El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 26 de diciembre de 2020

Plumas de caballo



Dirección: Norman Z. McLeod.

Guión: Bert Kalmar, S. J. Perelman, Harry Ruby y Will B. Johnstone. 

Música: Bert Kalmar y Harry Ruby.

Fotografía: Ray June (B&W).

Reparto: Groucho Marx, Harpo Marx, Chico Marx, Zeppo Marx, Thelma Todd, David Landau.

El profesor Quincy Adams Wagstaff (Groucho Marx) acaba de tomar las riendas de la universidad Huxley, donde estudia su hijo (Zeppo Marx), que le insiste en que se debe apoyar al equipo de rugby para que por fin sea un equipo ganador.

Los hermanos Marx eran cómicos de vodevil, curtidos desde su infancia en un mundo de un humor alocado, directo, estrafalario. Su salto al cine, debido a su gran popularidad en el teatro, no supuso ningún cambio en su estilo: siguió siendo el mismo, con argumentos absurdos que, en realidad, eran solamente la excusa para llenar la pantalla de sus gags inconfundibles, sus peleas y sus chistes disparatados. 

Plumas de caballo (1932) es su cuarta película con la Paramount, estudios con los que llegaron a Hollywood y que es la etapa considerada como la más auténtica del grupo, pues desarrollaron su creatividad sin ningún tipo de ataduras a las normas de los largometrajes al uso, algo que queda bien patente en este título, donde el argumento es del todo superficial y ni se intenta justificar en ningún momento; por ejemplo ¿a qué majadero se le pudo ocurrir la idea de nombrar rector de la universidad a un tipo como Wagstaff? No hay respuesta, ni importa nada. De hecho, el argumento en realidad presenta demasiadas incongruencias como para no tener que tomarlo en serio en ningún momento.

Todo gira en la búsqueda de dos buenos jugadores para el equipo de la universidad y los intentos de un mafioso de robar las tácticas de juego a Wagstaff, utilizando para ello las artimañas de Connie (Thelma Todd), una hermosa mujer que traerá de cabeza con sus encantos a Wagstaff, a su hijo y a Baravelli (Chico) y Pinky (Harpo), contratados equivocadamente como jugadores estrella de rugby por el alocado rector.

Con este esquema básico, el film se limita a presentar los diferentes sketches de los Marx, donde no faltan juegos de palabras, diálogos absurdos, peleas y gags visuales. Memorable la fuga de Baravelli y Pinky serrando el suelo de la habitación donde los han encerrado o el paseo en barca de Wagstaff y Connie.   

Y en este sentido tenemos la misma esencia de todas sus películas: no cambia Groucho, con sus chistes irreverentes y descarados; ni Harpo y sus locuras, siempre comiendo de todo y sacando cualquier cosa de su vestimenta o su maleta; ni Chico, el vividor, el pícaro. Nunca variaron su fórmula, no les hacía falta. Podían refinar los argumentos, pero la locura, el caos, la reducción de todo al absurdo, el no dejar títere con cabeza siempre fueron fieles a su cita. Y los números musicales, con Chico y su piano y Harpo con el arpa, creo que prescindibles. Pero además tenemos aquí el número cantado y bailado por Groucho bajo los acordes de "I'm against it", número musical que sí que resulta delicioso y que resume la filosofía de Groucho: sea lo sea, me opongo.

En Plumas de caballo aparece Zeppo, que adopta un personaje serio, sin desarrollar la vena cómica de sus otros hermanos. Tras seis películas, dejaría el cine.

Plumas de caballo no figura a la altura de las grandes obras maestras de los Marx, pero contiene suficientes alicientes para que no permitamos que se quede en el olvido. Personalmente, cualquier película de estos cómicos me proporciona una dosis extra de alegría y me hace ver la vida y el mundo desde un prisma diferente. Ojalá siempre se pudiera tomar todo tan alegremente.

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