El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 2 de octubre de 2024

Abbott y Costello contra los fantasmas



Dirección: Charles T. Barton.

Guión: Robert Lees, Frederic I. Rinaldo y John Grant.

Música: Frank Skinner.

Fotografía: Charles Van Enger (B&W).

Reparto: Bud Abbott, Lou Costello, Lon Chaney Jr., Bela Lugosi, Glenn Strange, Lenore Aubert, Jane Randolph, Frank Ferguson. 

Larry Talbot (Lon Chaney Jr.) telefonea desde Londres a la estación de tren de Florida advirtiendo al empleado Wilbur Grey (Lou Costello) del peligro de unas cajas destinadas a la Casa de los Horrores McDougal. Pero Wilbur no tomará en serio la llamada.

Aunque en España no tienen la repercusión de cómicos como Los Hermanos Marx o Jerry Lewis, por ejemplo, Abbott y Costello fueron un duo cómico muy popular en los Estados Unidos en la década de 1940 y parte de la siguiente, apareciendo en televisión, radio y en el cine, donde filmaron nada menos que treinta y seis películas juntos.

En esta que nos ocupa, del año 1948, se rinde homenaje a los monstruos clásicos de la cultura popular (y el cine): Drácula (Béla Lugosi), Frankenstein (Glenn Strange) y el Hombre Lobo (Lon Chaney Jr.), reunidos en una parodia de los films de terror de la época y que daría lugar a un nuevo subgénero con gran recorrido posterior. 

Atención, no estamos ante un humor refinado y preciso, como el de las cintas de Billy Wilder o Ernst Lubitsch, ni el surrealista de los Marx. Abbott y Costello representan un humor más popular, sencillo, incluso infantil, que sin embargo les proporcionó una popularidad y un éxito totales entre el público de su época. 

De ahí que lo que tenemos en Abbott y Costello contra los fantasmas sea una parodia bastante básica que se apoya constantemente en la inocencia y carácter miedoso y cobarde de Wilbur y la incredulidad y sentido común de Chick Young (Bud Abbott), lo que está en la base de su humor.

Las bromas no son demasiado elaboradas y el argumento, muy elemental, se sigue con facilidad y cierta anticipación. En general, podemos afirmar que se trata de una película que sin duda tendría en la infancia a su público más idóneo.

Y sin embargo, la película de alguna manera funciona bastante bien, en contra de toda lógica. La clave, desde mi punto de vista, es su ausencia total de pretensiones. Es de esas películas que no intentan disimular su esencia y hasta hacen bandera de sus limitaciones. De ahí que, al tomarla en serio y al no esperar gran cosa de ella, acabe por entretenernos. Es más, lo elemental de los efectos especiales, los pobres decorados y el desarrollo tan simple son los que, vista en la actualidad, le confieren cierto encanto, un atractivo basado precisamente en sus carencias.

Es de esas historias en las que, si te dejas llevar por el espíritu inocente de tus años de infancia, donde te extasiabas ante la gran pantalla de una sala a oscuras sin el mínimo espíritu crítico ni analítico, puedes pasar un rato de franca diversión sin complejos. Pero, repito, no es un film logrado, solo un entretenimiento muy elemental.  

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