El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 3 de julio de 2011

Sueños de un seductor



Con guión de Woody Allen, a partir de una historia suya, Sueños de seductor (Herbert Ross, 1972) es una de las raras ocasiones en que Allen no dirige. Parece ser que porque por entonces aún no tenía seguridad en esa faceta. En todo caso, la pelicula es una genuina obra de Woody Allen.

A Allan Felix (Woody Allen) acaba de abandonarlo su esposa (Susan Anspach) alegando que a su lado no hacía nada interesante y se aburría. Ayudado por Dick (Tony Roberts) y Linda (Diane Keaton), un matrimonio amigo suyo, Allan intenta encontrar una nueva pareja, aunque sin éxito. Sin embargo, en el proceso, se va sintiendo cada vez mejor en compañía de Linda y empieza a sentir algo hacia ella.

Sueños de un seductor es, en primera instancia, un homenaje de Woody Allen a la figura de Humphrey Bogart y, por extensión, al cine clásico. De hecho, el film comienza con la mítica escena final de Casablanca (Michael Curtiz, 1942) y la profesión de Allan Felix es crítico de cine. Las referencias a películas míticas de Bogart son constantes, así como a algún título del cine europeo. A partir de aquí, la historia se centra en los problemas de pareja, agravados en este caso por la torpeza del protagonista y su inseguridad. Y aquí es donde aparece la figura de Bogart, convertido en la conciencia de Allan para intentar que supere sus miedos a la hora de relacionarse con las mujeres. Un recurso divertido y muy en la línea de Woody Allen de romper las normas y utilizar cualquier método apropiado para expresar sus ideas o para romper barreras entre espectador y película, algo que, con diferentes variantes, veremos por ejemplo en Annie Hall (1977) o  La rosa púrpura del Cairo (1985).

Sueños de un seductor supone la primera vez que Allen trabaja con la que será su musa en su primera etapa como cineasta, Diane Keaton, y la comprenetación de ambos es perfecta. También lo es que en algunas escenas vemos a un Wood Allen algo torpe frente a la cámara; nada grave, pero sí que demuestra que el actor estaba aún en sus comienzos y le faltaban tablas.

Pero donde no patina en absoluto es en el guión. La película está repleta de momentos geniales y frases para apuntar, con un agudo uso del doble sentido y el equívoco. Junto al acierto en los diálogos, Allen también se muestra muy activo a nivel visual, recurriendo a bromas al estilo del cine mudo que en general resultan bastante buenas, si bien en momentos puntuales puede que caigan ligeramente en cierto exceso. Nada importante, en todo caso, pero un peldaño inferiores a los diálogos. Es esta faceta de Allen, la de cómico agudo, ingenioso y sorprendente, típica de estos primeros años de carrera, la que se irá perdiendo poco a poco, quizá por propio agotamiento, pero sigue siendo este el Woody Allen por el que siento más apego.

En cuanto a la labor del director, poco se puede decir más que su trabajo es correcto. En este tipo de historias el protagonismo recae en exclusividad en el guión y los actores, por lo que lo mejor es que la cámara pase lo más desapercibida posible.

Además de la pareja Allen-Keaton, en el reparto destaca Tony Roberts, presente también en la oscarizada Annie Hall, un actor eficaz, contrapunto perfecto en lo físico de Allen.

El film termina como empezó, con la escena del aeropuerto de Casablanca, pero esta vez protagonizada por Felix, Linda y Dick. Un hermoso desenlace para un film maravilloso, digno de no dejar que se pierda en el olvido y donde, junto al Woody Allen más agudo y sarcástico, encontramos también a un Allen más tierno, romántico y mitómano, pero lleno de una frescura irrepetible.

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