Dirección: Howard Franklin.
Guión: Howard Franklin.
Música: Mark Isham.
Fotografía: Peter Suschitzky.
Reparto: Joe Pesci, Barbara Hershey, Stanley Tucci, Jerry Adler, Jared Harris, Gerry Becker, Dominic Chianese, Del Close, Richard Foronjy, Tim Gamble, Bob Gunton.
Leon Bernstein (Joe Pesci) se gana la vida como fotógrafo de sucesos en Nueva York a comienzo de los años cuarenta. Parte de su éxito reside en mantenerse neutral, sin tomar nunca partido por nadie. Sin embargo, eso cambia cuando la atractiva viuda Kay Levit (Barbara Hershey) le pide ayuda.
Película con pretensiones de cine clásico, El ojo público (1992) nos muestra las posibilidades del cine contemporáneo, pero también sus dificultades para redondear un material que ofrecía mucho más de lo que Howard Franklin al final consigue.
Si empezamos por las debilidades, lo primero que no conseguí superar es el tema de la ambientación. La historia transcurre en 1942 y el esmero de la producción para representar esa época con fidelidad resulta incuestionable. Sin embargo, y puede que este detalle sea algo personal, nunca me quité de la cabeza que todo era un simple decorado. Ambiente perfecto, ropas perfectas, todo inmaculado... y sin embargo artificial. Eso me pareció, aunque no dejaría de ser un detalle menor si el resto de la producción estuviera a la altura de lo esperado.
Otro detalle, y esto sí que es crucial, realmente inverosímil es el romance entre Leon y Kay. Se trata de un elemento clave en la historia que, sin embargo, el director no logra desarrollar con la intensidad y la profundidad suficientes. Pero al error en el planteamiento se suma el contraste entre Joe Pesci y una impresionante Barbara Hershey, lo que convierte su relación en algo del todo increíble. La química entre ellos dos es inexistente y así no se puede sostener nada. Es de esos detalles que le hacen pensar a uno en seguida que solo pueden suceder en el cine, jamás en la vida real.
Y unido a lo anterior, llegamos al punto más débil de El ojo público, que es la ausencia de emoción a lo largo de toda la historia. Franklin construye un relato en teoría apasionante, con el tema de la corrupción política, la mafia, la soledad de Leon, su enamoramiento "imposible", su sueño de reconocimiento por su trabajo... Es un material de oro puro que en manos del director se vuelve frío, sin emoción. Nada en la historia nos sacude, nada nos llega al alma. Intuimos grandes posibilidades, especialmente con el personaje de Leon, su ética o la falta de la misma, su pasión secreta hacia Kay, su dudosa decisión de fotografiar la masacre de un mafioso y su banda... Y todo ello nos deja fríos. Franklin es incapaz de darle vida a la historia, de conmovernos, de hacer que los hechos narrados traspasen la pantalla y nos golpeen, nos remuevan en el asiento. Una pena.
Pero no todo es fallido en la cinta. Para empezar, es un bonito homenaje al fotógrafo neoyorkino Weegee, un artista que retrató con descarnada sinceridad el Nueva York de mediados del siglo XX: crímenes, accidentes de tráfico y también damas de la alta sociedad. Algunas de las fotos que se muestran en la película eran suyas y demuestran el talento de un hombre singular.
Por otra parte, El ojo público encara abiertamente el tema de la ética de la fotografía: hasta qué punto se pueden hacer fotos de determinadas personas o situaciones. El colmo es como Leon, pudiendo evitar una masacre, permite que suceda porque así puede sacar unas fotos únicas.
Y más allá de la trama mafiosa, interesante aunque con poco recorrido en la cinta, donde residía todo el interés de la película era en el retrato de Leon Bernstein: en su soledad, en cómo su dedicación absoluta a su oficio lo convirtió en un hombre realmente solo. "Ninguna mujer podría amar a un tipo andrajoso que duerme vestido, que come a base de latas y que pasa tanto tiempo con cadáveres que huele como ellos". El personaje de Joe Pesci es realmente complejo, contradictorio; nos mueve a la compasión, pero también resulta censurable por esa manera obsesiva de dedicarse a su oficio e intentar lograr las mejores fotos a toda costa. Sin embargo, el director tampoco supo explorar convenientemente ese filón.
A cambio, tenemos un film impecable en las formas, con un gran trasfondo, un Joe Pesci soberbio, una Barbara Hershey más hermosa que nunca... Estaba todo ahí, pero Franklin se quedó en la orilla.
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