El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 1 de mayo de 2012

Gran Hotel



Gran Hotel (Edmund Goulding, 1932) es uno de esos títulos que se han ganado un lugar en la historia del cine. Por un lado, se alzó con el Oscar a la mejor película, pero también supuso un acontecimiento al reunir a un buen puñado de las mejores estrellas de la Metro en una historia coral que crearía escuela, llamándose desde entonces la fórmula de Gran Hotel.

El Gran Hotel de Berlín es un lujoso establecimiento donde se alojan grandes estrellas del espectáculo, hombres de negocios, aristócratas. Un lugar caro y exclusivo en el que las vidas de varios huéspedes van a entremezclarse muy estrechamente.

La verdad es que Gran Hotel es, vista hoy en día, una película con muchos puntos a su favor, pero que en conjunto no ha envejecido del todo bien y cuesta pensar en ella como la mejor película de su año.

Es verdad que la apuesta de un film coral en aquellos años era bastante arriesgada, pero también es cierto que la Metro supo afrontar el reto con acierto. Para empezar, se apoyó en una exitosa novela de Vicki Baum para contar ya con una sólida base. El buen guión de William A. Drake hace el resto en este punto. Por si ello no fuera suficiente, la Metro reunió a un grupo de sus mejores estrellas para dar brillo al proyecto. Destaca el hecho que figuren dos de sus mejores actrices, Greta Garbo y Joan Crawford, en franca rivalidad, si bien es verdad que no compartirán ninguna escena. Y si bien Greta Garbo partía con el rol de gran estrella, a decir verdad prefiero el trabajo de Joan Crawford. Greta está más exagerada, artificial, quizá con rasgos en su interpretación que nos hacen pensar más en el cine mudo. Joan está, además de muy guapa, mucho más natural, fresca y su papel es mucho más rico, más humano y conmovedor. Greta Garbo simboliza a la gente adinerada, si bien es una estrella en declive, depresiva y egocéntrica. Joan Crawford es la trabajadora de clase baja, sin dinero y que ha de buscarse la vida con esfuerzo y algo más, si llega la ocasión. Como curiosidad, Joan sólo tiene un vestido en la película, que ella misma se había arreglado haciéndolo algo más escotado. Por contra, Greta Garbo luce un vestuario suntuoso, acorde con su papel.

Del lado masculino, la Metro reunió a los hermanos Barrymore, John y Lionel, dos grandísimos actores, ya algo maduros, junto al magnífico Wallace Beery y Lewis Stone o Jean Hersholt. La historia, a pesar de ser coral, gira principalmente en torno a la figura del Baron (John Barrymore), con el que se van relacionando el resto de personajes. Su trabajo es perfecto, dando vida a un noble arruinado pero de corazón noble que, llegado el momento, sabrá hacer lo que es debido. Lástima que el alcoholismo dinamitara la carrera de este gran actor. Su hermano Lionel, otro actor legendario, está quizá algo más sobreactuado, con un papel que nos parece algo exagerado hoy en día, encarnando al mísero obrero al que le dictaminan una enfermedad terminal y decide vivir a lo grande lo poco que le quede de vida.

Así pues, Gran Hotel se presenta como un drama en el que, a través de los problemas de un grupo de huéspedes, todos perdedores, se va analizando la vida, lo ingrata que puede ser o cómo nos puede llegar a compensar inesperadamente. Pero también nos habla de las cosas que de verdad importan o las que no, como pueden ser el amor, la salud, el éxito o el dinero. Aunque la intención de la Metro era ofrecer una película que impresionara a los espectadores a base de glamuor y lujo y que les hiciera olvidarse de las penurias derivadas del Crac del 29, una fórmula muy utilizada en aquella época.

La película arranca bastante bien, con una secuencia muy lograda, aquella en que la cámara se recrea en la recepción, moviéndose de un lado a otro del mostrador como en un baile perfecto. Sin embargo, poco a poco va bajando el ritmo y la película parece llegar a una especie de punto muerto, a una situación sin demasiado interés. Puede que sea a causa de extenderse demasiado en algunas escenas secundarias que alargan en exceso la duración de la cinta y tampoco sirven para hacer avanzar la parte principal de la historia. Si Goulding hubiera acortado la escena de Otto (Lionel Barrymore) borracho en su habitación, algunos diálogos de Grusinskaya (Greta Garbo) y su doncella o la escena de la negociación de la fusión, por poner algunos ejemplos, creo que el ritmo habría ganado muchos enteros. Después, cuando la película entra en el tramo final, el ritmo se vuelve a recuperar, pero sin hacernos olvidar esa parte central un tanto lenta.

Lo que sí que sabe explotar Goulding es el decorado, con la magnífica recepción o los espectaculares planos del hueco de las plantas del hotel, obra de Cedric Gibbons e inspirado en el art déco. También me gustó mucho la fotografía de William Daniels, realmente magnífico en algunos planos en claroscuro, como en ese fantástico en que vemos descalzarse a Grata Garbo en su habitación. La presencia de Daniels podría explicarse como una petición personal de Garbo, que también haría famosa esta película con su célebre frase Quiero estar sola, algo en lo que se empeñaría el resto de su vida una vez retirada del cine.

La exitosa fórmula de Gran Hotel hará que la Metro la repita al año siguiente en Cena a las ocho (1933), donde George Cukor sí que sabrá sacar mejor partido a un reparto coral donde vuelve a contar con los hermanos Barrymore, Wallace Beery y Jean Hersholt.

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