El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

El quinteto de la muerte


Estamos ante la última película del director, Alexander Mackendrick, para los estudios Ealing, ya que tras El quinteto de la muerte (1955) se marcharía a Hollywood. También los estudios pasarían a manos de la BBC en ese mismo año y este hecho marcaría su declive.

Una banda de ladrones, que se hacen pasar por un quinteto de músicos, alquila un par de habitaciones en la casa de una confiada anciana, la señora Wilberforce (Katie Johnson). La casa será su base de operaciones para perpetrar un robo en el implican, sin saberlo ella, a la viejecita. Pero el asunto se complica cuando la señora Wilberforce descubre el dinero y se empeña en que hay que devolverlo. Parece que no queda más remedio que deshacerse de ella, algo que no parece muy complicado.

El quinteto de la muerte, junto a Ocho sentencias de muerte (Robert Hamer, 1949) y Oro en barras (Charles Crichton, 1951), todas protagonizadas por Alec Guinness, forma el trío de obras maestras de la Ealing.

Se trata de una divertida comedia de humor negro típicamente británica. La película es bastante sencilla, casi artesanal, pero funciona bastante bien gracias a un magnífico guión de William Rose, nominado al Oscar, y a un reparto de lujo, con Alec Guinness a la cabeza y donde está presente también Peter Sellers, aunque su papel es un tanto secundario. Quizá uno de los peros que se pueden hacer a la película es que, así como el papel de la anciana está perfectamente definido, los ladrones no lo están tanto. Hubiera sido interesante marcar algo más sus personalidades, aunque quizá ello hubiera alargado en exceso la duración de la cinta. Y digo ésto porque en el remake que hicieron los hermanos Cohen en el 2004, definen mucho mejor a los integrantes de la banda y en ese aspecto la trama gana bastante. Junto al de la anciana, el personaje del profesor Marcus (Alec Guinness) es el que está mejor dibujado, componiendo una figura entre grotesca y ridícula a la que el gran actor pone su sello inconfundible.

Otro de los punto fuertes de El quinteto de la muerte es la estética misma de la película, gracias a unos decorados perfectos, donde la curiosa casa donde se alojan los ladrones adquiere la presencia de un actor más, y una fotografía espléndida que juega con las sombras de manera prodigiosa, creando un clima tenebroso y opresivo.

Si bien es cierto que en algunos momentos el ritmo falla un poco, en general la película discurre de manera bastante ágil y, sobre todo en la parte final, la acción es precisa y no deja ya ni un segundo de respiro. La clave reside en oponer a una ancianita indefensa a cinco despiadados ladrones y hacer que, contra toda lógica, triunfe el bien. Aunque es cierto que, por extraño que parezca, en ningún momento sentimos animadversión hacia los delincuentes, llegando a felicitarnos por el éxito inicial de su empresa.

He de reconocer que El quinteto de la muerte, dentro de su modestia y su sencillez, es una película que gana cuanto más se ve. Es una obra con ese encanto inconfundible de las cosas bien hechas, modestamente y sin más pretensiones que crear una historia que nos entretenga y nos divierta. No es un film hilarante, pero sí inteligente y lleno de buenos detalles. Pero también he de reconocer que el remake de los Cohen, The Ladykillers, me parece que en muchos aspectos supera al original.

No hay comentarios:

Publicar un comentario