Dirección: Win Wenders.
Guión: Sam Shepard.
Música: Ry Cooder.
Fotografía: Robby Müller.
Reparto: Harry Dean Stanton, Nastassja Kinski, Dean Stockwell, Aurore Clément, Hunter Carson, Bernhard Wicki, Socorro Valdez.
Un hombre camina por el desierto de Texas sin rumbo aparente. Al llegar a un bar, se desploma desmayado.
Hay un cine diferente al que suele copar las pantallas de los cines; un cine que escapa de las modas y de los géneros habituales; un cine que es, sobre todo en estos días, una especie en peligro de extinción. Y Paris, Texas (1984) es el ejemplo perfecto de ello.
Como si de una estupenda película de misterio se tratara, el film comienza con un hombre, Travis (Harry Dean Stanton), que vaga solo en medio de la nada, como un autómata. Luego descubrimos que no habla y, cuando su hermano Walt (Dean Stockwell) va a buscarlo, sabremos que lleva cuatro años desaparecido, con un hijo pequeño que abandonó y que ha sido criado por su hermano y su esposa Anne (Aurora Clément). Está claro que a partir de ahí el espectador querrá saber más: por qué Travis acabó así, qué fue de su mujer Jane (Nastassja Kinski). Y aunque Walt le pregunta, Travis aún no está preparado para explicar lo sucedido.
De vuelta en la sociedad, Travis empieza a comportarse como alguien más o menos normal, si bien tiene muchas lagunas en su mente: episodios completos de su pasado que no recuerda, como si algo lo hubiera bloqueado. Aún así, comienza una tierna relación con su hijo de siete años Hunter (Hunter Carson) y parece que va dejando atrás sus fantasmas. Pero no es así. Jane sigue presente y Travis sabe que no podrá seguir adelante sino la encuentra e intenta arreglar lo que se rompió en el pasado.
Win Wenders nos ofrece un film muy especial que nos habla de las relaciones humanas principalmente y lo complicadas que pueden llegar a ser. La historia de Sam Shepard nos adentra en lo más profundo del ser humano con una precisión absoluta y una sensibilidad envidiable. Estamos dentro de un relato muy triste sobre la pasión, sobre la locura de los celos, la fragilidad humana, sobre cómo se puede hacer fracasar algo hermoso casi sin querer, sobre cómo no podemos ser dueños de nuestro destino. Y, finalmente, de lo devastador que puede llegar a ser el dolor de una pérdida.
Bajo los acordes de la guitarra de Ry Cooder, en una hipnótica banda sonora, y la fotografía maravillosa de Robby Müller, Wenders nos ofrece una historia desgarradora y tierna a la vez; terriblemente triste, donde la persona parece estar a merced de todo: de la sociedad, de la familia, de sus obligaciones, de sus pasiones y de sus debilidades. Un retrato sobre la fragilidad humana original, profundo y tierno. Y el resultado es desolador: hay heridas que nunca cicatrizarán.
Aún así, el personaje de Travis tiene algo de esperanzador. Tal vez sea su renuncia a todo para que Jane y Hunter puedan rehacer su relación. Travis está perdido, ya no puede volver después esos cuatro años de soledad y locura, pero en su sacrificio, en su aceptación de su fracaso entendemos que está parte de su salvación después de todo, a través de la de su mujer y su hijo.
Harry Dean Stanton está en el papel de su vida, en uno de esos trabajos que marcan tu carrera. Nastassja Kinski es simplemente esa belleza perfecta que explica por si misma la locura de Travis, al tiempo que frágil, insegura. Nunca volverá a brillar como en este film.
Casi siento envidia de aquellos que podrán disfrutar por primera vez de Paris, Texas y puedan realizar este viaje apasionante y sensible hacia el corazón de Travis, hacia lo más oscuro y frágil de la naturaleza humana.
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