El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 14 de septiembre de 2010

Los viajes de Sullivan


Considerada por muchos como la obra maestra de Preston Sturges, Los viajes de Sullivan (1941) es una película cuyo argumento sorprende a cada nuevo giro que da. Es un film curioso, profundo por momentos, con algunos diálogos que no suelen escucharse a menudo en el cine ("Pobreza no es la falta de riqueza. Es una peste, violenta en sí misma y contagiosa como el cólera. Miseria, criminalidad, vicio y desesperación son sus síntomas"), y que resulta una extraña mezcla de comedia, drama, romance y film social que te desconcierta bastante en un primer momento.

John L. Sullivan (Joel McCrea) es un director de éxito en Hollywood, especializado en comedias y películas intrascendentes. Un día, decide dar un giro a su carrera y hacer una película social que refleje las penurias que está atravesando el país, sumido en la crisis. Como no tiene realmente conocimientos directos del tema, decide hacerse pasar por vagabundo y recorrer el país sin dinero para conocer de primera mano el mundo de la gente desfavorecida.

Comienza la película con un tono desenfadado de comedia, con recursos que nos llevan directamente al humor del cine mudo (la persecución del autobús al coche del niño por los campos es el mejor ejemplo). La intención del director de fama de hacerse pasar por un mendigo comienza de manera absurda y desemboca, un tanto forzadamente, en el comienzo de un romance de Sullivan con una joven aspirante a actriz desengañada, interpretada por una bellísima Verónica Lake. El argumento se va volviendo más serio al compás de las peripecias de la pareja de falsos mendigos. Toma también un marcado carácter de denuncia social al reflejar de manera bastante detallada las míseras condiciones de los desheredados de la tierra, recordando algunos planos a Las uvas de la ira (John Ford, 1940). Sin embargo, Los viajes de Sullivan no es un film de denuncia social sino que, por encima de todo, es una comedia.

Hacia el final, nuevo giro del guión que se vuelve oscuro con el robo que sufre el protagonista, la muerte del mendigo en las vías y la condena a seis años de trabajos del director. Esta parte final, un tanto desigual con el resto del film, encierra la moraleja de la historia que nos ha contado Sturges, autor también del guión de la película, y que parece no ser otra que, por un lado, defender el cine de humor, sin demasiadas pretensiones, como el más útil socialmente y el que mejor conecta con el público, lo que implica defender su manera de entender el cine y una crítica hacia aquellos directores más serios y con pretensiones. En un plano más general, la conclusión también vendría a ser que una persona debe hacer aquello para lo que está dotada y lo que mejor sabe hacer, de esa manera es como hará realmente su contribución más valiosa a la sociedad.

En el debe de la película habría que poner un ritmo un tanto desigual, con algunos momentos que se hacen un tanto pesados, al igual que desigual el nivel de los diálogos que, en general, son sobresalientes por momentos, pero no mantienen el mismo nivel a lo largo de todo el film.

Como curiosidad, mencionar que la película seria y comprometida que Sullivan quería hacer se titularía "O Brother, Where Art Thou? Los hermanos Cohen, en el año 2000, tomarían prestado ese título en claro homenaje a Preston Sturges. 

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