El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 13 de octubre de 2012

El jovencito Frankenstein



Dirección: Mel Brooks.
Guión: Gene Wilder & Mel Brooks (Novela: Mary Shelley).
Música: John Morris.
Fotografía: Gerald Hirschfeld (B&W).
Reparto: Gene Wilder, Peter Boyle, Marty Feldman, Cloris Leachman, Teri Garr, Madeline Kahn, Gene Hackman, Richard Haydn, Kenneth Mars.

El joven doctor Frederick Frankenstein (Gene Wilder), un neurocirujano norteamericano, trata de escapar del estigma legado por su abuelo, quien creó años atrás una horrible criatura. Pero, cuando hereda el castillo de Frankenstein y descubre un extraño manual científico en el que se explica paso a paso cómo devolverle la vida a un cadáver, comienza a crear su propio monstruo.

El jovencito Frankenstein (1974) parece estar considerada, por unanimidad, la mejor película de Mel Brooks, lo cual tampoco es que sea mucho decir. Y es que humor de este director, guionista y actor es bastante pobre y no demasiado ingenioso. Aún así, este film resulta bastante aceptable y contiene algunos buenos momentos que lo salvan de la quema.

Para empezar, la idea de parodiar la figura de Frankenstein se le ocurrió a Gene Wilder durante el rodaje de Sillas de montar calientes (Mel Brooks, 1974), que le propuso a Brooks escribir una historia en clave de humor sobre el persoaje de Mary Shelley. Planteada sobre la base de los films de James Whale Frankenstein (1931), del que copia secuencias enteras como la de la niña y el ermitaño ciego (Gene Hackman), y La novia de Frankenstein (1935), de donde salen los peinados de Elizabeth (Madeline Kahn), la parodia termina siendo también un homenaje a ambos films, empezando por la acertada elección de la fotografía en blanco y negro, cuya importancia en el resultado final quizá no se valore en su justa medida.

A partir de aquí, asistimos a una comedia sencilla en cuanto a planteamiento y ejecución que no es que destaque especialmente como una obra realmente inspirada, pero que termina funcionando gracias a las constantes referencias a las obras de Whale y a pequeños detalles en los que los guionistas muestran que, en medio de la mediocridad general, han sabido encontrar pequeños momentos de inspiración.

Quizá lo mejor sean los personajes principales, a los que el guión sabe sacar el jugo. Por ejemplo, el doctor Frankensteirn está felizmente encarnado por un eficaz Gene Wilder, que se debate entre su faceta de científico serio y su herencia más alocada. Sus constantes raptos de inspiración, acompañados de un histrionismo exagerado, son lo mejor de este personaje, al que la película debe gran parte de su eficacia. A su lado, un inimitable Marty Feldman que explota con acierto su peculiar fisonomía. Es verdad que, bien mirado, su personaje es muy limitado, pero aporta un punto de comicidad que es bien recibido. A los personajes femeninos se les saca menos partido y siempre con el tema del sexo como leitmotiv, aunque la repelente Elizabeth (Madeline Kahn) y la sexy ayudante Inga (Teri Garr) tienen también su momento, sobre todo al final de la historia. En cambio, otros personajes, como el Inspector Kemp (Kenneth Mars) rozan lo ridículo.

Y es que el humor de Mel Brooks no se caracteriza por la sutileza; es un estilo de humor bastante elemental, rozando la sal gorda, cuando no cayendo directamente en la payasada. Sin embargo, en esta ocasión, está más comedido o más inspirado. Puede que se deba a la colaboración de Gene Wilder. O tal vez a que la figura del monstruo de Frankesntein de suficiente juego para no tener que recurrir demasiado a bromas tontas. De todos modos, recuerdo que cuando vi la película siendo un niño me hizo muchísma gracia, pero vuelta a ver de adulto el resultado ya fue muy diferente. En general, se trata de una comedia que se ve con agrado, tiene un ritmo aceptable y en algunos momentos hasta te arranca alguna franca sonrisa. Pero no deja de ser un film menor, sin demasiado donde rascar más allá de la superficie facilona y resultona, que es lo que se buscaba.

Así que la recomiendo especialmente para el público infantíl, capaz de encontrar graciosos a unos personajes caricaturescos, las bromas basadas en la repetición y los escenarios de cartón piedra. Para el resto, puede funcionar si se va preparado para lo que vamos a ver y uno se contenta con la simplicidad de su humor.

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