Dirección: Morten Tyldum.
Guión: Jon Spaihts.
Música: Thomas Newman.
Fotografía: Rodrigo Prieto.
Reparto: Chris Pratt, Jennifer Lawrence, Michael Sheen, Laurence Fishburne, Andy Garcia.
La nave Ávalon viaja desde la Tierra a Homestead II, una colonia a 120 años de distancia, con 5.000 pasajeros en estado de hibernación. Tras recibir el impacto de un asteroide, la computadora despierta por accidente a Jim Preston (Chris Pratt) noventa años antes de tiempo.
Las películas románticas siguen un desarrollo típico, establecido desde los comienzos del cine: encuentro-conflicto-resolución. Pocas variantes han tenido lugar con el paso del tiempo y es que, si una fórmula funciona, mejor no tocarla. En Passengers (2016) tenemos en esencia este mismo esquema. Lo que cambia es el envoltorio: de lo más original y futurista.
Se nota que Passengers es un film ambicioso. Las cifras hablan de más de cien millones de dólares de presupuesto y eso se nota en cada escena, en la nave, en las imágenes del espacio. Cuando uno creía que ya nada podría sorprenderle en cuanto a efectos especiales se refiere, en este film me visto sorprendido por imágenes espectaculares de una belleza perfecta. Nunca he sido de los que valoran el envoltorio por encima del contenido, pero hay que reconocer que Passengers nos ofrece un espectáculo visual maravilloso que casi justifica por él solo el visionado del film.
Sin ese envoltorio, hemos de reconocer que el argumento no es demasiado novedoso: una curiosa y un tanto atípica historia de amor que en lo fundamental no aporta ninguna sorpresa. Quizá habría que pararse en el comienzo, en la decisión de Jim de despertar a Aurora (Jennifer Lawrence), decisión del todo cuestionable y que sirve, claro está, para desencadenar el conflicto en la historia de amor de ambos. Moral y éticamente, el comportamiento de Jim es imperdonable: se ha tomado la libertad de influir irreversiblemente en la vida de alguien sin su consentimiento; es más, sabiendo que no debería hacerlo. Más tarde, el oficial de cubierta Gus Mancuso (Laurence Fishburne) dará una explicación razonable al comportamiento de Jim que iniciará la esperada e inevitable reconciliación.
Para añadir algo de emoción a la historia, el argumento complica las cosas con un fallo crítico de la nave que amenaza con matar a todos los ocupantes. Sin embargo, y a pesar de que ello otorga unos buenos momentos de espectáculo puro y duro muy bien orquestado, la emoción no llega nunca al máximo nivel porque en este tipo de historias no suele haber lugar para las sorpresas, y menos si son demasiado fuertes. Quiero decir que, a pesar de los intentos del guión por ponernos al borde del abismo en varios momentos, recurriendo a las típicas trampas que ya no sorprenden a nadie, somos conscientes del final feliz de la historia. Es quizá por aquí por donde se le podría criticar con más razón al argumento, pues toda la espectacularidad visual se apaga a la hora de analizar el relato, que es incapaz de ofrecernos la más mínima dosis de originalidad.
Lo que sí funciona bastante bien es la química entre Chris Pratt y Jennifer Lawrence, lo cuál es del todo imprescindible para que la película nos enganche, pues en ellos dos recae todo el peso de Passengers. Ambos actores realizan una labor impecable, lo que no extraña en absoluto en el caso de Jennifer Lawrence, pues no es solo una mujer muy hermosa, sino que posee talento a raudales. Pero me gustaría llamar la atención sobre el personaje de Michael Sheen: el robot Arthur que, siendo del todo secundario en el argumento, tiene algunos momentos muy interesantes, siendo además un personaje muy logrado, tal vez por no tratarse de un robot super inteligente, sino mucho más acorde con lo que podríamos esperarnos realmente.
Así pues, Passengers no deja de ser una sencilla y algo atípica historia de amor que no dejará huella por su originalidad, pero que luce un envoltorio espectacular que puede hacernos pasar unos momentos bastante sorprendentes.
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