El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 13 de mayo de 2012

Los cuatrocientos golpes




Dirección: François Truffaut.
Guión: Marcel Moussy y Francos Truffaut.
Música: Jean Constantin.
Fotografía: Henri Decae.
Reparto: Jean-Pierre Léaud, Claire Maurier, Albert Rémy, Guy Decomble, George Flamant, Patrick Auffay, Jeanne Moreau.

Los cuatrocientos golpes (1959) es el debut cinematográfico de François Truffaut, crítico cinematográfico en Cahiers du Cinéma, la famosa revista de cine de André Bazin, y puede considerarse la obra principal de la llamada nouvelle vague, la corriente renovadora del cine francés que se desarrollará principalmente en los años sesenta.

Antoine Doinel (Jean-Pierre Léaud) es un adolescente acuciado por serios problemas personales: en la escuela sufre los castigos de un severo profesor que no tolera su indisciplina y en su hogar ha de soportar las peleas de su padres y la sensación constante de falta de cariño. Apoyado por su único amigo, René (Patrick Auffay), Antoine comenzará a faltar a clase y a cometer pequeños hurtos que ocultará con mentiras.

Hay películas cuyo valor se mide más por lo que supuso en su momento que por lo que podamos estimar viéndolas a día de hoy. Los cuatrocientos golpes es un ejemplo perfecto de ésto. Hoy en día sin duda no es un film que nos sorprenda de un modo especial ni que destaque por su calidad, pero supuso un cambio de tendencia en el cine francés y su influencia aún no se ha perdido del todo.

La nouvelle vague proponía una nueva forma de enfocar el cine y se oponía abiertamente al cine de calidad que dominaba por entonces la producción francesa, proponiendo un cine de autor, más intelectual, más personal y donde se notaba claramente la ascendencia del neorrealismo italiano. Y todas las formulaciones teóricas de los críticos cinematográficos de Cahiers du Cinéma, que se convertirían en los directores de esta corriente nueva, se van  a plasmar en Los cuatrocientos golpes, película que además supuso para Truffaut el premio al mejor director en el Festival de Cannes de 1959, lo que en la práctica vino a dar el espaldarazo a la nouvelle vague.

Fiel a sus planteamientos, Truffaut nos presenta una historia de fuerte carácter social, donde el protagonista y su familia pertenecen a una clase social baja con problemas de dinero, laborales y de realización personal. El tema de la fractura de la familia, con una madre que tiene que trabajar fuera y no se ocupa de su hijo, parecen estar en la base de los problemas de Antoine. Aunque, en el fondo, todo se reduce a la falta de cariño. Pero lo importante es que Truffaut da el protagonismo a personas normales, de la calle, y también es la calle el escenario donde transcurren sus desventuras, pues Truffaut filma directamente en las calles de París. Pero la búsqueda de realismo también se plasma en una fotografía austera, la ausencia de efectismos o dramatismos superficiales y un enfoque que en todo momento busca el realismo más puro posible. Este realismo, esta simplicidad y esta economía de medios rompían abiertamente con el cine oficial imperante.

Estamos ante una nueva década, un momento de grandes cambios sociales que Los cuatrocientos golpes parece que anticipa. Porque Truffaut no elude la crítica social, la crítica al sistema educativo, a la represión del espítitu libre de Antoine, a la pérdida de valores, a una sociedad que no le gusta. Pero lo que diferencia a esta propuesta de otras parecidas, italianas o españolas, es que Truffaut elude la dramatización, se muestra más distante y, además, tiñe la crítica con un toque de romanticismo que muestra las verdaderas intenciones: la película es una mirada amable, nostálgica, tierna, al mundo de la infancia. Y hay dos escenas que lo subrayan: la del guiñol, donde Truffaut se recrea en las miradas nerviosas de los niños (para mí, la escena más entrañable del film) y las lágrimas de Antoine cuando es trasladado en el furgón policial, mirando las calles a través de las rejas.

Sin embargo, donde la película no termina de convencerme es el apartado de las interpretaciones. Y no por culpa de Jean-Pierre Léaud o Patrick Auffay que, sin hacer un trabajo excepcional, creo que cumplen con bastante solvencia. Pero ni Claire Maurier ni Albert Rémy, los padres de Antoine, ni Guy Decomble, el profesor, me resultan convincentes. Es algo que me suele pasar con el cine francés en general, ya que me resulta un tanto confusa la manera en que expresan su emociones y no consigo creerme del todo su trabajo que, siempre, me parece un tanto artificial.

Con una carga autobiográfica importante, Los cuatrocientos golpes encierra también algo más que lo que muestra. Es la vertiente más intelectual del film, donde las imágenes pueden leerse de diversas maneras, donde el mensaje está ahí, como en la escena final de Antoine descubriendo el mar, aunque Truffaut no nos de nunca una solución evidente, sino más bien diferentes caminos, que cada uno recorrerá o no. Y también abundan las referencias al cine y a la literatura, demostración de la pasión del director por estas artes y reveladoras del interés de Truffaut por darle a su historia un substrato cultural inconfundible.

Los cuatrocientos golpes es, en definitiva, una de películas que quedan en la historia del cine como mojones del camino, señalando un instante que va a provocar una nueva tendencia, una nueva mirada. Eran los sesenta y había una generación de cineastas que exploraba nuevas sendas y, también, una nueva generación de espectadores, receptores de las nuevas tendencias.

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