El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 4 de diciembre de 2020

París, Texas

 



Dirección: Win Wenders.

Guión: Sam Shepard.

Música: Ry Cooder.

Fotografía: Robby Müller.

Reparto: Harry Dean Stanton, Nastassja Kinski, Dean Stockwell, Aurore Clément, Hunter Carson, Bernhard Wicki, Socorro Valdez.

Un hombre camina por el desierto de Texas sin rumbo aparente. Al llegar a un bar, se desploma desmayado.

Hay un cine diferente al que suele copar las pantallas de los cines; un cine que escapa de las modas y de los géneros habituales; un cine que es, sobre todo en estos días, una especie en peligro de extinción. Y Paris, Texas (1984) es el ejemplo perfecto de ello.

Como si de una estupenda película de misterio se tratara, el film comienza con un hombre, Travis (Harry Dean Stanton), que vaga solo en medio de la nada, como un autómata. Luego descubrimos que no habla y, cuando su hermano Walt (Dean Stockwell) va a buscarlo, sabremos que lleva cuatro años desaparecido, con un hijo pequeño que abandonó y que ha sido criado por su hermano y su esposa Anne (Aurora Clément). Está claro que a partir de ahí el espectador querrá saber más: por qué Travis acabó así, qué fue de su mujer Jane (Nastassja Kinski). Y aunque Walt le pregunta, Travis aún no está preparado para explicar lo sucedido.

De vuelta en la sociedad, Travis empieza a comportarse como alguien más o menos normal, si bien tiene muchas lagunas en su mente: episodios completos de su pasado que no recuerda, como si algo lo hubiera bloqueado. Aún así, comienza una tierna relación con su hijo de siete años Hunter (Hunter Carson) y parece que va dejando atrás sus fantasmas. Pero no es así. Jane sigue presente y Travis sabe que no podrá seguir adelante sino la encuentra e intenta arreglar lo que se rompió en el pasado.

Win Wenders nos ofrece un film muy especial que nos habla de las relaciones humanas principalmente y lo complicadas que pueden llegar a ser. La historia de Sam Shepard nos adentra en lo más profundo del ser humano con una precisión absoluta y una sensibilidad envidiable. Estamos dentro de un relato muy triste sobre la pasión, sobre la locura de los celos, la fragilidad humana, sobre cómo se puede hacer fracasar algo hermoso casi sin querer, sobre cómo no podemos ser dueños de nuestro destino. Y, finalmente, de lo devastador que puede llegar a ser el dolor de una pérdida. 

Bajo los acordes de la guitarra de Ry Cooder, en una hipnótica banda sonora, y la fotografía maravillosa de Robby Müller, Wenders nos ofrece una historia desgarradora y tierna a la vez; terriblemente triste, donde la persona parece estar a merced de todo: de la sociedad, de la familia, de sus obligaciones, de sus pasiones y de sus debilidades. Un retrato sobre la fragilidad humana original, profundo y tierno. Y el resultado es desolador: hay heridas que nunca cicatrizarán.

Aún así, el personaje de Travis tiene algo de esperanzador. Tal vez sea su renuncia a todo para que Jane y Hunter puedan rehacer su relación. Travis está perdido, ya no puede volver después esos cuatro años de soledad y locura, pero en su sacrificio, en su aceptación de su fracaso entendemos que está parte de su salvación después de todo, a través de la de su mujer y su hijo.

Harry Dean Stanton está en el papel de su vida, en uno de esos trabajos que marcan tu carrera. Nastassja Kinski es simplemente esa belleza perfecta que explica por si misma la locura de Travis, al tiempo que frágil, insegura. Nunca volverá a brillar como en este film.

Casi siento envidia de aquellos que podrán disfrutar por primera vez de Paris, Texas y puedan realizar este viaje apasionante y sensible hacia el corazón de Travis, hacia lo más oscuro y frágil de la naturaleza humana.

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