El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 18 de julio de 2011

La salida de la luna



Dirección: John Ford.
Guión: Frank S. Nugent (Argumento: Frank O'Connor, Martin J. McHugh, Lady Gregroy).
Música: Eamon O'Gallagher.
Fotografía: Robert Krasker.
Reparto: Tyrone Power, Maureen Connell, Eileen Crowe, Cyril Cusack, Maureen Delaney, Donald Conelly, Frank Lawton, Edward Lexy, Jack MacGrowran.

Hablar de La salida de la luna (John Ford, 1957) es hablar, más que de un film, de tres, pues en efecto se trata de tres episodios sin ningún nexo en común entre ellos más que el hecho que las tres historias sean historias irlandesas y que son presentadas por Tyrone Power, de origen irlandés también como John Ford, que hace las veces de narrador y maestro de ceremonias.

Así pues, mejor será analizar de manera individual cada uno de esos episodios.

El primero de ellos se titula The Majesty of  the Law (La majestad de la ley): el inspector Dillon (Cyril Cusack) se dirige a casa de un campesino, Dan O'Flaherty (Noel Purcell), para detenerlo por haberle roto la cabeza a un vecino que lo había tachado de mentiroso.

Esta historia, basada en un relato corto del escritor irlandés Frank O'Connor, es en apariencia la menos vistosa de todas. Pero digo en apariencia porque, bien mirada, me parece la mejor de las tres. Analiza, en clave de comedia, eso sí, ese rasgo tan típico de los hombres, y al parecer muy arraigado en los irlandeses de antaño, como es el orgullo, que hacía que una persona le rompiese la cabeza a otra por tratarle de embustero y prefiriese la cárcel antes que firmar la paz. Es un relato bien construido y que cuenta más que lo que se ve, algo muy del estilo de John Ford, dejando que los personajes nos muestren una faceta de su vida y su personalidad, que adivinamos no es más que la punta del iceberg. De paso, Ford rinde homenaje a las costumbres y tradiciones de siempre que, desgraciadamente, parece que se vayan perdiendo bajo el paso rápido del progreso. Muy buenas interpretaciones para una historia en la que el director se muestra más contenido en su idolatración de la Irlanda de sus antepasados.

El segundo capítulo está basado en una comedia, escrita por Martin J. McHugh, y lleva el título de A Minute's Wait (Un minuto de parada). Es el capítulo más divertido y, por ello, el que suele ser más recordado. En él se cuentan las peripecias de un viaje en tren por la campiña irlandesa y de la accidentada parada de "un minuto" en una pequeña estación. La historia tiene momentos realmente graciosos, pero peca de un exceso de pintoresquismo y algunos personajes rozan lo ridículo. Si la vemos con cierta indulgencia, la historia tiene su encanto, y algunas escenas y algunos individuos están bastante logrados; aunque esos defectos mencionados no dejan de afearla un poco. Reparto de nuevo muy acertado, salvo algunas interpretaciones, pocas, un tanto exageradas (la pareja de jóvenes casaderos, encarnados por Godfrey Quigley y Maureen O'Connell), aunque se podría pensar que el problema está más bien en el diseño demasiado estereotipado y tosco de sus personajes que la actuación en sí.

Es la tercera historia, titulada 1921 y que se basa en una obra de teatro de Lady Gregory titulada en inglés The Rising of the Moon (Cuando se levanta la luna), la de más envergadura de todas, al menos argumentalmente. Trata de los años en que los irlandeses luchaban por su independencia y, en concreto, nos habla de un patriota irlandés, Sean Curran (Donald Donnelly), que espera en su celda el momento en que será llevado a la horca.

El episodio tiene un marcado tono político, pero de nuevo Ford se inclina más por el lado humano y deja en un segundo término el debate serio para centrarse en las figuras de un sargento y su esposa y en la lucha que se entabla entre su deber como policía y a sus sentimientos personales, y los de su esposa, que no le da un respiro. El retrato que hace de este matrimonio, con breves y precisas pinceladas, es lo mejor de este capítulo. También me gustaría destacar el modo en que está filmado el episodio, con unos encuadres muy llamativos que crean imágenes de gran fuerza plástica, junto a la atmósfera especial de las escenas de los muelles y la excelente fotografía en blanco y negro.

La salida de la luna hay que verla, en su conjunto, como una visita más de John Ford a su admirada Irlanda; con esa visión un tanto idílica e irreal con que el director se acercaba siempre a ese país. El propio Ford decía que era una película que había hecho para divertirse y, la verdad, logra que nosotros también pasemos un rato muy agradable, aún a sabiendas que se trata de una obra menor, pero que destila por aquí y por allá pequeñas gotas de ese gran talento narrativo del director y que contiene también un bonito aire poético y de devoción de un hombre hacia la tierra de sus antepasados.

No hay comentarios:

Publicar un comentario