El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 10 de octubre de 2012

La ley de la calle



Dirección: Francis Ford Coppola.
Guión: Francis Ford Coppola, S.E. Hinton (Novela: S.E. Hinton).
Música: Stewart Copeland.
Fotografía: Stephen H. Burum (B&W).
Reparto: Matt Dillon, Mickey Rourke, Diane Lane, Dennis Hopper, Nicolas Cage, Vincent Spano, Diana Scarwid, Chris Penn, Tom Waits, Laurence Fishburne, Sofia Coppola, William Smith, Michael Higgins.

Rusty James (Matt Dillon) es un joven que sueña con volver a los tiempos de las pandillas juveniles para emular a su hermano mayor, que en su día fue líder de una de ellas y que arrastra una reputación de rebelde e intocable como "El chico de la moto" (Mickey Rourke).

A comienzos de los años ochenta, Coppola se va a embarcar en la realización de dos películas muy personales, ambas adaptaciones de dos novelas de S. E. Hinton, Rebeldes (1983) y ésta, La ley de la calle (1983). Los dos films tienen una temática parecida y de ellos, que comparten muchos jóvenes actores en el reparto, saldrán algunas de las futuras estrellas de Hollywood. Pero mientras Rebeldes es mucho más académica, en La ley de la calle Coppola se vuelve más vanguardista y personal que nunca, empezando por una fotografía en blanco y negro, que es como parece que ve la vida "El chico de la moto". Tanto éste como su hermano pequeño son reflejo del propio director y su hermano mayor, a quién dedica la cinta.

Quizá el mayor problema de La ley de la calle es el estilo tan peculiar que adopta Coppola para contarnos esta historia sombría de dos hermanos a los que abandonó su madre y que conviven con un padre alcohólico. Porque, en busca de un tratamiento novedoso, el director nos ofrece un film donde las formas, la fotografía y la ambientación toman todo el protagonismo. Visualmente, la película, que recuerda a Sed de mal (Orson Welles, 1958), no me impactó demasiado. Quizá es el problema de estos ejercicios tan personales: pronto se vuelven anticuados porque sus innovaciones pasan a ser moneda común de obras posteriores. El blanco y negro, los ángulos forzados de la cámara, los juegos de luces y sombras... le dan ambiente a la película y un toque singular, pero ello no creo que sea suficiente para hacer de este film algo excepcional. Y más cuando el argumento queda reducido a un esqueleto bastante simple. Personalmente, esperaba más de la relación de los dos hermanos, de sus problemas y me hubiera gustado conocer algo más del pasado de "El chico de la moto", apelativo que suena algo ridículo en castellano, la verdad, y cuya repetición a lo largo del film no hizo más que aumentar esa impresión.

Y si necesitáramos un ejemplo de la casi banalidad argumental de la película, creo que los diálogos serían el mejor ejemplo. Tan solo el padre de los chicos, un genial Dennis Hopper, acierta a decir un diálogo bastante hermoso sobre ambos hermanos, cuando afirma que "El chico de la moto" nació en el momento y el lugar equivocados y que Rusty James debería rezar para no parecerse a él. Por lo demás, conversaciones simplistas y situaciones extrañas pueblan una cinta que en algunos momentos se me hizo un tanto pesada.

Así que lo que queda al final es un ejercicio formal muy personal, que puede gustar más o menos, pero con un argumento muy limitado y que no consigue emocionarnos en ningún momento. La frialdad és la nota dominante de esta historia y ese es un lastre demasiado importante.

En cuanto al reparto, creo que es lo más destacable de la cinta. Es cierto que Matt Dillon aún me parece un poco verde, pero hace un trabajo bastante meritorio. Podemos ver también a un joven Nicolas Cage, sobrino de Coppola, a una hermosísima Diane Lane y, sobre todo, a Mickey Rourke y Dennis Hopper, los dos mejores actores del film, especialmente este último, que hace el mejor trabajo que le recuerdo.

Hoy este film, ganador de la Concha de Oro del festibal de San Sebastián, es un film de los llamados de culto. Mi duda es si sería lo mismo si el director no tuviera el nombre que tiene Coppola. En todo caso, tanto Rebeldes como Ley de la calle fueron un fracaso de taquilla y le ocasionaron no pocos problemas económicosa Francis Coppola, obligándole a aceptar el encargo de dirigir Cotton Club al año siguiente.

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