El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 21 de mayo de 2012

Los tres padrinos



Dirección: John Ford.
Guión: Laurence Stallings y Frank S. Nugent (Relato: Peter P. Boyle).
Música: Richard Hangeman.
Fotografía: Winton C. Hoch.
Reparto: John Wayne, Pedro Armendáriz, Harry Carey Jr., Ward Bond, Mildred Natwick, Charles Halton, Jane Darwell, Mae Marsh, Guy Kibbee, Dorothy Fors, Ben Johnson.
 
Los tres padrinos (1948) no es desde luego la mejor película de John Ford. Pero aún así, el toque peculiar del director se deja sentir, especialmente en determinadas escenas donde Ford demuestra su enorme talento en el retrato de los personajes y en crear instantes cargados de emoción. Si a ello le sumamos el especial gusto estético del director, tenemos un film más que aceptable.

Tres bandidos llegan al pequeño pueblo de Welcome, en Arizona, para robar el banco local. Pero pronto las cosas se tuercen: uno de los bandidos es herido en el hombro y pierde su caballo y en la huida, perseguidos por el sheriff, pierden también el agua. Acosados por el sheriff y sin agua, deben adentrarse en el desierto de Arizona en busca de un pozo donde abastecerse. Pero al llegar allí, encuentran el pozo seco y a una mujer que está a punto de dar a luz.

Los tres padrinos es un remake de otro film de John Ford, Marked men (1919), interpretado por Harry Carey, a quién va dedicada esta película con motivo de su muerte, por lo que Ford da un papel de protagonista a su hijo, Harry Carey Jr., que será desde entonces un habitual colaborador de Ford.

Los tres padrinos es, ante todo, un western realmente atípico. Rodada entre Fort Apache (1948) y La legión invencible (1949), para muchos podría tratarse en realidad de una especie de cuento de navidad ambientado en el oeste, pues las referencias a esta fiesta son contínuas a lo largo del film, así como a la biblia, presente desde mitad de la historia y que se convierte en la guía del camino que seguirán los protagonistas, o los nombres de algún pueblo, como Nueva Jerusalén. Y la verdad es que mucho de cuento tiene el argumento de Los tres padrinos, que narra una historia un tanto improbable y llena de buenas intenciones y mejores personajes.

Para empezar, los protagonistas son tres forajidos de buen corazón. Como es habitual en las historias de Ford, desconocemos el pasado de los bandidos y qué los impulsa a atracar el banco, pero desde el comienzo Ford se esfuerza en que nos caigan simpáticos, mostrando su lado más humano. Roban el banco, es cierto, pero son buenas personas, educados, sensibles y nobles. Y su compromiso con la moribunda madre para apadrinar a su hijo y cuidarlo es la prueba definitiva de su bondad. A partir de aquí la historia cobra nuevos tintes, volviéndose marcadamente tierna. El problema mayor es hacer creíble la supervivencia del bebé en medio de desierto al cuidado de tres vaqueros que no saben nada de niños y casi sin medios materiales. Es entonces cuando la teoría del cuento cobra fuerza. Sólo con esa visión podemos seguir el desarrollo de los acontencimientos. Y la verdad es que Ford se esfuerza en hacer plausible esta parte de la película, pero no deja de ser cuestión de fe, por parte del espectador, creer lo que está viendo. Pero en realidad, poco importa. Se trata de dejarse llevar, como en los films de Capra, a los que nos remite Los tres padrinos en más de una ocasión. Es por ello que la película puede desconcertar bastante la primera vez que la vemos, porque no se parece a ningún western de Ford, porque no es lo que esperamos.

Una vez superada la sorpresa, la película demuestra que es hija del gran director. Por un lado, Ford se rodea de sus actores habituales, como John Wayne, Ward Bond, Ben Johnson, Jane Darwell o Hank Worden, y también se aferra a esos valores que se empeñaba en exaltar en la mayor parte de sus obras: el valor, la nobleza, la familia, las tradiciones, la figura materna, etc. Todo ello para crear ese universo tan personal del director, una de sus señas de identidad, a la vez que vuelve a deslumbrar con alguno de sus planos que recuerdan a pequeñas obras de arte, en este caso apoyándose en la fotografía de Winton C. Hoch, con quién comienza a trabajar en este film y que le acompañará en futuras películas.

Lo que no consigue el director es mantener un ritmo constante en la película. Arranca muy bien, con la escena en que los bandidos conocen al sheriff de Welcome, Perley Sweet (Ward Bond), y sigue con fuerza tras el robo al banco y la huida de los bandidos. Pero la historia decae a partir del momento en que aparece la figura del niño. Es cierto que la muerte de la madre (Mildred Natwick) es una hermosa escena, brillantemente "enmarcada" por Ford, pero a partir de ahí el ritmo se vuelve demasiado lento y la historia pierde algo de fuerza y de nervio, que sólo recuperará con las visiones del extenuado Robert (John Wayne) para volver a ganar fuerza en el final de la película, con el encarcelamiento de Robert y el juicio posterior. Es verdad que Ford salpica la huida de los forajidos con pequeños desvíos hacia sus perseguidores, que amenizan el relato con momentos simpáticos que se agradecen, pero aún así la parte central de la película se hace un tanto lenta en algunos momentos.

Pero como estamos hablando de John Ford, el mejor director de la historia desde mi punto de vista, Los tres padrinos contiene suficientes momentos de muy buen cine y algunas escenas memorables como para salir airosa a pesar de esa pérdida de tensión en la historia. Un film un tanto desconcertante, una historia con más de Capra que de Ford, pero capaz de cautivarnos en muchos momentos. Y es que el peor de los films de Ford, que no es este el caso de todos modos, es aún muchísimo mejor que las mejores películas de muchos otros directores.

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