El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 5 de octubre de 2012

El club de los poetas muertos



Dirección: Peter Weir.
Guión: Tom Schulman.
Música: Maurice Jarre.
Fotografía: John Seale.
Reparto: Robin Williams, Robert Sean Leonard, Ethan Hawke, Josh Charles, Dylan Kussman, Gale Hansen, James Waterson, Allelon Ruggiero, Kurtwood Smith, Lara Flynn Boyle, Norman Lloyd, Alexandra Powers.

En un elitista y estricto colegio privado de Nueva Inglaterra, un grupo de alumnos descubrirá la poesía, el significado del carpe diem -aprovechar el momento- y la importancia vital de luchar por alcanzar los sueños gracias al nuevo y excéntrico profesor de literatura, el señor Keating (Robbie Williams), que despierta sus mentes por medio de métodos poco convencionales.

Coged las rosas mientras podáis,
veloz el tiempo vuela.
La misma flor que hoy admiráis,
mañana estará muerta.

Walt Whitman  

He de reconocer que he disfrutado de esta película incluso más ahora que la primera que la ví, allá por el año de su estreno, 1989. Y es que El club de los poetas muertos no ha perdido frescura ni ha declinado el mensaje en que se ampara Peter Weir para ofrecernos el mejor y más sentido drama de su carrera. Un Peter Weir amante de la belleza, del ritmo, de las historias de amistad bien contadas. Un director que ha sabido aunar profundidad y belleza. El mejor ejemplo, sin duda, el presente.

El club de los poetas muertos parece un film inglés. No solamente por el exclusivo colegio donde transcurre, de evidente inspiración británica, con su gusto por la tradición y el apego a las viejas tradiciones. También me recuerda los films ingleses, o cierto tipo de este cine, por su elegancia, su gusto por el detalle, su cuidado por las formas y los diálogos. La película es hermosa. Está plagada de paisajes deslumbrantes, de escenas que se nos quedan en la retina. Tiene mucho que ver la fotografía de John Seale y el talento y el buen gusto de Peter Weir. Se da en este film una maravillosa y armónica consonancia entre contenido y continente. No hay rastro de pedantería ni de presunción.

Y es que El club de los poetas muertos es un canto a la juventud, a su fuerza, a su vitalidad y a su osadía. Mientras las viejas tradiciones intentan formar hombres de bien, futuros profesionales prestigiosos, el señor Keating persigue otro tipo de excelencia: la libertad, la ambición de soñar, de vivir, de no dejar pasar la vida sin pelear por los sueños. Keating les infunde a sus alumnos el amor por la vida. Y la curiosidad, la valentía de defender cada uno sus propios valores, sus ideales, de no amoldarse a las normas sólo porque nos los impongan. Naturalmente, tanta libertad no puede ser aceptada sin más en un universo rígido, encorsetado en las normas, práctico y terriblemente anquilosado. Las enseñanzas de Keating chocan con las normas del colegio y con las aspiraciones de los padres sobre el futuro de sus hijos. Sólo en unos pocos estudiantes soñadores, que refundarán el "Club de los poetas muertos", germinará la semilla de las enseñanzas de Keating.

El guión de la película es prodigioso. Y lo es porque está repleto de pequeños momentos hermosos, de lecciones sobre la vida, el amor, la libertad y los sueños. Y siempre desde un cierto distanciamiento, con una pose elegante, sobria. Incluso en los momentos más dramáticos, la cámara se aleja, se queda en la puerta del despacho, respetando recatada la intimidad del drama familiar. Aquí también creo adivinar esa elegancia del cine británico a la hora de enfrentarse a determinadas situaciones; tan distante a su vez del cine más latino del sur de Europa. Y el mérito del guión reside también en la manera tan acertada en que va definiendo y diferenciando a los alumnos del "Club de los poetas muertos", cada uno diferente y único, todos con la fuerza de las esperanzas intactas y el miedo al mundo de los adultos, del que apenas conocen nada pero que es el que guía sus destinos. Sin embargo, poco se nos dice de Keating a nivel personal. A pesar de que él es el detonante del cambio en las vidas de sus alumnos, el guión se limita a mostrarnos su faceta de docente. Porque los protagonistas son los estudiantes. De las cuatro nominaciones que recibió el film (director, película, actor principal y guión), solamente el guión terminó llevándose el Oscar.

Confieso que en algunos momentos volví a sentir algunas sensaciones que los años han ido arrinconando. Entendí a esos estudiantes porque me renococí en sus miradas fascinadas, en su sorpresa ante la rebeldía de Keating, en sus miedos a enfrentarse a la autoridad. Durante la función de teatro, cuando Knox (Josh Charles) le coge la mano a Chris (Alexandra Powers) fue inevitable recordarme en parecida tesitura.

No debemos olvidar tampoco que uno de los grandes aciertos del film es el magnífico reparto del mismo. Sinceramente, el papel de Robin Williams, en su mejor trabajo, vale por una carrera completa. Y el elenco de jóvenes actores es excelente. Es verdad que sus carreras han sido muy dispares, pero Robert Sean Leonard, Ethan Hawke, Josh Charles, Gale Hansen o Dylan Kussman rebosan autenticidad y talento.

Y poco más me queda por añadir. Recomendar la película, naturalmente. No dejar que se pierda en el olvido. Recuerdo el revuelo que causó el film en la época de su estreno. Pienso que en cada persona, según el momento de su vida en que la vea, será capaz de despertarle muy diversos sentimientos. Sean cuales fueren éstos, ya es importante en sí mismo que una película nos provoque una reacción o una emoción, y El club de los poetas muertos lo hará, sin duda ninguna.

Carpe Diem: vivid el momento. Coged las rosas mientras aún tengan color pues pronto se marchitarán. La medicina, la ingeniería, la arquitectura son trabajos que sirven para dignificar la vida pero es la poesía, los sentimientos, lo que nos mantiene vivos.

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