Dirección: Roger Michell.
Guión: Richard Bean y Clive Coleman.
Música: George Fenton.
Fotografía: Mike Eley.
Reparto: Jim Broadbent, Helen Mirren, Fionn Whitehead, Matthew Goode, Anna Maxwell Martin, Jack Bandeira, Aimée Kelly, Joshua McGuire, Charlotte Spencer.
En 1961, Kempton Bunton (Jim Broadbent), un idealista empedernido, roba el cuadro del Duque de Wellington, de Francisco de Goya, de la National Gallery para "financiar" su campaña en favor de las personas mayores y los veteranos de guerra.
Basada en hechos reales, El duque (2020) es una comedia a la que no podemos negar su gran originalidad. Sin embargo, tiene ciertos defectos que a la larga pasan factura.
Sin duda, para aquellos a los que les gusta el humor británico, esta cinta colmará en gran medida sus expectativas. Estamos ante un film elegante, muy bien ambientado y con actores, como Helen Mirren, que resultan realmente naturales. También lo es Jim Broadbent, cuyo trabajo resulta entrañable, especialmente en la parte del juicio, pero es evidente que el actor resulta demasiado mayor para su papel y eso es algo que no conseguí olvidar durante toda la película.
Además de la elegancia, quisiera destacar el gran nivel de los diálogos, algo que debería ser la norma en cualquier película pero que, por desgracia, es tan raro que cuando asistimos a un guión tan preciso como este resulta sorprendente y se agradece enormemente.
Sin embargo, El duque tiene una primera parte, donde se presentan los personajes básicamente, que me resultó bastante floja y, por lo tanto, se me hizo muy larga. Falta precisión, falta concreción. Los personajes, tanto el de Kempton como el de su esposa (Helen Mirren), no caen especialmente bien. Kempton está retratado de manera que se acerca más a un majadero que a un idealista de gran corazón. Por su parte, su esposa es gruñona, arisca, y aunque entendemos que debe estar hasta la coronilla de las majaderías de su esposo, no se hace simpática. Es el principal error de la historia: hacer que sus personajes no nos resulten simpáticos.
Es cierto que cuando llega la parte del juicio, el nivel de la película sube mucho, pues estamos al fin en el momento en que se desvelan las cartas sin disimulos ni juegos. Es entonces cuando comprendemos de verdad al señor Kempton que, de un plumazo, deja de ser un chiflado para convertirse en un sujeto muy simpático, lúcido y casi entrañable. Su esposa, al fin, parece entrar también en razón y asume la pérdida de su hija (una subtrama que recorre la película en segundo plano) y muestra cierta comprensión hacia su esposo. Es decir, de pronto el guión se vuelve sensible y tierno y consigue al fin que nos impliquemos en los problemas de los personajes, que sintamos su dolor por el drama de perder a una hija y los veamos como seres normales, no como los bichos raros del principio.
Sin embargo, a pesar de esa parte final más lograda, el desequilibrio de la cinta es evidente. En conjunto, es una película que se ve con agrado, pues resulta un tema novedoso y el tratamiento, sin forzar las gracias, es discreto y elegante. Pero no pasa de eso, de un film amable, con ciertos momentos muy logrados, pero sin una unidad que le de más peso en el conjunto.
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