemán y que aporta un dramatismo único a la historia. Toland pasaría a la historia del cine al año siguiente al ser el responsable de la fotografía de Ciudadano Kane (Orson Welles).

También habría que destacar las secuencias de la tormenta en las que Ford, con los medios de la época, logra una efectividad y un dramatismo magníficos.

Sin embargo, y a pesar de sus innegables aciertos,  encuentro que Hombres intrépidos está un peldaño por debajo de otras películas del director. Quizá se deba a que en algunos momentos falta un hilo conductor, una situación que cree la emoción y la tensión necesarias; hay momentos muy logrados, pero que surgen de repente, sin que hayamos podido anticiparlos convenientemente. Tal vez sea por tratarse de cuatro relatos independientes unidos en un solo argumento, pero se echa de menos cierta unidad de acción, algo que sí está presente en el episodio de los muelles de Londres, donde el peligro que acecha a Olsen (John Wayne) le da una intensidad a este episodio que nos permite vivirlo mucho más involucrados. 

Pero estamos hablando de John Ford. Y que un film de este director no llegue a la categoría de obra maestra no quiere decir que estemos ante un film menor. 

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