Dirección: Walter Hill.
Guión: Walter Hill (Historia: Ryuzo Kikushima y Akira Kurosawa).
Música: Ry Cooder.
Fotografía: Lloyd Ahern.
Reparto: Bruce Willis, Christopher Walken, Alexandra Powers, David Patrick Kelly, William Sanderson, Bruce Dern, Karina Lombard, Ned Eisenberg, Michael Imperioli, Leslie Mann.
Huyendo de los federales, un hombre que se dice llamar John Smith (Bruce Willis) llega a un mísero pueblo de Texas llamado Jericó, donde dos bandas de gangsters se disputan el dominio. Smith, habilidoso pistolero, intentará sacar partido de la situación vendiendo información a uno y otro bando y ofreciendo sus servicios a quién mejor le pague.
Remake de Yojimbo (Akira Kurosawa, 1961), en la que también se inspiró en su momento Sergio Leone para su film Por un puñado de dólares (1964), El último hombre (1996), que parece copiar muy fielmente bastantes cosas del de Leone, no es más que un film de acción pura y dura con una delgada base argumental que no pretende más que servir de justificación para un despliegue de violencia tan gratuito, la mayoría de las veces, como excesivo.
Para ello, Walter Hill se centra casi exclusivamente en la parte visual de la película. Destaca, en este sentido, la fotografía de Lloyd Ahern, creando una atmósfera un tanto opresiva, con predominio de los tonos rojizos, y un tanto irreal. La acción transcurre en 1931, pero igual hubiera podido estar ambientada en el siglo XIX, cual western al uso. De hecho, el pequeño y polvoriento Jericó recuerda mucho a los típicos poblados de los westerns. Tampoco ahorra medios ni esfuerzos el director a la hora de coreografiar las escenas de acción, punto neurálgico de la propuesta de Hill. Con un exceso sin control por el ruido y las carnicerías, los tiroteos se suceden uno tras otro con el denominador común de un Bruce Willis cuya rapidez a la hora de disparar resulta no ser de este mundo. Pero poco importa la verosimilitud, todo se ha sacrificado en favor del espectáculo puro y duro.
Por ello, como apuntaba antes, el argumento está reducido a la mínima expresión y peca de una superficialidad total. De este modo, tenemos unos personajes apenas esbozados donde no interesa tanto explicar los porqués de sus actos, reducida la aclaración a una línea de argumento, como desplegar la típica parafernalia de disparos, sangre, frases lapidarias y poco más. Los diálogos, por ejemplo, son de una simpleza absoluta, llegando incluso a rozar el ridículo en algún momento. Bruce Willis casi aparece reducido a una caricatura de su personaje típico de hombre duro, nacido de La jungla de cristal (John McTiernan, 1988) y que parece que se ha encasillado en una repetición con ciertas variantes de aquel papel. Su personaje no es muy creíble y, además, todas sus habilidades con las armas y su sibilina manera de hacer negocios, aparentemente infalibles, se desmoronan por su debilidad para ayudar a las mujeres necesitadas; lo cuál parece más una justificación para hacer que su personaje, que mata a todo el que se cruza en su camino con una sangre fría y una crueldad terrible, tenga un lado positivo que lo redima, moralismo muy al uso del cine norteamericano.
El resto del reparto tampoco es que brille especialmente. Tal vez podemos destacar a Christopher Walken y a Bruce Dern por encima del resto, pero con la sensación de que no han sido tampoco muy bien aprovechados.
Quién se acerque a ver El último hombre ha de tener muy presente a lo que va: acción sin descanso, un ejercicio meramente visual y mucha violencia, aunque finalmente sin recrearse en lo macabro más que lo meramente necesario, por lo que resulta una violencia bastante digerible. Supongo que este tipo de productos tendrán su público, pero me cuesta encontrar algo por lo que merezca recomendar esta película, la cuál fue un fracaso de taquilla por cierto.
Remake de Yojimbo (Akira Kurosawa, 1961), en la que también se inspiró en su momento Sergio Leone para su film Por un puñado de dólares (1964), El último hombre (1996), que parece copiar muy fielmente bastantes cosas del de Leone, no es más que un film de acción pura y dura con una delgada base argumental que no pretende más que servir de justificación para un despliegue de violencia tan gratuito, la mayoría de las veces, como excesivo.
Para ello, Walter Hill se centra casi exclusivamente en la parte visual de la película. Destaca, en este sentido, la fotografía de Lloyd Ahern, creando una atmósfera un tanto opresiva, con predominio de los tonos rojizos, y un tanto irreal. La acción transcurre en 1931, pero igual hubiera podido estar ambientada en el siglo XIX, cual western al uso. De hecho, el pequeño y polvoriento Jericó recuerda mucho a los típicos poblados de los westerns. Tampoco ahorra medios ni esfuerzos el director a la hora de coreografiar las escenas de acción, punto neurálgico de la propuesta de Hill. Con un exceso sin control por el ruido y las carnicerías, los tiroteos se suceden uno tras otro con el denominador común de un Bruce Willis cuya rapidez a la hora de disparar resulta no ser de este mundo. Pero poco importa la verosimilitud, todo se ha sacrificado en favor del espectáculo puro y duro.
Por ello, como apuntaba antes, el argumento está reducido a la mínima expresión y peca de una superficialidad total. De este modo, tenemos unos personajes apenas esbozados donde no interesa tanto explicar los porqués de sus actos, reducida la aclaración a una línea de argumento, como desplegar la típica parafernalia de disparos, sangre, frases lapidarias y poco más. Los diálogos, por ejemplo, son de una simpleza absoluta, llegando incluso a rozar el ridículo en algún momento. Bruce Willis casi aparece reducido a una caricatura de su personaje típico de hombre duro, nacido de La jungla de cristal (John McTiernan, 1988) y que parece que se ha encasillado en una repetición con ciertas variantes de aquel papel. Su personaje no es muy creíble y, además, todas sus habilidades con las armas y su sibilina manera de hacer negocios, aparentemente infalibles, se desmoronan por su debilidad para ayudar a las mujeres necesitadas; lo cuál parece más una justificación para hacer que su personaje, que mata a todo el que se cruza en su camino con una sangre fría y una crueldad terrible, tenga un lado positivo que lo redima, moralismo muy al uso del cine norteamericano.
El resto del reparto tampoco es que brille especialmente. Tal vez podemos destacar a Christopher Walken y a Bruce Dern por encima del resto, pero con la sensación de que no han sido tampoco muy bien aprovechados.
Quién se acerque a ver El último hombre ha de tener muy presente a lo que va: acción sin descanso, un ejercicio meramente visual y mucha violencia, aunque finalmente sin recrearse en lo macabro más que lo meramente necesario, por lo que resulta una violencia bastante digerible. Supongo que este tipo de productos tendrán su público, pero me cuesta encontrar algo por lo que merezca recomendar esta película, la cuál fue un fracaso de taquilla por cierto.
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