El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Charada



Dirección: Stanley Donen.
Guión: Peter Stone.
Música: Henry Mancini.
Fotografía: Charles Lang Jr.
Reparto: Cary Grant, Audrey Hepburn, Walter Matthau, James Coburn, George Kennedy, Ned Glass, Jacques Marin.

Sin duda el principal atractivo de Charada (Stanley Donen, 1963) reside en el reparto: Audrey Hepburn, un maduro pero siempre perfecto y apuesto Cary Grant y unos secundarios de lujo, como Walter Matthau, James Coburn, George Kennedy y Ned Glass.

Una mujer, Regina Lampert (Audrey Hepburn), regresa de unas vacaciones en la nieve y recibe la noticia que su marido ha aparecido muerto. Al parecer, poseía una importante cantidad de dinero que varias personas andan buscando y, lógicamente, sospechan que pueda tenerlo ella.

Charada es una película que nos recuerda, irremediablemente, a Alfred Hitchcock por su argumento palagado de intriga, falsas apariencias, crímenes y una inocente envuelta en una peligrosa búsqueda de 250.000 dólares. Sin embargo, Stanley Donen, famoso sobre todo por sus musicales, como Un día en Nueva York (1949), Cantando bajo la lluvia (1952) o Siete novias para siete hermanos (1954), se inclina por darle un tratamiento ligero, de comedia, a la trama. ¿El resultado?: la intriga pierde gran parte de su fuerza y desde el comienzo estamos convencidos que nada malo puede sucederle a la protagonista. Es una opción válida, tan válida como cualquier otra, pero me hubiera gustado un enfoque más dramático, creo que la película hubiera ganado con ello.

En la línea con ese tono de comedia, los personajes parecen un tanto caricaturescos, en especial los tres cómplices del difunto señor Lampert, interpretados por Coburn, Kennedy y Glass, personajes trazados con un pincel demasiado grueso para mi gusto.

Otra debilidad del argumento de Charada la encuentro en un argumento que se sostiene con alfileres. Es verdad que la intriga resulta bastante ingeniosa y no dejan de sorprendernos los cambios que se van sucediendo en cuanto a la verdadera identidad de Cary Grant (con todo, quizá algo excesivos). Y el final es del todo inesperado. Pero una vez que se nos pasa la sorpresa, vemos que la historia es un tanto tramposa y poco creíble. Que Audrey Hepburn descubra en varias ocasiones que la persona en quién confiaba le ha mentido y a pesar de todo siga poniendo su vida en sus manos no deja de resultar bastante incongruente. Sin embargo, todo se supedita a la historia de amor y al encanto de los protagonistas, indiscutible, es verdad.

Situaciones extrañas a parte, la película es un tanto desigual. Junto a momentos muy logrados se suceden otros un tanto absurdos y si bien algunas frases están muy inspiradas, otros diálogos son bastante pobres.

Al final, lo que realmente queda de un film como Charada es el encanto de Audrey Hepburn y la gran clase de Cary Grant. Sin la presencia de ambos, no sé que hubiera sido de este film. Quizá el problema es que es una película muy de su tiempo, cuando se puso de moda rodar en Europa, cuando el glamour resultaba atractivo. Hoy en día, para mi gusto, le pesan demasiado los años y, si bien hay escenas memorables, el conjunto es un tanto desigual y me quedo con la sensación de que es una película a la que le falta nervio, tensión o carácter.

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